"Ventana abierta"
Carta Pastoral del Arzobispo de Sevilla
Epifanía
Queridos hermanos y
hermanas:
“Se postrarán ante ti, Señor, todos los reyes de la tierra”.
Con
estas palabras del salmo 71, responderemos a la Palabra de Dios en la
solemnidad de la Epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación de Dios.
En la Historia de la Salvación, Dios se ha ido manifestando paulatinamente. Al
principio, a través de la creación; de la nube que guía al pueblo en su
peregrinación por el desierto, del maná, las tablas de la ley, el arca de la
Alianza y el templo. Después, Dios se revela por medio de los profetas. Con el
nacimiento de Jesús, el Verbo hecho hombre, comienza la etapa definitiva de la
manifestación plena de Dios a la humanidad. Desde entonces nos habla, se nos
hace accesible no a través de intermediarios, sino por medio de su Hijo.
El
Dios eterno y todopoderoso, inmortal e invisible, se acerca a nosotros a través
de su Verbo, reflejo de su gloria e impronta de su ser (Hebr 1,1-3).
Él es el
origen y causa de todo lo que existe, la vida y la luz verdadera (Jn 1,3-9).
Él
es la Palabra eterna del Padre que en la pasada Nochebuena se ha hecho carne, en
la debilidad y pobreza de un niño frágil e indefenso, y ha plantado su tienda entre
nosotros (Jn 1,14), para hacernos partícipes de su plenitud,
para ofrecernos la salvación y la gracia, para compartir con nosotros su vida
divina.
¿Y cuál debe ser nuestra
primera actitud ante este Niño que la estrella anuncia a los Magos? Sin duda,
la misma de estos personajes misteriosos, que como nos dice san Lucas, caen de
rodillas, se postran ante Él y le adoran. Pero en este día, en que rendidos de
hinojos adoramos al Dios que se nos ha manifestado en la figura frágil de un
niño, hemos de dar un paso más y romper con aquellos ídolos que nos esclavizan
o degradan, porque ocupan el lugar del único Señor de nuestras vidas, el
orgullo, el egoísmo, el consumismo, el placer, el confort o el dinero.
Los magos de Oriente,
postrados ante Dios hecho niño, nos recuerdan que sólo Dios es Dios, que Dios
es alguien real, el primer y supremo valor de nuestra vida, más importante que
la salud o el dinero, que nuestro futuro o nuestra familia, nuestros anhelos o
proyectos. Ellos nos recuerdan además que cualquier sumisión absoluta y
totalizante a otras realidades o programas es una idolatría. Los magos de
Oriente, ávidos buscadores de Dios, nos invitan a reorientar nuestra vida
renunciando a los ídolos y a los sucedáneos, a vivir como hijos, formando parte
de la familia de hermanos que tiene por primogénito a Jesús.
En la solemnidad de la
Epifanía es necesario dejarnos conquistar por la persona de Jesús, para amarlo
con todas nuestras fuerzas, poniéndolo no sólo el primero, porque ello
significaría que entra en competencia con otros afectos, sino como el único que
realmente llena y plenifica nuestras vidas, y para seguirlo con decisión y
radicalidad. Es ésta una fecha muy apta para entronizarlo de verdad en nuestro
corazón, como Señor y dueño de nuestros afectos, de nuestros anhelos y
proyectos, de nuestro tiempo, nuestros planes, nuestra salud y nuestra vida
entera.
Pero además de adorar al
Señor, la solemnidad de la Epifanía nos compromete a anunciarlo a nuestros
hermanos. En su nacimiento histórico hace 2000 años, Jesús se manifestó primero
al pueblo de Israel representado por José, María y los pastores. Pero el Señor
vino para toda la humanidad, representada por los Magos. Estos personajes
misteriosos, originarios de culturas distintas de la de Israel, simbolizan la
voluntad salvífica universal de Dios en la encarnación y el nacimiento de su
Hijo. La Epifanía es la fiesta de la universalidad de la salvación, que
Jesucristo ofrece a todos los hombres y mujeres de todas las épocas y lugares.
Nadie está excluido del plan salvador de Dios, sea alto o bajo, joven o
anciano, rico o pobre, sabio o iletrado. Por ello, celebrar la fiesta de la
Epifanía nos invita a todos a renovar el compromiso apostólico y misionero, de
modo que la manifestación que comenzó con la adoración de los Magos, siga
extendiéndose al mundo entero con nuestra colaboración, con nuestra palabra y
con nuestro testimonio, compartiendo con nuestros hermanos nuestro mejor
tesoro, Jesucristo.
Hoy es ésta una urgencia
apremiante de la Iglesia en Europa y en España, que necesita más que en épocas
anteriores, cristianos laicos confesantes, con una vida espiritual recia y
profunda, que no escondan su fe y que lleven su compromiso cristiano al mundo
de la escuela y de la universidad, al mundo de la economía y del trabajo, al
mundo de la cultura y de los medios de comunicación social, y también al mundo
de la política y de la acción sindical, para enderezar todas estas realidades
temporales según el corazón de Dios.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
No hay comentarios:
Publicar un comentario