"Ventana abierta"
VIDA DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Jorge González Villegas, Pbro
Desde
toda la eternidad la Santísima Virgen fue predestinada a la incomparable dignidad de Madre de Dios. Moisés, Isaías, David y Salomón hablaron de Ella en sus profecías; Eva, Sara, Débora,
Judith y Ester, el Paraíso
terrenal, el Arco iris, la Escala de Jacob, la Vara de Aarón el Vellocino de Gedeón, la Torre de David, el
Templo y el Arca de la Alianza, la figuraron en el Antiguo Testamento .
Sus padres Joaquín y Ana, eran descendientes de David y vivían en Jerusalén según unos, en Nazaret
según otros, cuando dieron a la luz esta hija bendita, quince años' antes de la era cristiana, la que milagrosamente obtuvieron, merced a las fervorosas oraciones que hacían a Dios. Quince días después del nacimiento, recibe el nombre de María, nombre
glorioso que en hebreo significa: Señora, iluminadora, poderosa,
hermosa y mar de amargura.
Al cabo de ochenta días fue Santa Ana al templo para cumplir la ley de la purificación llevando
la niña en sus brazos, como un
tesoro precioso; y es muy probable que entonces la
Virgen que desde su concepción inmaculada gozaba del uso de la razón, hiciese entonces su consagración virginal al Señor y
luego volviese su madre con Ella a la casa .
Una tradición piadosa dice que estando ya en tres años fue ofrecida por sus padres en el templo,
en cumplimiento del voto que
habían hecho de consagrar al Señor el fruto de
bendición que les diera, y que la niña María pasó allí los años de su adolescencia entregada a la oración, al estudio de los libros
sagrados y de trabajos propios de su edad
destinados al culto del Señor. Pero
esto no tiene fundamento sólido
ni verdadera probabilidad .
Cuando hubo llegado a la edad de catorce años, en que conforme a la costumbre de entonces debía tomar
estado, ya quizás muertos sus padres, por inspiración divina e insinuación de los sacerdotes, se desposó con San José, quien había también ofrecido a Dios su virginidad; cumpliendo de
esta manera una ley de aquel tiempo según la cual, María, como hija
única y heredera de los bienes paternos, estaba obligada a escoger un esposo de
su tribu y familia, y realizando a la vez
los designios divinos que tenían
por fin: proteger a los ojos del mundo el honor de María y de su Hijo, dar a entrambos un custodio fiel y protector
abnegado y presentar en María un
modelo perfecto de esposas, madres vírgenes.
Felizmente vivían los santos esposos en Nazaret, cuando tuvo lugar la aparición del Arcángel San Gabriel a la Purísima
Virgen entonces de quince años, anunciándole que sería la madre del mesías.
Ella se turbó y creyó encontrar en ello un obstáculo a su virginidad, pero el ángel la tranquilizó al revelarle que la Encarnación se obraría por la
acción omnipotente del Espíritu
Santo. Entonces María sometiéndose al divino
beneplácito respondió:"He aquí la esclava del
Señor, hágase en mí según tu palabra", y en el mismo instante el
Verbo Eterno se encarnó en sus
purísimas entrañas y habitó entre nosotros .
Su celo
y caridad la impulsaron a hacer en seguida una visita a su prima Santa Isabel, quien tenía en su seno a
San Juan Bautista precursor del Mesías, el cual fue santificado por la presencia
de Jesús llevado por María en
sus castísimas entrañas, y pasados
tres meses volvió a Nazaret donde llevó Una vida recogidísima.
Llegados los días del nacimiento del Niño Dios, por un edicto del emperador Augusto, los santísimos esposos tuvieron que emprender un viaje a Belén; y allí en una gruta a cueva, establo mísero
de animales, nació Jesús. En
ese Belén presenció la divina Señora, la adoración
de los pastores, la de los magos y
la circuncisión de su santísimo Hijo. Cuando el divino Niño tuvo cuarenta días, María Santísima fue a Jerusalén para presentarlo en el templo y cumplir con profundísima humildad la ley de la
purificación. Poco después Herodes decretó la matanza del Niño Jesús, y los santos esposos para librarle tuvieron que huir con El a Egipto, de
donde volvieron luego que murió
este pérfido tirano, y fijaron su residencia en
Nazaret.
En esta pequeña aldea vivió Ntra. Señora durante la vida oculta de su amadísimo Hijo en compañía de su virginal Esposo, quien murió tres años
antes de comenzarse la vida
pública del Salvador. Durante ésta,
María de ordinario acompañaba a Jesús, pero el Evangelio sólo cita su presencia en tres circunstancias a saber: en las
bodas de Cana, después de la curación
de un poseso ciego y mudo, y por último en el Calvario;
más según las revelaciones de la Venerable
Sor María de Agreda, lo acompañó desde el principio hasta el fin de su Sagrada
Pasión, sufriendo indeciblemente, o
mejor compartiendo sus dolores hasta
el grado de merecer el título de Reina de los Mártires y corredentora.
A continuación volvió al Cenáculo en compañía de San Juan Evangelista a quien le fue encomendada cuando Ntro. Señor pendía de la cruz, y ahí se le apareció el divino Resucitado antes que a
"Los demás y muchas otras veces
por espacio de cuarenta días que mediaron entre la Resurrección del Señor y su gloriosa Ascensión a los Cielos. Allí
mismo recibió nueva plenitud de
gracias a la venida del Espíritu Santo y le fue
confirmado el don que ya se le había otorgado en el Calvario, de ser Madre de
toda la Iglesia .
Hasta
su muerte no ceso de alentar a los discípulos de Jesús y a sus apóstoles; cuando éstos se dispersaron, siguió a San Juan a Éfeso, donde fue
el consuelo y alegría de la
Iglesia naciente, y donde murió
según sentencia de algunos, a la edad de sesenta y tres años; pero según opinión más probable y verdadera, después de una permanencia en
Éfeso, de dos años y medio, regresó
a Jerusalén, y en esta ciudad murió de amor a los
setenta años.
Según la
tradición y el común sentir de los fieles, al tercer día fue llevada en cuerpo y alma por su divino Hijo al Cielo, donde está sentada a su
diestra, siendo la alegría y delicias
de los bienaventurados y la
esperanza y consuelo de los que aún gemimos en este valle de amargura y dolor.
MOTIVOS QUE NOS OBLIGAN A
AMARLA
A Ella
debemos consagrarle todo nuestro amor, no sólo por el admirable ejemplo que de todas las virtudes nos dio durante su vida mortal, sino
también porque lo merece por varios
títulos, a saber:
Io Madre de Dios, encerrando
esta dignidad todas las hermosuras, todas las
grandezas, todos los prodigios sobrenaturales,
todos los méritos y virtudes, todas las bendiciones, maravillas y prerrogativas que pueden decirse de María, puesto que es el centro y principio de todos sus privilegios de naturaleza, gracia
y gloria. En el dogma de la
Maternidad divina, dice el P.
Terien S. J., está cifrado no sólo el misterio de la Encarnación sino todo el
cristianismo.
2o Ella
es nuestra Medianera; porque habiéndonos dado Dios a Jesús por Ella, también nos comunica por su mediación todos los dones de la gracia. Su
intercesión es universal, es decir, que se extiende a todos los
hombres, tiempos y lugares; y eficaz, pues como dice San Buenaventura, María por su ruego
es toda poderosa con su Hijo,
mereciendo ser llamada "la Omnipotencia suplicante". San Bernardo la llama "el canal y acueducto de las gracias
divinas" y San
Alfonso "el doctor mariano por excelencia", añade: Así como ninguna línea trazada desde el centro de un círculo puede salir de él sin pasar antes
por la circunferencia, así también del centro de todo bien que es Jesucristo, no puede
venirnos gracia alguna sin que pase por María, la cual al recibir al Hijo de Dios, lo rodeó por todas partes, y
todo en Ella respira sólo misericordia y bondad .
3° María es además nuestra Corredentora, porque cooperó a nuestra salvación; nuestra Abogada, porque
intercede incesantemente por nosotros; nuestra Patrona, porque nos cuida
constantemente; nuestra Reina, porque
Jesucristo su Hijo es Rey del Cielo y de la tierra; y finalmente nuestra Madre, porque
somos hijos adoptivos de Dios y hermanos de Jesucristo, quien al morir en la
cruz, la proclamó oficialmente Madre a todos
los hombres en la persona de San Juan cuando le dijo:"Ahí tienes a tu madre".
Por
consiguiente: siendo María nuestra máxima confianza, la razón de nuestra esperanza, la ilusión de nuestra vida y el
objeto de todo nuestro amor, es menester conocer e imitar sus virtudes, pensar
en Ella, invocarla con frecuencia y propagar su culta y devoción, profesándole una profunda veneración por sus
grandezas inefables, y una confianza filial y sin límites por ser nuestra Madre llena de piedad y ternura.
CONSAGRACIÓN A MARÍA
Inmaculada
Virgen María, Madre de Dios y Madre,
mía. A Vos que después de Jesús sois mi todo, consagro hoy por toda mi vida: mi
alma y mi cuerpo, mis bienes interiores y
exteriores, naturales y sobrenaturales, presentes y
futuros. Renuncio a mí mismo y me entrego a Vos,
amabilísima Señora, para no tener más voluntad que
la vuestra. Quiero amaros con el amor de los
Ángeles y el de todos vuestros amantes que existen
y existirán. Bien sé que por mí mismo nada puedo,
pero de Vos lo espero todo; por tanto me
abandono en vuestro corazón sagrado, a fin de
vivir tan sólo para Vos, con Vos, por
Vos y en Vos, para mayor gloria de Dios. Amén .
José Salazar B. Vicario General
Septiembre 30 de 1983
Gobierno Eclesiástico
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