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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

lunes, 9 de septiembre de 2013

Las manos de Jesús

"ventana abierta"


 LAS MANOS DE JESÚS 

Padre Alex Díaz 

Las manos de Jesús bendecían. Partían el pan, incluso lo multiplicaban. ¿Alguna vez has pensado en las manos de Jesús?

 

Cierro los ojos y pienso en las manos de Jesús: Fuertes y vigorosas, de carpintero. Y, al mismo tiempo, tiernas, como cuando limpiaba una lágrima de las mejillas de la Virgen o acariciaba a un niño.



Manos que extendían, respetuosas, los rollos de las Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban sus palabras o escribían sobre la arena.


Las manos de Jesús bendecían. Partían el pan, incluso lo multiplicaban. Eran manos que curaban y hasta resucitaban. 


 

Podían expresar enojo con los mercaderes en el templo y ternura con los enfermos que llegaban a Él.


Las manos de Jesús enseñaban, expresaban, amaban. Con ellas difundía su misericordia y amor. Eran manos que entregaban incesantemente. 


Manos orantes, cuando Él subía al monte a conversar con su Padre en la madrugada.



Es hermoso meditar en las manos de Jesús e impresionarse con ellas. Pero ¡Cómo duele pensar en ellas crispadas, heridas, perforadas! 

 

Manos en cruz y de cruz, rotas por sostener el peso del Nazareno. Manos inertes cubiertas de sangre y bañadas con los besos y lágrimas de su madre abrazándolo muerto. 

 

Manos cruzando el pecho, muertas, envueltas por un sudario en la tumba apagada e impasible de José de Arimatea.


 Es fácil removerse ante las manos dolorosas de Jesús, pero ¿por qué no podemos ver con tanta claridad sus manos gloriosas? Tal vez porque nos es más familiar el dolor. Sin embargo pienso en el momento en el que Jesús venció a la muerte, cuando resucitó. ¡Qué instante! El sepulcro imprevistamente iluminado, como una explosión, y todos los ángeles venidos del cielo para ser testigos del momento anunciado desde siempre. 


Y las manos de Jesús, con una vida como nunca antes habían tenido, apartando el sudario. Manos con llagas, pero ¡qué hermosas y resplandecientes, y cuánto amor rebosando en las heridas! Manos vivas, que volverían a bendecir, cortar y repartir el pan y que, tal vez, harían una seña de “hasta pronto” a los apóstoles en la ascensión de Jesús al cielo.


 

Frente al Santísimo Sacramento uno podría preguntarse ¿y dónde están ahora las manos de Jesús, que lo tenemos escondido en un pedacito de pan? 

No diré nada nuevo: observo mis manos. Estas manos pueden ser orantes, dar misericordia, ser enérgicas, sensibles, amorosas. Pueden volver a abrir las escrituras respetuosamente y escribir sobre la arena. Sí, parecen mis manos, pero Jesús quiere usarlas y son, en realidad, suyas. Observa tus manos. También pueden ser orantes, enérgicas, sensibles, amorosas y, si tú lo permitieras, podrían regalar al mundo bendiciones y misericordia. Sí, también son tuyas, pero Jesús las quiere suyas. ¡Cuántas manos podría tener Jesús hoy si se las entregáramos! Las manos de Jesús, las tuyas -tú que lees- y las mías -yo que escribo. Nuestras manos. Las manos de Jesús.



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