Padre Alex Díaz
Las manos de Jesús bendecían. Partían el pan, incluso lo multiplicaban. ¿Alguna vez has pensado en las manos de Jesús?
Manos que extendían, respetuosas, los rollos de las Escrituras en la Sinagoga. Dedos que enfatizaban sus palabras o escribían sobre la arena.
Las manos de Jesús bendecían. Partían el pan, incluso lo multiplicaban. Eran manos que curaban y hasta resucitaban.
Podían expresar enojo con los mercaderes en el templo y ternura con los enfermos que llegaban a Él.
Las manos de Jesús enseñaban, expresaban, amaban. Con ellas difundía su misericordia y amor. Eran manos que entregaban incesantemente.
Manos orantes, cuando Él subía al monte a conversar con su Padre en la madrugada.
Es hermoso meditar en las manos de Jesús e impresionarse con ellas. Pero ¡Cómo duele pensar en ellas crispadas, heridas, perforadas!
Manos en cruz y de cruz, rotas por sostener el peso del Nazareno. Manos inertes cubiertas de sangre y bañadas con los besos y lágrimas de su madre abrazándolo muerto.
Y las manos de Jesús, con una vida como nunca antes habían tenido, apartando el sudario. Manos con llagas, pero ¡qué hermosas y resplandecientes, y cuánto amor rebosando en las heridas! Manos vivas, que volverían a bendecir, cortar y repartir el pan y que, tal vez, harían una seña de “hasta pronto” a los apóstoles en la ascensión de Jesús al cielo.
Frente al Santísimo Sacramento uno podría preguntarse ¿y dónde están ahora las manos de Jesús, que lo tenemos escondido en un pedacito de pan?
No diré nada nuevo: observo mis manos. Estas manos pueden ser orantes, dar misericordia, ser enérgicas, sensibles, amorosas. Pueden volver a abrir las escrituras respetuosamente y escribir sobre la arena. Sí, parecen mis manos, pero Jesús quiere usarlas y son, en realidad, suyas. Observa tus manos. También pueden ser orantes, enérgicas, sensibles, amorosas y, si tú lo permitieras, podrían regalar al mundo bendiciones y misericordia. Sí, también son tuyas, pero Jesús las quiere suyas. ¡Cuántas manos podría tener Jesús hoy si se las entregáramos! Las manos de Jesús, las tuyas -tú que lees- y las mías -yo que escribo. Nuestras manos. Las manos de Jesús.
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