Si queremos correr los 100 metros planos como a los dieciocho teniendo 50, no podemos sentir que fallamos por no cumplir las marcas que habíamos logrado ¿no? Bueno, en la relación de amor conyugal tampoco. Si lo aceptamos así, ¡como disfrutaremos cada etapa!
A mí me ha servido de referencia. Lo comparto con Uds, amig@s
Hay un error en suponer que la rutina es mala para la relación de pareja; lo importante es preocuparse de introducirle algunos quiebres. Asimismo, es clave tolerar momentos de "desamor".
En muchos de los problemas conyugales se ve de fondo la incapacidad de las personas para evolucionar, lo que implica ir logrando la aceptación del otro.
-"Mi marido ya no me gusta, no me produce nada".
-"¿Y qué le aporta?"
-"Compañía, somos buenos papás, hacemos algunas cosas juntas, etcétera".
-"¿Y eso es muy poco para usted?"
-"Bueno, en esta etapa de la vida, la verdad que no".
-"¿Y por qué entonces a eso no le llama amor?"
La escena se repite una y otra vez en las consultas de los terapautas y, más allá de las dificultades específicas que pueda sobrellevar cada pareja, en ellas se advierte que muchas personas quedan entrampadas en una de las tareas esenciales del amor: entender que ser pareja no es una situación estática, sino una experiencia en constante cambio y que hay que ir evolucionando a la par. En otras palabras, a muchos les cuesta pasar del amor romántico al amor maduro. Si la expectativa a los 50 años es que el amor sea tal cual fue en la primera etapa, se hace difícil no frustrarse.
Las 4 herramientas
Para la sicóloga, el amor romántico es ese que se suele asociar con las "maripositas en el estómago", pues existe la sensación de haber encontrado el calce perfecto, la media naranja.
En esta primera etapa -que con claridad se extiende hasta la llegada de los hijos- la persona tiende a idealizar a su pareja. "Tiene que ver con poner aspectos de uno mismo en el otro, con las ganas de que las cosas sean de una determinada manera, pero sin la clara conciencia de que son expectativas personales", dice.
Eso no es malo en sí mismo, es una fase que hay que disfrutarla; pero se espera que en la medida en que cada uno de los integrantes evolucione, la idealización también disminuya, aunque sin perderla del todo.
El paso del amor romántico al amor maduro invita, por lo tanto, a ir logrando la aceptación del otro. No de aguantarlo, sino de verlo como un otro que puede tener intereses, necesidades y puntos de vista que son distintos y legítimos. "Es alcanzar una visión que integra los aspectos positivos de mi pareja con los negativos que me incomodan, porque no hay ninguna posibilidad de que exista un ser humano que me complete 100%. Eso es una fantasía", afirma la terapeuta.
Quienes descubren el amor maduro, no tienen problemas para asumir que la vida en pareja tiene un aspecto de rutina, que puede ser más tranquilo, más de compañía y, no por eso, dejar de ser amor.
Hay cuatro pilares básicos que facilitan una buena relación.
Lo primero: el deslinde. Esto es, establecer límites alrededor de la pareja que la definan como tal frente al mundo. Por ejemplo, no se puede tratar de la misma manera a la señora que a la compañera de trabajo. Mientras más claros y explícitos sean, mejor, así se evita después la frase típica: "Pero si pensé que eso no te importaba".
Lo segundo es que la pareja sea capaz de intercambiar conductas de autonomía y de dependencia. Es decir, "esa historia antigua de que el hombre era el fuerte y la mujer la débil hoy ya no funciona mucho. Ambos esperan sentirse cuidados o independientes, según sea el momento". La palabra clave, sin duda, es flexibilidad.
El tercer cimiento es que ambos sientan que valen lo mismo, respecto de los hijos, de la familia y de ellos mismos.
Y si hay algo que las generaciones actuales deberían recoger de las antiguas "es la fuerza de voluntad, eso que las abuelas llamaban el 'querer querer' y que por estos días a muchos les falta".
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