"ventana abierta"
La señal de la cruz
Al inicio de la misa, hacemos el signo de la cruz
mientras decimos: «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Nos
sumergimos así de entrada en el insondable misterio de la Trinidad y de la
Pascua. Pero no siempre caemos en la cuenta de la grandeza del signo, lo
hacemos con una cierta rutina. Tratemos de comprender para vivir.
Celebramos la Eucaristía en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu.
En la misa, como lo recalca el saludo inicial, celebramos
el amor del Padre, la gracia de Jesucristo y la comunión del Espíritu.
Por
otra parte, celebrar en el nombre de la Trinidad nos recuerda que debemos
hacerlo de acuerdo con lo que el Señor ha establecido.
La Iglesia no es dueña
de la Eucaristía, sino que ha de dejarse hacer por ella.
Los hombres hemos
organizado el contexto ritual de la misa, pero la Eucaristía, en su realidad y
dinamismo profundos, es un don y un mandato instituido por el Señor.
Al trazar la señal de la cruz, la comunidad
reconoce que su origen se encuentra en la cruz del Hijo y no en la voluntad del
hombre.
La Eucaristía, como el Evangelio, no tiene su origen en el hombre,
sino en la Tradición proveniente de Dios. En ella recordamos la Pascua de
Jesucristo hasta que vuelva como Señor y Juez de vivos y muertos.
En el bautismo fuimos consagrados, dedicados, inmersos
en la vida de la Trinidad santa; en la Eucaristía celebramos en su nombre la
entrega del Hijo para la salvación del mundo. Lo hacemos con aire festivo, pero
también con la conciencia de entrar en comunión con el don que Jesús hace de sí
para la salvación de la humanidad.
La cruz nos libera del egoísmo para el servicio del
amor. La Eucaristía es don y compromiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario