"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
PADRE MÍO Y NUESTRO, SEA SANTO TU NOMBRE
7 Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.9 « Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre;10 venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.11 Nuestro pan cotidiano dánosle hoy;12 y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;13 y no nos dejes caer en tentación, mas, líbranos del mal.14 « Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial;15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas. (Mt. 6, 7-15)
No somos seres huérfanos en este
mundo. A veces, nos comportamos como si lo fuéramos.
Decimos en nuestro interior: “nadie se ocupa de mí”; “mi soledad es
grande”; “mis males nadie los remedia”... Y así, podríamos
seguir añadiendo quejas. ¡Pero esto que se me presenta como real y
evidente, es mentira! Así nos
lo insinúa el Enemigo para llevarnos a la desconfianza y si
pudiera a la desesperación.
No, Jesús
nos enseñó a orar a su Padre y nuestro Padre: “Padre nuestro
y Padre mío”, en los momentos en los que más necesito su mano
poderosa y su calor divinos. Podré dudar de mi existencia, como ser
creado, pero de mi Padre- Dios, mi Creador, nunca podré
dudar porque “Él, es el que es”. Todo lo demás, tiene un ser
compartido porque nada ni nadie se ha dado el ser a sí mismo. Todo
nos viene de Dios que, es Bueno y Poderoso y ha querido hacer
partícipes de su felicidad, a muchos seres.
Jesús, nos
ha hablado de este Dios inmenso en Amor que,
es su Padre y nuestro Padre. Jesús, nos enseña
con su vida de entrega a la voluntad del Padre, a ponernos en sus manos
con infinita confianza y abandono. Él, no quedó nunca defraudado, ni
siquiera cuando en la cruz clamó en su dolor: “¡Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?!”. Esto, lo dijo, sin
tiempo para nosotros, pero también, sin
tiempo, clamó: “¡A tus manos encomiendo mi espíritu!”. La última
palabra de Jesús en esta tierra, fue su entrega en la voluntad
inescrutable y amorosa de Dios. Y, Dios, lo levantó, lo escuchó
y lo acogió, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo
a su derecha y “le ha dado un Nombre sobre
todo Nombre y ante Él, toda rodilla se dobla en el
cielo, en la tierra y en los abismos para
decir: ¡Jesucristo el Señor para gloria de Dios- Padre!”
Jesús, es
el Santo de Dios porque, el Padre, como Hijo Divino, le
ha hecho participe de toda su Santidad. Y, Jesús, en Su
Palabra, nos ha revelado que, nuestro único deseo, así como el
de su Corazón, es “que seamos
santos, como Dios es Santo” y así glorifiquemos
su Nombre, al igual que el Hijo le glorifica eternamente. Y,
cuando se hizo hombre, lo glorificó con su vida y su Palabra.
¡Señor, la
santidad es algo tuyo y en tu voluntad nos la has querido infundir en
nuestro Bautismo!: ¡día bendito en que, nos hiciste hijos
adoptivos tuyos y hermanos en el Hijo, para entrar en tu vida
sobrenatural!¡Seamos siempre muy agradecidos por tan gran regalo de tu
misericordia! ¡Nunca, ni por mérito propio, merecimos ser bautizados
en la Trinidad Santísima! ¡Ella, es nuestro Hogar eternamente
ahora en la tierra, como lo será en el cielo, el día de mi muerte!
¡Hazme Jesús digno de tan gran Padre y de tan amoroso Hermano! ¡Ellos, velan, con su Espíritu Santo, para que todas estas maravillas sean un día realidad! ¡Amén! ¡Amén!
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