"Ventana abierta"
ÁNGELUS
LOS ANCIANOS SIMEÓN Y ANA
P. Santiago Martín
Franciscanos de María
Buenos días amig@
Cuenta la tradición, que la visita de José y María al templo de Jerusalén para la presentación del Niño y para la Purificación de la Madre, tuvo dos ingredientes inesperados.
Según el Evangelio, aparecieron dos ancianos, Simeón y Ana, que pronunciaron unas profecías solemnes importantes y, también en el caso de Simeón, terribles.
Lo primero que hizo el anciano Simeón fue proclamar un cántico de alabanza y de gratitud a Dios, que los religiosos y sacerdotes suelen rezar todavía hoy a tantos años de distancia en la Oración Nocturna de las Completas:
"Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, Luz para alumbrar a las naciones y Gloria de tu pueblo Israel".
La Iglesia siempre ha interpretado este cántico del anciano Simeón como el cántico del cisne del Antiguo Testamento.
Aquel hombre vetusto que durante tantos años había servido con fidelidad a Dios en el templo, reconocía que había llegado el tiempo nuevo, la nueva época que nacía con Jesucristo, y rendía culto, y rendía a Dios homenaje de alabanza y de agradecimiento, porque había podido ser testigo del albor, del inicio de esa época nueva.
Lo mismo más o menos dijo la profetisa Ana.
Pero Simeón dijo otra cosa, y ésta realmente terrible. Le dijo a la Virgen María:
"¡Ya ti, mujer, una espada de dolor te atravesará el alma!".
Una profecía que sin duda debió de asustar a la Virgen María.
No olvidemos que era una muchacha realmente joven, con muy poca experiencia, que era de un pueblo del norte, y que ahora se encontraba en la maravillosa capital, en aquel templo fantástico, y que debía sentirse sobrecogida cuando el anciano Simeón le dijera que una espada de dolor le iba a atravesar el alma.
No era esto lo que le había anunciado el ángel Gabriel cuando en Nazaret, nueve meses antes, se había aparecido para invitarla a que fuera la Madre del Mesías, del Triunfador y, ahora, de repente, el anuncio del dolor, el anuncio del sufrimiento.
¿Qué debió de pensar María, qué debió de sentir, qué tentación le recorrió el pensamiento?
Quizá a lo mejor salir corriendo y decir:
¡Yo no quiero problemas!
¡Yo no quiero líos!
¡No es esto lo que me han prometido!
¡Para problemas y líos que se busquen a otra!
Seguro que esto no lo hubiera hecho la Virgen, ni siquiera aunque esta profecía se la hubieran hecho en el momento inicial, en el momento de la Encarnación; pero desde luego, en aquel instante, con el pequeño Jesús en sus brazos, no había profecía suficiente de dolores y de sufrimientos, que hiciera retroceder a María, porque esa Mujer era ya una Madre.
¿Es que puede acaso una madre echar a correr y abandonar a su hijo, aunque le digan que tener a ese hijo representa para ella sacrificios y problemas?
¿Es que es posible la maternidad o paternidad sin sacrificios y sin problemas?
María, naturalmente, se comporta como una madre cualquiera, como una madre extraordinaria, asumiendo el peso y la carga, el sacrificio y el dolor que su maternidad representaba para Ella.
Quisiera invitarles en esta ocasión a ir a cualquiera de tantos sitios donde se venera a la Virgen de los Dolores, pero sobre todo a un sitio muy cerquita a la Parroquia de San Antonio de Padua en nuestro barrio de Torreblanca en Sevilla, para todos los sevillanos, donde está la Patrona de nuestra Hermandad, y pedir que nos dé fuerzas para no salir corriendo.
Todos nosotros somos esos heridos de la vida, que tenemos problemas de tantos tipos, y tenemos muchas ganas de dar un portazo y marcharnos:
¡No quiero aguantar más esta situación!
¡No quiero aguantar más esta enfermedad!
¡Quiero huir!
¡Quiero terminar con los problemas!
¡Quiero marcharme!
Pidámosle a la Virgen de los Dolores, que nos dé la fortaleza que Ella tuvo para aguantar, para estar, para no huir cuando, como a Ella, le anunciaron que iban a llegar las dificultades.
A Ella que es experta en sufrimientos, Ella que conoció esas espadas que traspasaron su Corazón, pidámosle que haga lo más dulce posible ese instante de dolor, nuestras dificultades, que su mano de Madre sea como bálsamo que cure nuestras heridas o que por lo menos mitigue nuestros dolores.
Pero prometámosle que con su ayuda, con la ayuda de Dios también, vamos a resistir, vamos a saber estar sobre todo al lado de los que sufren, aunque eso nos cueste a nosotros trabajo.
Feliz día para todos.
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