"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
NO TENGÁIS MIEDO A LOS HOMBRES, TEMED A DIOS
26 « No les
tengáis miedo. Pues no hay nada encubierto que no haya de ser descubierto, ni
oculto que no haya de saberse.
27 Lo que yo
os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz; y lo que oís al oído,
proclamadlo desde los terrados.
28 « Y no
temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien
a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehena.
29 ¿No se venden dos
pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento
de vuestro Padre.
30 En cuanto
a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
31 No temáis,
pues; vosotros valéis más que muchos pajarillos.
32 « Por todo
aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él
ante mi Padre que está en los cielos;
33 pero a quien me
niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los
cielos. (Mt. 10, 26-33)
Tener miedo a los
hombres, es entrar en la espiral de este mundo creado, contaminado
por el pecado y la muerte. Cuando Dios creó todas las cosas dijo: “y vio
que todo era bueno”. Adán y Eva, la primera pareja creada por
Dios, los primeros hombres, se vieron buenos a sí mismos. Éste, era
su patrimonio. Que, quiere decir que, entre sí, entre
ellos, reinaba la armonía y por tanto la paz. Su gratitud a Dios, los
hacía invencibles y volcados con amor sobre
su Creador. ¿Qué miedo o temor podía acometer a lo que
era y estaba perfecto a los ojos de Dios? Pero esta serenidad se
acabó en el hombre porque entró en su corazón el pecado, la división en sí
mismo. Entonces, comenzaron los hombres a experimentar el
miedo: “tuve miedo de ti- que dijo Adán a Dios- porque
estaba desnudo y me escondí”. La desnudez y el desamparo de Dios, produce
miedo porque uno se siente amenazado y huye, se esconde de Dios, de
sus semejantes y de sí mismo.
Este es el miedo del
que nos ha librado Cristo, con su Pasión Muerte y Resurrección,
porque Él, ha vencido al pecado y a la muerte, en
su Cuerpo de carne, en el Huerto de los Olivos, antes de
su Pasión. Jesús, sintió miedo: se estremeció ante
la Pasión que se le avecinaba, y “en su angustia fue
escuchado”. Esta amenaza a su vida, en su cuerpo
de carne, la venció a fuerza de confianza y abandono en su Padre- Dios. Jesús, nos
ha abierto así, de par en par, la puerta de los brazos del
Padre, dándonos a conocer cómo es su Corazón, todo
bondad y misericordia. Como un niño que, hunde su cabeza en
el seno de su padre y entre sus brazos, así, nos invita
Nuestro Padre- Dios, a vencer todo miedo: ¡puestos
en Él, nada nos amenaza!
Y
aquí, aparece “otro miedo” que, es muy saludable: “el
don de temor de Dios”. ¡Desconfiar de Él, jamás, pero de uno
mismo, es prudencia y sabiduría!: no hacer nada que
desagrade a Dios. Todo, menos exponerme a perderle, a
no “amarle con todo el corazón, con toda el alma y con
todas las fuerzas”. Este contacto poderoso con Dios, me hace no temer a
los hombres, no amar mi cuerpo por encima de mi alma; confesar a Jesús
ante los hombres, aun a riesgo de perder mi vida
natural. ¿Y, cómo pudieron los mártires soportar las atrocidades de
los hombres sobre sus cuerpos?: Porque la
gracia los revistió de una fuerza que, no venía de su ser
siempre frágil, sino de Dios que, arrasaba de raíz en todo
su ser, cualquier miedo que pudiera debilitar su testimonio de “amor
a Dios sobre todas las cosas”. Así, como los perseguidores de los
mártires, se sorprendían del valor y la intrepidez de hombres
tan débiles y frágiles, los que nos contemplen han de ver en nosotros, por
nuestra seguridad sobrenatural que, Otro nos habita y nos reviste de su
fuerza y viéndonos, no a nosotros sino a Dios, a nuestro
través, crean en Él y lo alaben y
glorifiquen, sumergiéndose ellos mismos en
esa intrepidez que, les arranca todo miedo, porque “el
amor expulsa el temor”.
¡Revístenos Señor de la fuerza de tu Espíritu Santo! ¡Qué así sea!
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