"Ventana abierta"
EL BAMBÚ JAPONÉS
Web católico de Javier Olivares
No hay que ser agricultor para saber que una
buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También
es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla
sembrada y grita con todas sus fuerzas: "¡Crece, maldita seas!"
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú
japonés y que lo trasforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la
abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no
sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los
primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría
convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el
séptimo año, en un periodo de sólo seis semanas la planta de bambú crece más de
30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas en crecer?
No. La verdad es que se tomó siete años y seis
semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente
inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le
permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. Sin
embargo, en la vida cotidiana muchas personas tratan de encontrar soluciones
rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente
resultado del crecimiento interno y que este requiere tiempo. Quizás por la
misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo,
abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es
tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que
luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado. De igual
manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a
situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo. Y esto puede ser
extremadamente frustrante. En esos momentos (que todos tenemos), hay que
recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que en tanto no
bajemos los brazos, ni abandonemos por no "ver" el resultado que
esperamos, sí está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo,
madurando. Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente
creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando este
al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva
tiempo y dedicación. Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga
a descartar otros. Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de
paciencia.
Pídele a Dios esa paciencia y perseverancia y recuerda encomendarte cada día al Espíritu Santo para que te ilumine en los proyectos que tengas que acometer y para encontrar la mejor estrategia que te permita alcanzar tus objetivos.
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