"Ventana abierta"
ÁNGELUS
EL NACIMIENTO DE JESÚS, MENSAJE DE HUMILDAD
P. Santiago Martín
Franciscanos de María
Buenos días amigos
Cuando San Pablo tenía que explicar a aquellos paganos a los que convertía, en qué había consistido el nacimiento de Jesucristo, cuál había sido la novedad, la originalidad, empleaba una frase que es realmente importante:
"Dios abandonó su condición y tomó, adoptó la condición de esclavo".
No es que Dios dejo de ser Dios, pero sí dejó su condición, sus prerrogativas, sus derechos -el derecho de recibir mejor trato- dejó su poder aparcado para tomar la condición de esclavo.
Esto a nosotros, después de dos mil años ya nos resulta bastante conocido y, por eso quizá hemos perdido la capacidad de darnos cuenta de la gran originalidad, de la revolución, del escándalo incluso que significaba.
Precisamente por eso creo que es realmente útil, conveniente, acudir a un sitio como Belén -nos propone el P. Santiago- hay que ir a Tierra Santa y dejarse enseñar por la lección que allí predican -no los estupendos y magníficos franciscanos que son los que custodian los Santos Lugares y, que además lo hacen muy bien- sino la lección que predican las piedras, que predican los sitios, que predican los árboles, que predica el lago, que predica el paisaje; y, esa lección es una lección que se resume en una sola palabra, la palabra ¡aquí!
Cuando tú vas por ejemplo a Belén, desciendes a la cueva desde la Basílica de la Natividad o desde la Iglesia de Santa Catalina de los Franciscanos y te das cuenta de que aquello es un laberinto natural donde efectivamente se custodiaba el ganado.
Cuando tú ves el sitio donde ahora hay una placa de mármol con una estrella donde según la tradición nuestra Señora depositó en el mundo al fruto de su vientre, a Jesús, te das cuenta de que ese ¡Aquí!, está gritando ¡Aquí! Y te preguntas: ¿Pero de verdad aquí?
En aquel momento mucho más pobre, más mísero, más sucio que lo que hoy vemos; ¿de verdad, ¡aquí!?
Y cuando después entras recorriendo la ciudad de Jerusalén en el sitio donde enterraron a Jesús, en aquella noche de Jueves Santo hasta que llegó la madrugada del Viernes, ¿es aquí? ¿Aquí estuvo?
Y cuando visitas el Gólgota y ves la piedra donde colocaron la Cruz dices, ¿aquí?
O cuando entras en el sitio donde depositaron su Cuerpo muerto dices, ¿es aquí?
¿Aquí también en el lago?
¿Aquí en cualquier sitio de aquella bendita tierra?
Eso nos está hablando de algo extraordinario, el mensaje de la humildad.
Y ¿por qué es tan importante ese mensaje?
Imagínense que nuestro Señor hubiera nacido, no digo ya en el palacio de Herodes o de Augusto, sino en una casa bastante decentilla; no estamos pidiendo un gran hotel, pero una cosa normal. Es que hay mucha gente que no tiene esa suerte. Es que hay mucha gente que no puede ni siquiera tener un lugar digno donde cada día recoger sus huesos cuando llega la noche. Pero nadie, nadie en el mundo podía envidiar a Jesús nacer en una cueva de ganado.
María no debía de entender mucho. San José probablemente tampoco debía de entender nada. Ambos aceptaron los designios de la Divina Providencia y aceptaron que aquello era lo único disponible.
No entendían qué pasaba, ni por qué ocurría.
¿Por qué Dios no intervenía?
¿Por qué no desalojaba de repente una casa en Belén para que pudiera acogerse ellos?
Lo aceptaron, pero ¡qué gran lección! ¡Qué extraordinaria lección!
Dios -como dirá más tarde San Pablo- abandonó, dejó, renunció a su condición divina, a sus prerrogativas divinas y tomó la condición de esclavo.
Nadie puede sentirse indiferente, nadie puede sentirse no amado por un Dios que nace en una cueva de ganado. Esta es la lección.
Hay algo ciertamente en lo cual nosotros no podemos pensar que Jesús tuvo menos suerte que nosotros; algo en lo que sí que podemos envidiarle, que Él tuvo y que nosotros no tenemos, me refiero a los brazos de María que valen más que cualquier palacio y que cualquier tesoro.
Les quiero invitar a ustedes a que en este día, recordando esto, vayan a Carrión de los Condes adonde se venera a Nuestra Señora de Belén, y que vayan ustedes allí, ante esta imagen de la Virgen, a decirle a María que quieren ofrecerle su casa, como un lugar lo más digno posible, no es un palacio, ciertamente no está llena de santidad, tiene bastantes pecados, pero les aseguro que Él que aceptó nacer en una cuadra de ganado llena de porquería, estará encantado en su casa.
Ofrézcanle lo que tienen, sus virtudes por supuesto, cuantas más mejor, y cuantos menos pecados mejor.
Ofrézcanle lo que tienen y díganle:
"¡Señor, mi casa es tuya, mi corazón es tuyo. Ojalá pudiera darte una catedral, pero te doy lo que tengo en mi casa, quisiera que estuvieras lo más a gusto posible!".
Feliz día para todos.
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