"Ventana abierta"
LA BOLSA
DE AGUA CALIENTE
Web católico de Javier Olivares
Una noche yo había
trabajado mucho ayudando a una madre en su parto; pero a pesar de todo lo que
hicimos, murió dejándonos un bebé prematuro y una hija de dos años.
Nos iba a resultar difícil mantener el bebé con vida porque
no teníamos incubadora (¡no había electricidad para hacerla funcionar!), ni
facilidades especiales para alimentarlo.
Aunque vivíamos en el ecuador africano, las noches
frecuentemente eran frías y con vientos traicioneros. Una estudiante de partera
fue a buscar una cuna que teníamos para tales bebés, y la manta de lana con la
que lo arroparíamos.
Otra fue a llenar la bolsa de agua caliente. Volvió enseguida
diciéndome irritada que al llenar la bolsa, había reventado. La goma se
deteriora fácilmente en el clima tropical. "¡Y era la última bolsa que nos
quedaba!", exclamó, y no hay farmacias en los senderos del bosque".
"Muy bien", dije, "pongan al bebé lo más cerca
posible del fuego y duerman entre él y el viento para protegerlo de éste. Su
trabajo es mantener al bebé abrigado".
Al mediodía siguiente, como hago muchas veces, fui a orar con
los niños del orfanato que se querían reunir conmigo. Les hice a los niños
varias sugerencias de motivos para orar y les conté lo del bebé prematuro.
Les dije el problema que teníamos para mantenerlo abrigado y
les mencioné que se había roto la bolsa de agua caliente y el bebé se podía
morir fácilmente si tomaba frío. También les dije que su hermanita de dos años
estaba llorando porque su mamá había muerto.
Durante el tiempo de oración, Ruth, una niña de 10 años oró
con la acostumbrada seguridad consciente de los niños africanos:
"Por favor Dios", oró, "mándanos una bolsa de
agua caliente. Mañana no servirá porque el bebé ya estará muerto. Por eso,
Dios, mándala esta tarde".
Mientras yo contenía el aliento por la audacia de su oración
la niña agregó:
"Y mientras te encargas de ello, ¿podrías mandar una
muñeca para la pequeña, y así pueda ver que Tú le amas realmente?"
Frecuentemente las oraciones de los chicos me ponen en
evidencia. ¿Podría decir honestamente "Amén" a esa oración? No creía
que Dios pudiese hacerlo.
Sí, claro, sé que Él puede hacer cualquier cosa. Pero hay
límites, ¿no? Y yo tenía algunos grandes "peros".
La única forma en la que Dios podía contestar esta oración en
particular, era enviándome un paquete de mi tierra natal. Había ya estado en
África casi cuatro años y nunca jamás recibí un paquete de mi casa.
De todas maneras, si alguien llegara a mandar alguno, ¿quién
iba a poner una bolsa de agua caliente?
A media tarde cuando estaba enseñando en la escuela de
enfermeras, me avisaron que había llegado un auto a la puerta de mi casa.
Cuando llegué, el auto ya se había ido, pero en la puerta había un enorme
paquete de once kilos. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
Por supuesto no iba abrir el paquete yo sola, así que invité
a los chicos del orfanato a que juntos lo abriéramos.
La emoción iba en aumento. Treinta o cuarenta pares de ojos
estaban enfocados en la gran caja.
Había vendas para los pacientes del leprosario y los chicos
un poco aburridos. Luego saqué una caja con pasas de uvas variadas, lo que
serviría para hacer una buena tanda de panecitos el fin de semana.
Volví a meter la mano y sentí... ¿sería posible? La agarré y
la saqué... ¡Sí, era una bolsa de agua caliente nueva!
Lloré... Yo no le había pedido a Dios que mandase una bolsa
de agua caliente, ni siquiera creía que Él podía hacerlo. Ruth estaba sentada
en la primera fila, y se abalanzó gritando:
"¡Si Dios mandó la bolsa, también tuvo que mandar la
muñeca!"
Escarbé el fondo de la caja y saqué una hermosa muñequita. A
Ruth le brillaban los ojos.
Ella nunca había dudado. Me miró y dijo: "¿Puedo ir
contigo a entregarle la muñeca a la niñita para que sepa que Dios la ama de
verdad?
Ese paquete había estado en camino durante cinco meses. La
había preparado mi antigua profesora de religión, quien había escuchado y
obedecido la voz de Dios que la impulsó a mandarme la bolsa de agua caliente, a
pesar de estar en el ecuador africano.
Y una de las niñas había puesto una muñequita para alguna
niñita africana cinco meses antes en respuesta a la oración de fe de una niña
de diez años que la había pedido para esa misma tarde.
Esto nos habla de la fuerza que tiene la oración que se hace
con fe y confianza.
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