"Ventana abierta"
Domingo de Pentecostés. Ciclo A
Fe Adulta
LA IMPORTANCIA DEL ESPÍRITU
La liturgia de la misa no ha tratado
muy bien al Espíritu Santo. En el Gloria, después de extenderse en el Padre y
el Hijo, al final, casi por compromiso, se añade: «con el Espíritu Santo, en la
gloria de Dios Padre». Y el Credo, aunque lo reconoce «Señor y dador de vida»,
da más importancia a su relación con las otras personas divinas («procede del
Padre y del Hijo») y limita su acción al Antiguo Testamento («habló por los
profetas»). Afortunadamente, los textos bíblicos ofrecen una imagen mucho más
rica. Pero también más compleja. Lucas y Juan ofrecen dos versiones muy
distintas del don del Espíritu Santo, porque cada uno quiere ofrecer un mensaje
peculiar. Pero es preferible comenzar por el texto más antiguo, el de la
primera carta a los Corintios (escrita hacia el año 51).
La importancia del Espíritu (1 Corintios 12,
3b-7.12-13)
En este pasaje Pablo habla de la acción
del Espíritu en todos los cristianos. Gracias al Espíritu confesamos a
Jesús como Señor (y por confesarlo se jugaban la vida, ya que los romanos
consideraban que el Señor era el César). Gracias al Espíritu existen en la
comunidad cristiana diversidad de ministerios y funciones (antes de
que el clero los monopolizase casi todos). Y, gracias al Espíritu, en la
comunidad cristiana no hay diferencias motivadas por la religión
(judíos ni griegos) ni las clases sociales (esclavos ni libres). En la carta a
los Gálatas dirá Pablo que también desaparecen las diferencias basadas en el
género (varones y mujeres). En definitiva, todo lo que somos y tenemos los
cristianos es fruto del Espíritu, porque es la forma en que Jesús resucitado
sigue presente entre nosotros.
La versión de Lucas (Hechos de los
apóstoles 2,1-11)
A nivel individual, el Espíritu se comunica
en el bautismo. Pero Lucas, en los Hechos, desea inculcar que la venida del
Espíritu no es sólo una experiencia personal y privada, sino de toda la
comunidad. Ya lo había anunciado el profeta Joel cuando dijo que el Señor
enviaría su espíritu sobre todos los israelitas sin distinción de género (hijos
e hijas) de edad (ancianos y jóvenes) ni de clase social (siervos y siervas).
Por eso viene sobre todos los presentes, que, como ha dicho poco antes, era
unas ciento veinte personas (cantidad simbólica: doce por diez). Al mismo
tiempo, vincula estrechamente el don del Espíritu con el apostolado. El
Espíritu no viene solo a cohesionar a la comunidad internamente, también
la lanza hacia fuera para que proclame «las maravillas de Dios», como
reconocen al final los judíos presentes.
La representación pictórica más famosa de
esta escena es del cuadro de El Greco, conservado en el museo del Prado. Hay en
él un detalle que puede pasar desapercibido: junto a la Virgen se encuentra
María Magdalena. Por consiguiente, el Espíritu Santo no baja solo sobre los
Doce (representantes de los obispos) sino también sobre la Virgen (se le
permite, por ser la madre de Jesús) e incluso sobre una seglar de pasado dudoso
(a finales del siglo XVI María Magdalena no gozaba de tan buena fama como entre
las feministas actuales). El Greco no podía pintar una comunidad de ciento
veinte personas, pero ha sugerido la diversidad y totalidad del don a través de
la Magdalena.
La versión de Juan 20, 19-23
Este pasaje ya lo leímos el segundo
domingo de Pascua. En el comentario que entonces envié destacaba los distintos
temas: el miedo de los discípulos, el saludo de Jesús, la prueba de las
manos y el costado, la alegría de los discípulos, la misión y el don del
Espíritu. Recuerdo lo que dije a propósito del último tema, fundamental en
la fiesta de hoy.
Los evangelios de Mc y Mt no dicen nada de
este don, y Lucas lo reserva para el día de Pentecostés. El cuarto evangelio lo
sitúa en este momento, vinculándolo con el poder de perdonar o retener los
pecados. ¿Cómo debemos interpretar este poder? No parece que se refiera a
la confesión sacramental, que es una práctica posterior. En todos los otros
evangelios, la misión de los discípulos está estrechamente relacionada con el
bautismo. Parece que en Juan el perdonar o retener los pecados tiene el sentido
de admitir o no admitir al bautismo, dependiendo de la preparación y
disposición del que lo solicita.
Conclusión
Estas breves ideas dejan clara la importancia
esencial del Espíritu en la vida de cada cristiano y de la Iglesia. El
lenguaje posterior de la teología, con el deseo de profundizar en el misterio,
ha contribuido a alejar al pueblo cristiano de esta experiencia fundamental. En
cambio, la preciosa Secuencia de la misa ayuda a rescatarla.
El don de lenguas
«Y empezaron a hablar en diferentes
lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse». El primer problema
consiste en saber si se trata de lenguas habladas en otras partes del mundo, o
de lenguas extrañas, misteriosas, que nadie conoce. En este relato es claro
que se trata de lenguas habladas en otros sitios. Los judíos presentes
dicen que «cada uno los oye hablar en su lengua nativa». Pero esta
interpretación no es válida para los casos posteriores del centurión Cornelio y
de los discípulos de Éfeso. Aunque algunos autores se niegan a distinguir dos
fenómenos, parece que nos encontramos ante dos hechos distintos: hablar idiomas
extranjeros y hablar «lenguas extrañas» (lo que Pablo llamará «las lenguas de
los ángeles»).
El primero es fácil de racionalizar. Los
primeros misioneros cristianos debieron enfrentarse al mismo problema que
tantos otros misioneros a lo largo de la historia: aprender lenguas
desconocidas para transmitir el mensaje de Jesús. Este hecho, siempre difícil,
sobre todo cuando no existen gramáticas ni escuelas de idiomas, es algo que
parece impresionar a Lucas y que desea recoger como un don especial del
Espíritu, presentando como un milagro inicial lo que sería fruto de mucho
esfuerzo.
El segundo es más complejo. Lo conocemos a
través de la primera carta de Pablo a los Corintios. En aquella comunidad, que
era la más exótica de las fundadas por él, algunos tenían este don, que
consideraban superior a cualquier otro. En la base de este fenómeno podría
estar la conciencia de que cualquier idioma es pobrísimo a la hora de hablar de
Dios y de alabarlo. Faltan las palabras. Y se recurre a sonidos extraños,
incomprensibles para los demás, que intentan expresar los sentimientos más
hondos, en una línea de experiencia mística. Por eso hace falta alguien que
traduzca el contenido, como ocurría en Corinto. (Creo que este fenómeno,
curiosamente atestiguado en Grecia, podría ponerse en relación con la tradición
del oráculo de Delfos, donde la Pitia habla un lenguaje ininteligible que es interpretado
por el “profeta”).
Sin embargo, no es claro que esta
interpretación tan teológica y profunda sea la única posible. En ciertos grupos
carismáticos actuales hay personas que siguen «hablando en lenguas»; un
observador imparcial me comunica que lo interpretan como pura emisión de
sonidos extraños, sin ningún contenido. Esto se presta a convertirse en un
auténtico galimatías, como indica Pablo a los Corintios. No sirve de nada a los
presentes, y si viene algún no creyente, pensará que todos están locos.
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