"Ventana abierta"
EL SECRETO DE LA FELICIDAD
Web católico de Javier Olivares
Cierto mercader envió
a su hijo con el más sabio de todos los hombres para que aprendiera el secreto
de la felicidad. El joven anduvo durante cuarenta días por el desierto, hasta
que llegó a un hermoso castillo, en lo alto de la montaña. Allí vivía el sabio
que buscaba.
Sin embargo, en vez de encontrar a un hombre santo, nuestro
joven entró en una sala y vio una actividad inmensa; mercaderes que entraban y
salían, personas conversando en los rincones, una pequeña orquesta que tocaba
melodías suaves y una mesa repleta de los más deliciosos manjares de aquella
región del mundo.
El sabio conversaba con todos, y el joven tuvo que esperar
dos horas para que lo atendiera.
El sabio escuchó atentamente el motivo de su visita, pero le
dijo que en aquel momento no tenía tiempo de explicarle el secreto de la
felicidad. Le sugirió que diese un paseo por su palacio y volviese dos horas
más tarde.
-Pero quiero pedirte un favor- añadió el sabio entregándole
una cucharita de té en la que dejó caer dos gotas de aceite-. Mientras caminas,
lleva esta cucharita y cuida que el aceite no se derrame.
El joven comenzó a subir y bajar las escalinatas del palacio
manteniendo siempre los ojos fijos en la cuchara. Pasadas las dos horas,
retornó a la presencia del sabio.
¿Qué tal?- preguntó el sabio- ¿Viste los tapices de Persia
que hay en mi comedor? ¿Viste el jardín que el Maestro de los Jardineros tardó
diez años en crear? ¿Reparaste en los bellos pergaminos de mi biblioteca?
El joven avergonzado, confesó que no había visto nada. Su
única preocupación había sido no derramar las gotas de aceite que el Sabio le
había confiado.
Pues entonces vuelve y conoce las maravillas de mi mundo
-dijo el Sabio-. No puedes confiar en un hombre si no conoces su casa.
Ya más tranquilo, el joven tomó nuevamente la cuchara y
volvió a pasear por el palacio, esta vez mirando con atención todas las obras
de arte que adornaban el techo y las paredes.
Vio los jardines, las montañas a su alrededor, la delicadeza
de las flores, el esmero con que cada obra de arte estaba colocada en su lugar.
De regreso a la presencia del Sabio, le relató detalladamente
todo lo que había visto.
¿Pero dónde están las dos gotas de aceite que te confié?
-preguntó el Sabio-.
El joven miró la cuchara y se dio cuenta de que las había
derramado.
Pues éste es el único consejo que puedo darte - le dijo el
más Sabio de todos los Sabios-.
El secreto de la felicidad está en mirar todas las maravillas
del mundo, pero sin olvidarse nunca de las dos gotas de aceite en la cuchara.
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