"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES
DE LA TERCERA SEMANA DE PASCUA
¿Qué ocurrió en ese instante enceguecedor en
que Saulo cayó en tierra, que le hizo entregarse a la causa de Jesús?
Hemos estado leyendo como primera lectura el
libro de los Hechos de los Apóstoles. Durante esta semana hemos sido testigos
de la predicación y martirio de Esteban, y cómo tras su muerte se recrudeció la
persecución contra los discípulos de Jesús, lo que hizo que estos abandonaran
la ciudad de Jerusalén y comenzaran a evangelizar en Judea y Samaria. Luego
vimos a Felipe convertir y bautizar al funcionario de la reina de Etiopía en el
camino a Gaza, para de allí seguir llevando la Buena Noticia hasta el mismo
corazón de África, en lo que hoy día es Sudán. Ese celo apostólico encendido
por la fe Pascual y el poder del Espíritu Santo que llevaría a los discípulos a
evangelizar el mundo entero.
En la lectura de hoy (Hc 9,1-20) vemos a Dios,
en su infinita sabiduría que rebasa toda comprensión humana, colocar la última
pieza del rompecabezas para configurar su plan de salvación. Esta lectura nos
narra la conversión de san Pablo. Esa fue precisamente la persona que Jesús, en
su sabia “necedad”, escogió para ser el “súper apóstol” que necesitaba para que
su Iglesia, pequeña como un grano de mostaza, extendiera sus ramas hasta los
confines de la tierra.
¿Qué ocurrió en ese instante enceguecedor en
que Saulo cayó en tierra, que le hizo entregarse a la causa de Jesús? Nunca lo
sabremos, pero de lo que yo estoy seguro es que Jesús le mostró a Pablo en ese
instante un Amor como no había conocido jamás, y en ese momento Saulo conoció
la Verdad, que como hemos dicho en ocasiones anteriores, es el Amor
incondicional que Dios nos tiene. El impacto de ese Amor fue tal, que Pablo
experimentó una conversión instantánea. Ya no había marcha atrás; había
conocido el Amor de Dios, y ese Amor lo impulsó, lo obligó a compartirlo; no
pudo evitarlo, era una fuerza superior a la de él.
El perseguidor se enamoró del perseguido y se
sintió llevado a predicar el amor hacia Él a todos. Eso le llevaría a
evangelizar a los pueblos paganos, lo que le ganó el título de “apóstol de los
gentiles”.
La pregunta obligada es: Y tú, ¿has sentido ese
Amor? ¿Has tenido un encuentro íntimo con el Resucitado? Si has sentido un
impulso incontrolable de predicar ese Amor a todos, no hay duda de que lo has
tenido. Pero si todavía no lo has tenido, lo bueno es que todavía estás a
tiempo.
En la lectura evangélica de hoy (Jn 6,51-59)
continuamos leyendo el “discurso del pan de vida” que también hemos venido
leyendo durante la última semana. Jesús nos dice: “Mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre
habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el
Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí”. Si crees en Jesús y le
crees a Jesús, es decir, si tienes fe, creerás que Él está real y
sustancialmente presente en las especies eucarísticas, con todo su cuerpo,
sangre, alma y divinidad. Te acercarás a la Santa Eucaristía, y Él habitará en
ti, y tú habitarás en Él. Entonces conocerás su Amor, y vivirás por Él, como lo
hizo Saulo de Tarso después de aquél encuentro en el camino a Damasco.
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