"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES DE LA CUARTA
SEMANA DE CUARESMA
“Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el
que es veraz”.
El pasaje que nos presenta la liturgia de hoy
como primera lectura (Sab 2,1a.12-22) parece un adelanto (como esos que nos dan
en el cine) del drama de la Pasión que vamos a contemplar al final de la
Cuaresma. El libro de la Sabiduría es uno de los llamados “deuterocanónicos”
que no forman parte de la Biblia protestante. Fue escrito durante la era de la
restauración, luego del destierro en Babilonia. Sin este libro la Biblia se
quedaría “coja”, pues el mismo sirve como una especie de “puente” entre el
Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento.
Cuando leemos este pasaje nos parece estar
escuchando a los perseguidores de Jesús. Luego de reprochar su conducta,
enfatizando su osadía al llamarse “Hijo del Señor”, deciden acabar con Él:
“Veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si
es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos;
lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su
moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues
dice que hay quien se ocupa de él”.
Esta lectura nos sirve de preámbulo al pasaje
del Evangelio según san Juan que contemplamos hoy (Jn 7,1-2.10.25-30). Este es
uno de esos pasajes que la liturgia nos presenta fragmentados, por lo que es
recomendable leerlo en su totalidad (los versículos 1-30), para poder
entenderlo.
Juan nos reafirma la persona de Jesús como
enviado del Padre, el único que le conoce y, por tanto, el único vehículo para
conocer al Padre. “A mí me conocéis, y conocéis de dónde vengo. Sin embargo, yo
no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; a ése vosotros no lo
conocéis; yo lo conozco, porque procedo de él, y él me ha enviado”.
Pero la trama sigue complicándose. Vemos cómo
el cerco va cerrándose cada vez más alrededor de la persona de Jesús, cómo va
desarrollándose la conspiración que dentro de unos días se concretizará. Él
está viviendo la experiencia de sentirse acorralado, rodeado de odio. Ve
acercarse el fin… Tiene que ser cuidadoso, mide sus actuaciones, porque
“todavía no ha llegado su hora”.
Dentro de todo este drama, Jesús se mantiene
cauteloso pero sereno. Sabe quién le ha enviado y para qué ha sido enviado.
Tiene que cumplir su misión salvadora. Se siente amado por el Padre y conoce
sus secretos. Todo está en manos del Padre.
Jesús nos revela que Dios es nuestro Padre (Mt
6,9, Lc 11,2), por eso, al igual que Él, somos hijos de Dios (Jn 1,12; Rm
8,15-30) y coherederos de la gloria.
Contemplamos la serenidad, la paz de Jesús en
medio de la persecución y el odio que le rodeaba, y sabemos que esa paz es
producto de saberse amado por el Padre. Ese amor que le permite sentirse
acompañando en medio del desierto. Vivía esa intimidad con el Padre, que se
nutría de la oración constante.
Hoy, pidamos al Señor que nos conceda la gracia
de vivir como Él esa intimidad con el Padre, para que seamos reconfortados por
Su presencia en medio de la tribulación. Abandonarnos a Su misericordia, como
un niño en brazos de su padre o, mejor aún, su madre. Ese es el secreto.
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