"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE PASCUA
“En cambio, el que realiza la verdad se acerca
a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.
La lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para hoy (Jn 3,16-21) es la culminación del diálogo de Jesús con
Nicodemo que hemos venido comentando. Algunos exégetas sostienen que esta parte
del diálogo no fue pronunciada por Jesús, sino que es una conclusión teológica
que el autor añade a lo que pudo ser el diálogo original. Lo cierto es que en
esta parte del diálogo Jesús llega a una mayor profundidad en la revelación de
su propio misterio.
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo
único” … Todo es iniciativa de Dios, iniciativa de amor y su máxima expresión:
la Misericordia. Todo el relato evangélico de Juan, toda su teología, gira en
torno a este principio del amor gratuito, incondicional, e infinito de Dios,
que es el Amor mismo. Analicemos esta frase. El uso del superlativo “tanto”,
implica que ese amor no tiene límites, es hasta el fin, hasta el extremo (Jn
13,2). Juan no cesa de repetirlo. Dios nos ama con locura, con pasión; y ese
amor lo llevó a regalarnos a su propio Hijo, para que todos podamos salvarnos,
“para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida
eterna”. Tanto nos ama Jesús, tanto te ama, tanto me ama…
Y todo el que conoce ese amor incondicional de
Dios cree en Él. “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en
Él” (1 Jn 4,16).
Pero Dios nos ama tanto que respeta nuestra
libertad, nuestro libre albedrío; nos da la opción del aceptar el regalo o
rechazarlo: “El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”. Para mostrar su
punto, Juan echa mano de la contraposición entre la luz y las tinieblas: “El
juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la
tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra
perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por
sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se
vea que sus obras están hechas según Dios”.
En el mismo Evangelio Jesús dirá más adelante:
“Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que
tendrá la luz de la Vida” (Jn 8,12)
En el pasaje que nos ocupa hoy vemos que la
contraposición entre la luz y las tinieblas no depende del conocimiento de
Jesús y su doctrina, sino de nuestras obras. “El que obra perversamente detesta a Luz… el que realiza la verdad se acerca a la Luz, para que
vea que sus obras están hechas según Dios”. Es claro: todo el que ha conocido el amor
de Dios no tiene más remedio que reciprocarlo, y esa reciprocidad se traduce en
obras. Es “la fe que se ve” … “La fe, si no va acompañada de las obras, está
completamente muerta”… “el hombre no es justificado sólo por la fe, sino
también por las obras” (St 2,17.24). En eso consiste el plan de salvación que
Jesús nos presenta.
Dios es amor. Él no condena a nadie como lo haría un juez humano. Cada uno de nosotros, según nuestro modo de actuar, estamos forjando nuestra salvación o condenación. El cielo, la salvación, comienza aquí. ¡Manos a la obra!
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