"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA
¡Verdaderamente ha resucitado! Aleluya,
aleluya, aleluya.
¡Cristo ha resucitado! Ese ha sido nuestro
“grito de batalla”, nuestra exclamación de júbilo durante una semana. Estamos
culminando la Octava de Pascua, esa prolongación litúrgica del júbilo de la
Resurrección que termina mañana. Y la lectura evangélica que nos propone la
liturgia (Mc 16,9-15) es un resumen de las apariciones de Jesús narradas por
los demás evangelistas, el signo positivo de que Jesús está vivo. Habiendo sido
el relato de Marcos cronológicamente el primero en escribirse, algunos exégetas
piensan que esta parte del relato no fue escrita por Marcos, sino añadida
posteriormente en algún momento durante los siglos I y II, tal vez para
sustituir un fragmento perdido del relato original. Otros, por el contrario,
aluden a una fuente designada como “Q”, de la cual los sinópticos se nutrieron.
El pasaje comienza con la aparición a María
Magdalena, continúa con la aparición a los caminantes de Emaús, y culmina con
la aparición a los Once “cuando estaban a la mesa” (de nuevo el símbolo
eucarístico). El autor subraya la incredulidad de los Once ante el anuncio de
María Magdalena y los de Emaús. Tal vez quiera enfatizar que los apóstoles no
eran personas que se creían cualquier cuento, que su fe no se consolidó hasta
que tuvieron el encuentro con el Resucitado. Ese detalle le añade credibilidad
al hecho de la Resurrección. Algo extraordinario tiene que haber ocurrido que
les hizo cambiar de opinión y encendió en ellos la fe Pascual.
Termina con la última exhortación de Jesús a
sus discípulos (y a nosotros): “ld al mundo entero y proclamad el Evangelio a
toda la creación”.
Esa fe Pascual, avivada por el evento de
Pentecostés, es la que brinda a los apóstoles la valentía para enfrentar a las
autoridades judías en la primera lectura (Hc 4,13-21) de hoy, que es
continuación de la de ayer en la que habían pasado la noche en la cárcel por
predicar la resurrección de Jesús en cuyo nombre obraban milagros y anunciaban
la Buena Noticia del Reino, siguiendo el mandato de Jesús de ir al mundo entero
y proclamar el Evangelio a toda la creación.
Confrontados con sus acusadores, quienes
intentaban prohibirle “predicar y enseñar el nombre de Jesús”, Pedro, lleno del
Espíritu Santo, proclamó: “Nosotros no podemos menos de contar lo que hemos
visto y oído”. Recordemos las palabras de Jesús al concluir el relato de la
aparición de Jesús en medio de ellos en el Evangelio del jueves (Lc 24,35-48),
en el que concluye diciendo: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por
Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”.
Concluye la primera lectura diciendo que “no
encontraron la manera de castigarlos, porque el pueblo entero daba gloria a
Dios por lo sucedido”. El poder de la Palabra, “más cortante que espada de
doble filo” (Hb 4,2). Imposible de resistir…
Durante esta semana hemos estado celebrando la
Resurrección de Jesús. No se trata de un acontecimiento del pasado; se trata de
un acontecimiento presente, tan real como lo fue para los Once y los demás
discípulos. Y como Pedro en la primera lectura, estamos llamados a ser
testigos. ¡Jesús vive; verdaderamente ha resucitado! ¡Aleluya, aleluya,
aleluya!
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