"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL VIERNES
DE LA OCTAVA DE PASCUA
“Vamos, almorzad”. Ninguno de los discípulos se
atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
La lectura evangélica que nos presenta la
liturgia para hoy, viernes de la Octava de Pascua, es la tercera aparición de
Jesús a sus discípulos en el relato evangélico de Juan (21,1-14). Esta
narración la coloca Juan en un apéndice o epílogo de su relato evangélico. Da
la impresión de que se le había olvidado este relato de “la pesca milagrosa”
que él consideró importante, y como ya había concluido su evangelio, se lo
añade al final. Y para darle continuidad a la trama, nos lo presenta con Jesús
ya resucitado y con su cuerpo glorificado. Por eso vemos cierto grado de
misterio sobre su identidad al comienzo del relato, pues de primera intención
no lo reconocen.
Les invito a comparar este con el mismo relato
en Lucas (5,1-11), donde el episodio ocurre en el contexto de una predicación
de Jesús en la cual se sube a la barca de Pedro para continuar predicando por
el gentío tan grande que se había congregado y luego, por indicación de Jesús,
salen a pescar y ocurre la “pesca milagrosa”.
Aparte del simbolismo obvio de la barca de
Pedro con la Iglesia, y de las redes con la predicación la Palabra por parte de
los apóstoles y cómo esta dará fruto abundante, Juan le añade otros elementos y
símbolos en función de su tesis, para hacer su relato cónsono con los relatos
de las apariciones de Jesús.
Así, por ejemplo, le añade un elemento que no
encontramos en el relato de Lucas: Jesús, con su cuerpo glorificado, come
delante de los discípulos, y es Él mismo quien reparte el pan y los peces. Este
detalle nos evoca la insistencia de parte de Jesús en comer delante de sus
discípulos, al igual que vimos en el relato de los discípulos de Emaús (Lc
24,13-35) y en la continuación que contemplamos ayer (Lc 24,35-48), hecho que,
además de enfatizar la realidad de la resurrección, nos presenta un símbolo de
la Eucaristía.
Otro detalle que Juan le añade; el número de
“peces grandes” que sacaron de la red: “ciento cincuenta y tres”. Podemos
preguntar: ¿Habrán realmente contado los peces? ¿Por qué la insistencia de Juan
en mencionar el número de peces? Recordemos que Juan escribe su relato
evangélico hacia el año 100, en plena persecución de los cristianos por parte
del Imperio Romano, por cuyo territorio el anuncio del Reino iba expandiéndose
cada vez más. Si tomamos la barca de Pedro como símbolo de la Iglesia, y las
redes como símbolo de la predicación de la Palabra (una red que a pesar del
número tan grande de peces “no se rompió”) en el contexto histórico de la
época, encontramos que ciento cincuenta y tres era el número de provincias del
Imperio Romano. Es decir que el anuncio del Reino, y el testimonio de la
gloriosa Resurrección de Jesús, habrían de llegar a los confines del mundo
conocido, y la red no se rompería.
Jesús llamó a los de su época a dar testimonio
de Él, y esa Palabra es “viva y eficaz” (Hb 4,12). Así nos interpela a nosotros
hoy también. Que nuestras palabras durante la liturgia eucarística, al decir:
“Anunciamos Tu muerte; proclamamos Tu resurrección”, no sean tan solo una
fórmula ritual, sino un plan de vida.
¡Atrévete!
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