"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA
FIESTA DE SANTA CATALINA DE SIENA, VIRGEN Y DOCTORA DE LA IGLESIA
El 29 de abril de 2006, Fiesta de Santa Catalina de Siena, hice mi profesión perpetua en la Tercera Orden de Santo Domingo de Guzmán.
Hoy es un día
sumamente especial para mí. Hace exactamente dieciséis años, el 29 de abril de
2006, Fiesta de Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia, y
terciaria dominica, hice mi profesión perpetua en el Laicado Dominico, sucesor
de la Tercera Orden de Santo Domingo de Guzmán. El hecho de que el Señor me
haya concedido la gracia de pertenecer a la misma Orden que Santa Catalina de
Siena, Santa Rosa de Lima, y otros tantos santos y santas de la Orden que
fueron terciarios dominicos, me impone una gran responsabilidad que trato de
cumplir a cabalidad. Ruego al Señor, por la intercesión de Nuestro Padre Santo
Domingo de Guzmán, que me dé la perseverancia para llevar con dignidad el
hábito de su Venerable Orden.
Aunque en Puerto Rico es memoria obligatoria, para nosotros los dominicos
es Fiesta. Y para esta Fiesta litúrgica nos apartamos momentáneamente de la
liturgia pascual, y contemplamos el evangelio según san Mateo (11,25-30), que
se divide en dos partes, y que en cierta medida describe la vida y misión de
esta gran santa. La primera parte nos permite comprender cómo una mujer,
sencilla, analfabeta, pudo poseer una profundidad teológica tal que le hizo
acreedora del título de doctora de la Iglesia: “Te doy gracias, Padre, Señor de
cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se
las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo
me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Catalina de Siena nació a mediados del siglo XIV, y desde joven sintió el llamado
a la vida virtuosa. En contra de las pretensiones de su padre, quien quería
casarla con un hombre adinerado, ella optó por hacer voto de castidad e
ingresar a la tercera orden de Santo Domingo, convirtiéndose en terciaria
dominica, estado en el que permanecería por el resto de su vida. Vivió su
vocación cuidando de los huérfanos, menesterosos y enfermos. Mientras tanto
crecía en sabiduría a pesar de que no sabía leer ni escribir.
Su sabiduría la llevó a ser consejera de príncipes, gobernantes y papas,
siendo la responsable de que el papa Gregorio XI abandonara su exilio en Aviñón
y retornara a Roma. Durante su corta vida sirvió como embajadora y diplomática
de al menos dos papas, el mismo Gregorio XI y Urbano XIV, quienes le
encomendaron tareas bien delicadas que desempeñó con prudencia, inteligencia y
eficacia. Aunque, como hemos dicho, era analfabeta, dictó libros y cartas que
manifestaban la profundidad de su pensamiento teológico, el que reflejaba tal
comunión con Dios que le permitía escudriñar los misterios de fe que
permanecían ocultos a “los sabios y entendidos”.
Tal vez nunca lleguemos a alcanzar el grado de compenetración con el
Misterio que santa Catalina logró, pero si nos abrimos al Amor incondicional de
Dios, escuchamos Su Palabra, e intentamos de corazón seguir los pasos de Su
Hijo, conoceremos la Verdad, y esa Verdad nos hará libres (Jn 8,32). Ese fue
tal vez el secreto de santa Catalina de Siena.
Santa Catalina de Siena, ¡ruega por nosotros!…
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