"Ventana abierta"
RINCÓN PARA ORAR
SOR MATILDE
DICHOSOS LOS QUE CREAN
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
24 Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
25 Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.»
26 Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.»
27 Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.»
28 Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.»
29 Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.»
30 Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro.
31 Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. (Jn. 20, 19-31)
Y el saludo de Jesús es: “¡Paz a vosotros!”. Sabemos que, en Jesús, no son sólo palabras, sino fuerza de Dios y realidad porque el mismo Señor, es nuestra Paz... Y sólo, cuando su mente y corazones se hallan envueltos en esta Paz, “les enseña las manos y el costado” ... Entonces, como en un sacramento, reconocen el Maestro: “una realidad visible, signo de algo invisible” que, sólo se puede descubrir en la fe que, lleva la Paz del Resucitado. Y con esta Paz, “se llenaron de alegría al ver al Señor”. Oyeron su voz inconfundible, vieron su Cuerpo sagrado, Resucitado, con las señales de las heridas en manos y costado... Y no necesitaron palparle, estaba claro que, ¡era el Señor vivo, después de haber muerto y resucitado!...
Estás realidades sobrenaturales, van más allá de los sentidos corporales, se asientan en una fe viva, que, oye ve y toca el cielo, por la fuerza de la gracia que, el Resucitado les confiere... E inmediatamente les revela que, todo esto, es en vistas a la misión, al envío a todas las gentes, para que comuniquen estas verdades que, nos libran del pecado y nos llevan a gustar de Dios, para una vida eterna: “Recibid el Espíritu Santo para que perdonéis, con mi fuerza, todos los pecados de los hombres”. El aliento de Jesús, es el Espíritu Santo que, Dios da a los que creen en Jesús, como Enviado del Padre. Es la venida del Espíritu Santo a los apóstoles, antes de la definitiva, el día de Pentecostés sobre toda la Iglesia congregada en oración...
Pero he aquí que, de estas “alturas” de la presencia divino -humana de Jesús, descendemos al valle de la desconfianza del corazón humano que, no puede imaginarse estas maravillas: “Tomás, no estaba con ellos cuando vino Jesús y ante el testimonio de éstos: ¡hemos visto al Señor!, se cierra en su incredulidad y exige la experiencia de sus sentidos para creer... Y Jesús, condesciende con la debilidad de su fe y se les aparece de nuevo. Ahora para decirle a Tomás: “toma todas las seguridades que deseas... Pero mira, no has de ser incrédulo sino creyente, porque sólo son bienaventurados los que creen sin haber visto” ...
Que, en nuestra situación de fe en Jesús, podamos confesar: “¡Señor mío y Dios mío!” … ¡Gracias Señor por tus llagas que, ellos vieron y nos contaron su testimonio, y nosotros por la fe, nos apoyamos en la Palabra de Jesús que, nos transmitieron los apóstoles!... Por esto, somos ya, aquí y ahora, dichosos y herederos de la vida eterna... ¡No dudemos nunca de lo que Jesús nos ha contado de su Padre- Dios y de la vida eterna, junto a Él, porque allí, quiere Nuestro Señor, llevarnos después de esta breve vida para que, seamos en Él y con Él, ¡felices para siempre!... ¡Amén, que así se haga en nosotros, por su gran misericordia!...
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