"Ventana abierta"
MUCHAS VECES NOS HEMOS PREGUNTADO: ¿POR QUÉ DIOS ME HA DADO UNA CRUZ TAN PESADA?
Escrito por: Pablo Perazzo, Máster en Educación.
Fuente: catholic-link.com
COMPARTIMOS 4 PUNTOS QUE NECESITAMOS ENTENDER
Si somos —como se suele decir— «católicos
practicantes» hemos escuchado muchas veces este pasaje: «Entonces Jesús dijo a
sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome
su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá. Pero el que
pierda su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 16, 24-25). Sin embargo, resulta
paradójico decir que Jesús nos quiere felices y alegres, cuando ser cristiano
implica seguir a una persona colgada de una cruz.
¿Cómo entender esto? Suenan sensatos los reclamos de quiénes reniegan de Dios —a veces nosotros mismos— porque tienen a un padre, madre o familiar muy querido, que murió por este virus que azota a la humanidad. Por no mencionar las cruces que seguramente ya cargamos hace años.
La vida implica cruces
Lo primero, es entender que Dios no nos envía
las cruces a nuestra vida. La vida en sí misma está teñida de dolor. Nuestra
vida está repleta de momentos maravillosos, pero también, ocasiones en las que
vivimos situaciones con mucho dolor. Empezando por los problemas personales,
que pueden ser desde algo corporal, pasando por problemas afectivos y
psicológicos, hasta problemas de índole moral o espiritual.
También están los problemas que podemos
experimentar en nuestras relaciones con otras personas. Empezando por aquellos
con los que vivimos bajo el mismo techo, ya sea el cónyuge, hijos o parientes
cercanos, amigos íntimos o del trabajo. Así como personas que, por
circunstancias totalmente inesperadas, pueden generar complicaciones severas.
Además, algunos sufrimientos son causados por una culpa personal. Así como otros, aparentemente, no tienen ninguna explicación. Ante estos problemas surge la pregunta: ¿Por qué me tocó a mí esta cruz?, ¿por qué tiene que sucederme esto a mí? Un hijo que nace con un problema genético, un familiar que tiene un episodio psiquiátrico, desastres naturales o por ejemplo, lo que estamos sufriendo todos, por culpa de este virus.
¿Por qué Dios permite que mi cruz
sea tan pesada?
En segundo lugar, efectivamente, es correcto
decir que estos males son permitidos por Dios. Si no, obviamente, no
existirían. Si Dios no los permitiera, no surgirían. Es una cuestión de simple
lógica. Sin embargo, si Dios es tan bueno, nos creó por amor, y quiere que
seamos felices… ¿por qué permite tanto sufrimiento?
El mal es un misterio. ¿Por qué? Justamente
porque Dios que es bueno y amoroso, y aparentemente no debería permitir ese
tipo de cosas. Parece como si algo «no encajara», no tuviera lógica. Y es que
efectivamente, ¡no tiene lógica! Esas cruces, y todo el mal que existe, no
debería ser una realidad. Dios no quiere nada de esto. El paraíso era un lugar
hermoso, donde nuestros primeros padres vivían en plena armonía con toda la
creación.
Entonces ¿cómo es posible que exista tanto mal?
La respuesta típica, sería decir que es culpa de nuestro pecado. Sin embargo,
prefiero responder a la pregunta desde otra perspectiva: ¡Porque Dios nos
quiere libres! Es decir, al crearnos a su imagen y semejanza, nos ha dado la
libertad.
La falta de lógica no está en Dios, sino en
nosotros, que en vez de ser fieles a su amor, encaminando nuestra libertad
hacia la felicidad, preferimos alejarnos de Él, optando por el mal. En nuestra
vida podemos elegir el camino del bien o del mal. No hay un camino intermedio.
Nos dirigimos a la alegría de Dios, o a la tristeza del maligno. A la luz del bien, o a la oscuridad del mal. A la Libertad de la verdad, o a la esclavitud de la mentira. A la felicidad del amor, o a la frustración del pecado. ¡Así es la vida… así son las cosas!
¿Pero si Dios sabía lo que iba a
pasar, por qué hizo las cosas así?
Es cierto que sabía que nuestros primeros
padres elegirían seguir la tentación del demonio. Pero si no tuviésemos la
posibilidad de optar por el mal, no seríamos libres, ni tampoco podríamos amar.
El amor es posible gracias a la libertad.
Libremente decido amar a la otra persona. Dios
quiere que, desde una opción libre, deseemos amarlo. No nos quiere obligar, y
por eso no puede negar la posibilidad de que optemos por el mal. ¡Aunque no lo
quiera!
Entonces, Dios no quiere el mal para nosotros.
Pero si no lo permitiera, estaría yendo en contra de nuestra libertad y por lo
tanto, en contra de lo que Él mismo creó. En otras palabras, Dios, por respetar
nuestra libertad y ser consecuente con su valor, permitió la posibilidad de que
eligiéramos el mal y todas sus consecuencias.
Dejó en nuestras manos la posibilidad de
seguirlo o no. Sabía lo que pasaría, pero —y esto es muy importante
comprenderlo— estuvo en nuestras manos el permanecer en el paraíso creado, y no
dejarnos seducir por la tentación del mal.
¿Entonces qué podemos hacer para
llevar nuestra cruz?
Adherirnos, con el uso adecuado de nuestra
libertad, al plan amoroso del Padre, siguiendo las huellas de nuestro Señor.
Hacer el mejor esfuerzo de nuestra parte por buscar la alegría y la felicidad,
realizándonos a través del amor.
¿Y cómo vivir el amor si estamos heridos por el
pecado? Siguiendo el camino que Dios Padre, rico en misericordia, nos
proporcionó a través de su Hijo único, quien se sacrificó para redimirnos del
pecado, a través de su muerte y resurrección. El amor de Cristo implica la
cruz, pero es el camino hacia la vida eterna.
¿Qué significa cargar la cruz? Ahora, podemos
entender que se trata de seguir a Cristo. Tener una relación personal de amor
con Él. Su amor venció el pecado, y es mucho más poderoso que el sufrimiento.
No cargamos la cruz porque queremos o nos guste sufrir. Sino porque aceptar
nuestra vida con todo lo que implica, siguiendo a Jesucristo, es el camino
hacia la felicidad. Ser cristiano es vivir en Cristo, seguir a Cristo.
Él es el camino para una vida llena de
felicidad, para experimentar la alegría de una vida nueva. Lo seguimos con toda
nuestra vida, desde las cosas que más nos gustan, hasta las que nos cuestan más
y exigen mucha generosidad, haciendo de nuestra vida un sacrificio de caridad.
¡Así que ánimo! No nos olvidemos que el Señor
está con nosotros, y cargamos juntos nuestra cruz.
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