"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL QUINTO DOMINGO DE
CUARESMA. (C)
“Yo tampoco te condeno. Anda, y en adelante no
peques más”.
Hoy celebramos la liturgia correspondiente al
quinto domingo de Cuaresma. El pasado domingo leíamos la parábola del hijo
pródigo o, como se conoce también, la parábola del padre misericordioso (Lc 15,
1-3.11-32). En esa parábola se nos presentaba el amor de un padre que perdona a
su hijo, quien se había marchado luego de pedirle su parte de la herencia al
padre (lo que equivalía a decirle que para él ya su padre estaba muerto), y
habiendo malgastado la herencia regresa a su hogar.
La lectura evangélica que se nos presenta para
hoy (Jn 8,1-11) también trata sobre el perdón, la misericordia, pero no es una
parábola, es un episodio real en la vida de Jesús. El pasaje trata sobre una
mujer que había sido sorprendida en adulterio y es traída delante de Jesús. No
se trataba de una mera sospecha, la mujer había sido “sorprendida”.
Para comprender el episodio hay que ponerlo en
contexto. Jesús estaba “enseñando” en el templo. En las lecturas de los días
anteriores hemos visto cómo el malestar de los escribas, fariseos y sumos
sacerdotes hacia la persona de Jesús había continuado creciendo. Por eso habían
decidido “eliminarlo”. Y vieron en esta situación una oportunidad para acusarlo
o, al menos, desacreditarle ante sus seguidores.
Por eso le dicen: “Maestro, esta mujer ha sido
sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las
adúlteras; tú, ¿qué dices?” Una pregunta “cargada”. Si contestaba que sí,
echaba por tierra todo lo que había predicado sobre el amor y el perdón. Si
contestaba que no, lo acusaban de violar la ley de Moisés. Por eso Jesús decide
ignorarlos, mientras “inclinándose, escribía con el dedo en el suelo”. Me
imagino la ira que esta actitud de Jesús despertó en ellos. Por eso insisten en
su pregunta. Ante su insistencia, Jesús “se incorporó y les dijo: ‘El que esté
sin pecado, que le tire la primera piedra’.” Y continuó escribiendo en el
suelo, mientras todos los que se disponían a lapidar a la mujer fueron
escabulléndose uno a uno, “empezando por los más viejos”, hasta que solo
quedaron Jesús y la mujer.
Luego se suscita el diálogo entre Jesús y la
mujer, que constata que todos sus acusadores se habían desaparecido sin
condenarla. Entonces Jesús le dijo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante
no peques más”.
A diferencia de los fariseos, que se creían
superiores a los demás y estaban prestos a levantar el dedo acusador contra
cualquiera que cometiera la más mínima transgresión a la ley, Jesús, el Verbo
encarnado, libre de mancha de pecado, no nos juzga, no nos condena. Tan solo
nos pide que no pequemos más. Se trata de la misericordia, de la manifestación
más pura del amor. El amor de una madre…
En lo que resta de esta Cuaresma, hagamos un
examen de conciencia. ¿Con cuanta facilidad juzgamos a nuestro prójimo? ¿Con
cuánta facilidad le condenamos? Cuando juzgamos a los demás es porque nos
creemos superiores a ellos; porque no tenemos de qué ser juzgados ni
condenados.
“El que esté sin pecado, que tire la primera piedra…”
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