"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL
LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA (CICLO C)
Cuando el quinto domingo de Cuaresma coincide con el ciclo C del tiempo
litúrgico, la lectura evangélica coincide con la del lunes de la quinta semana
(Jn 8,1-11). Por tanto, puede sustituirse por el siguiente pasaje (Jn 8,12-20):
Cristo Luz.
No obstante, la primera lectura (Dn 13,1-9.15-17.19-30.33-62) para este
día se mantiene, y nos presenta una trama parecida a la del Evangelio que
contemplábamos ayer, con una diferencia. En ambas se pretende juzgar a una
mujer adúltera, pero en la de ayer la mujer era culpable y en la de hoy la
mujer es inocente.
En la lectura evangélica de ayer se nos mostraba la misericordia y el
perdón de Dios hacia la pecadora; cómo Jesús no había venido a juzgar sino a
perdonar, no a condenar sino a salvar. En la primera lectura de hoy se nos
presenta a la inocente Susana que confía en el Señor y prefiere enfrentar a sus
calumniadores antes que pecar contra Él. Es una historia larga, que termina
desenmascarando a los acusadores y librando a Susana del castigo. Susana había
implorado al Señor: “Oh Dios eterno, que conoces los secretos, que todo lo
conoces antes que suceda, tú sabes que éstos han levantado contra mí falso
testimonio. Y ahora voy a morir, sin haber hecho nada de lo que su maldad ha
tramado contra mí”. Y el Señor escuchó su plegaria y suscitó el Espíritu Santo
en el joven Daniel, quien la salvó de sus detractores, porque “Dios salva a los
que esperan en él”.
De no ser por la intervención providencial del joven Daniel, todos estaban
prestos a condenarla, sin mayor indagación, confiando tan solo en el testimonio
de los dos ancianos libidinosos. Ayer hablábamos de cuán prestos estamos a
juzgar y condenar a los demás sin juzgarnos antes a nosotros mismos. Hoy vemos
cómo, inclusive, lo hacemos sin darles una oportunidad de defenderse, sin
escuchar su versión de los hechos, y cómo somos dados a la especulación cuando llega
el momento de juzgar y condenar (yo he sido objeto de esto y puedo dar fe de lo
que se siente). Y, peor aún, con cuánta facilidad repetimos un “chisme”, sin
averiguar su veracidad, y sin detenernos a pensar el daño que le causamos al
prójimo al hacerlo. “El que esté sin pecado, que tire la primera piedra”.
Si nos detuviéramos a juzgarnos nosotros mismos antes de hacerlo con los
demás, de seguro seríamos más benévolos con ellos.
La lectura evangélica de hoy (Jn 8,12-20), nos presenta a Jesús con otro
de los “Yo soy” del Evangelio de Juan, que nos apuntan a la divinidad de Jesús,
al poner en sus labios el nombre que Dios le reveló a Moisés en la zarza
ardiendo (Ex 3,14). Así, en contraposición a las tinieblas y la oscuridad del
odio y la mentira representados en la primera lectura de hoy, Jesús se nos
presenta como la luz. “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en
tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”.
Hoy día andamos en un mundo de tinieblas y Jesús se nos presenta como la
Luz verdadera, el único que puede apartar las tinieblas de nuestro entorno y
conducirnos a la Luz de su Pascua, simbolizada por el cirio pascual que hemos
de encender en la Vigilia Pascual. Jesús-Luz está invitándonos a seguirle en su
camino hacia la Pascua, que no es otra cosa que su victoria definitiva sobre el
pecado y la muerte.
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo” (Sal 22).
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