"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL DOMINGO
DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR (C)
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
reino”, Jesús le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”.
Hoy celebramos el Domingo de Ramos en la Pasión
del Señor, y la liturgia nos ofrece dos lecturas evangélicas, una para la
bendición de los ramos (Lc 19,28-40) y otra para la liturgia de la Palabra
propiamente (Lc 22, 17.14–23,56). La primera nos narra la entrada triunfal de
Jesús en Jerusalén, y la segunda nos presenta la Pasión según san Lucas, un
adelanto de lo que le espera a Jesús. En ambas la “multitud” juega un papel
importante. En la primera la multitud le aclama y alaba a Dios; en la segunda
esa misma multitud pide que le crucifiquen.
Si comparamos la actitud de esa multitud
anónima en ambas lecturas, vemos cuán volubles y manejables son las masas. Lo
mismo podemos decir de nosotros. En un momento estamos alabando y bendiciendo
al Señor mientras le recibimos en nuestros corazones, y al siguiente nos
dejamos seducir por el maligno y terminamos dándole la espalda y “crucificándole”.
Esta semana Santa que comienza hoy nos presenta otra oportunidad de hacer
introspección, examen de conciencia sobre nuestra actitud hacia Dios. ¿A cuál
de las dos multitudes pertenezco?
La segunda lectura nos da una esperanza. Hasta
el último momento Jesús pidió al Padre que perdonara a los que le crucificaron.
Más aún, cuando uno de los ladrones que estaban crucificados a su lado le
reconoció y le dijo: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, Jesús
le respondió: “Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Todavía
estamos a tiempo; Jesús nunca se cansa de esperar. Él quiere que nos salvemos;
esa es su voluntad. Pero no quiere, no puede obligarnos, pues respeta nuestra
libertad; por eso nos dio libre albedrío.
Hoy se nos entregarán unos ramos benditos
durante la celebración litúrgica. Unos ramos frescos, llenos de vida. Esos
ramos eventualmente van a secarse, y luego serán quemados para convertirse en
la ceniza que se nos va a imponer el miércoles de ceniza del próximo año. Así
de efímera es nuestra vida, y en eso nos vamos a convertir. Hoy se nos brinda
otra oportunidad. No sabemos si vamos a estar aquí el próximo año, el próximo
mes, la próxima semana, mañana… ¿En cuál de las multitudes nos sorprenderá?
Jesús nos ama con locura, con pasión; quiere
relacionarse con nosotros; quiere nuestra salvación, para eso nos creó el
Padre, para eso envió a su Hijo. Pero, como dice el P. Larrañaga, “Dios es un
perfecto caballero”, es incapaz de imponerse.
Jesús se ofreció a sí mismo como víctima propiciatoria
por todos los pecados de la humanidad, cometidos y por cometer; los tuyos y los
míos. Pero para poder recibir el beneficio de esa redención, para gozar de la
Misericordia infinita de ese Padre que no se cansa de perdonar, tenemos que
acercarnos a Él, reconocerle, y reconocer nuestra culpa como lo hizo el buen
ladrón y como lo hizo el hijo pródigo (Lc 15,11-32). Y para eso Jesús nos dejó
el sacramento de la reconciliación, que encomendó a Su Iglesia a través de los
apóstoles (Jn 20,22-23).
Si no la has hecho aún, esta Semana Santa es el momento propicio; ¡reconcíliate!
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