"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MIÉRCOLES 22 DE DICIEMBRE
DE 2021 – FERIA PRIVILEGIADA DE ADVIENTO
“Desde ahora me felicitarán todas las
generaciones”…
Ya estamos en el umbral de la Navidad, y la
liturgia continúa orientándonos hacia ella y preparándonos para la Gran Noche.
Se nos ha presentado el poder de Dios que hace posible que mujeres estériles,
incluso de edad avanzada, conciban y den a luz hijos que intervendrán en la
historia humana para hacer posible la historia de la salvación. María será la
culminación: Una criatura nacida de una virgen, un regalo absoluto de Dios, el
inicio de una nueva humanidad.
La primera lectura de hoy (1 Sam 1,24-28) nos
narra la presentación de Samuel a Elí por parte de su madre Ana, una mujer
estéril que había orado para que Dios le concediera el don de la maternidad:
“Este niño es lo que yo pedía; el Señor me ha concedido mi petición. Por eso se
lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo”. Ana está consciente de que
ese hijo, producto de la gracia de Dios, no le pertenece. María llevará ese
gesto a su máxima expresión al entregar a su Hijo a toda la humanidad. Cuando
María dio a luz al Niño Dios lo colocó en un pesebre, en vez de estrecharlo
contra su pecho, como sería el instinto de toda madre. Así lo puso a
disposición de todos nosotros.
La lectura que se nos presenta como salmo es el
llamado Cántico de Ana, tomado
también del libro de Samuel (1 Sam 2,1.4-5.6-7). Este es el cántico de alabanza
que Ana entona después que entrega y consagra a su hijo al templo. Todos
los exégetas reconocen en este cántico de alabanza la inspiración para el
hermoso canto del Magníficat, que contemplamos hoy como lectura evangélica (Lc
1,46-56). Este cántico nos demuestra además que no importa cuán “estéril” de
buenas obras haya sido nuestra vida, el Señor es capaz de “levantarnos del
polvo”, “hacernos sentar entre príncipes” y “heredar el trono de gloria”, pues
es Dios quien “da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la
pobreza y la riqueza, humilla y enaltece”. Tan solo tenemos que confiar en Dios
y dejarnos llevar por el Espíritu.
Ambas mujeres, María y Ana, reconocen su
pequeñez ante Dios. Nos demuestran que si confiamos en el Señor Él obrará
maravillas en nosotros; que Dios es el Dios de los pobres, los anawim. En este sentido María representa la
culminación de la espera de siglos del pueblo de Israel, especialmente los
pobres y los oprimidos; ella es la realización de las promesas que le han
mantenido vigilante. Al humillarse ante Dios se ha enaltecido ante Él (Cfr. Lc 14,11).
Cuando María nos dice que “Desde ahora me
felicitarán todas las generaciones”, no lo dice por ella misma ni por sus
méritos, pues acaba de declararse “esclava” del Señor, sino por las maravillas
que el Señor ha obrado en ella. Así mismo lo hará con todo el que escuche Su
Palabra y la ponga en práctica. “Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que
hizo el cielo y la tierra” (Sal 123).
Dios no desampara un corazón contrito y
humillado (Sal 50). En estos dos días que restan del Adviento, pidamos al Señor
la humildad necesaria para que Él fije su mirada en nosotros y haga morada en
nuestros corazones, como lo hizo en el de María.
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