"Ventana abierta"
Novena de Navidad – Día 7 – 22 de Diciembre 2021
Por Devociones
Meditaciones de san Alfonso María de Ligorio para la Novena de Navidad
JESUCRISTO
ANTE LA INGRATITUD DEL HOMBRE
«Vino a su propia casa y los
suyos no lo recibieron». (Juan 1,11)
En los días de Navidad, andaba San Francisco de
Asís llorando y suspirando por los bosques y caminos, con gemidos
inconsolables. Le preguntaron la causa y respondió: ¿Cómo quieren que no llore
viendo que el amor no es amado?… Veo a un Dios casi fuera de sí por amor del
hombre, y al hombre ingrato para con su Dios….
Ahora bien: si tanto afligía al corazón de S.
Francisco la ingratitud de los hombres, cuánto más afligiría al delicado
Corazón de Jesucristo.
No bien fue concebido vio la bárbara ingratitud
de los hombres. Venía del cielo para inflamar la tierra con el fuego de su
amor. Sólo ese deseo le impulsó a descender a la tierra para sumergirse en un
abismo de penas y dolores. «Fuego he venido a traer a la tierra ¿y qué voy a
querer sino que arda? «(Lc. 12,49).
Luego divisaba un océano de pecados que debían
cometer los hombres, aún después de conocer tantas pruebas de su amor.
Esto fué -dice San Bernardino de Siena- lo que
le afligió infinitamente.
Aún entre nosotros, el verse uno tratado con
ingratitud por otro hombre causa dolor insufrible. La ingratitud – asegura el
Beato Simón de Casia – frecuentemente aflige más al alma que otro mal
cualquiera al cuerpo.
¿Cuál sería el dolor causado por nuestra
ingratitud a Jesucristo, nuestro Dios, al ver que sus beneficios y amor habían
de ser pagados con disgustos e injurias?. «Alzaron contra mí males por
bienes, y odio en cambio de mi amor» (Sal 58,5).
Hoy también parece que se lamenta Jesucristo,
al ver que muchos ni lo conocen ni lo aman, como si no les hubiese hecho bien
alguno, ni hubiese padecido por su amor «Por extraño me tuvieron mis
hermanos» (Sal. 68,9).
¿Qué caso hacen hoy también muchos cristianos,
del amor de Jesucristo?…
Se apareció una vez el Redentor al Beato
Enrique Susón en forma de peregrino que andaba de puerta en puerta buscando
alojamiento. Pero todos lo arrojaban con injurias y desprecios.
Cuántos hay semejantes a aquellos de quienes
habla Job: «Que decían a Díos: Apártate de nosotros… siendo Él quien llenaba
sus casas de bienes…» (Jo 22, 17-18).
Hasta ahora nos hemos unido a esos ingratos
¿Seguiremos así? Imposible. No merece ese trato el Niño amable que vino del
cielo a padecer y sufrir por nosotros para ganarse nuestro amor.
ORACIÓN
¿Será verdad, Señor, que bajaste del cielo para
conquistar nuestro amor?. ¿Será verdad que, tras una vida de penas, habiendo
venido para abrazarte con una muerte cruel por nuestro amor, a fin de que te
recibiéramos en el corazón, hayamos podido arrojarte tantas veces, diciéndote,
«Lejos de mí Señor, lejos: que no te amamos?»…
Oh Dios, si no fueras la infinita bondad, si no hubieras dado tu vida para
perdonarnos, no tendríamos valor para pedirte perdón… Pero, tú mismo nos
ofreces la paz, «Convertíos a mí, dice el Señor, y yo me convertiré a vosotros»
(Zac.1,3).
Señor que eres el ofendido, Tú mismo te conviertes en nuestro abogado: «Él es
propiciación por nuestras culpas». (I Juan 2,2)
No queremos inferirte la nueva injuria de desconfiar de tu misericordia. Nos
arrepentimos con toda el alma de haberte despreciado. Recíbenos en tu gracia
por la sangre que derramaste por nosotros.
«Padre, no soy digno de ser llamado hijo tuyo»… (Lc.15,18..)
No, no somos dignos, Redentor y Padre, de ser hijos tuyos, habiendo tantas
veces renunciado a tu amor. Pero nos hacen dignos tus méritos.
Gracias, Padre, te agradecemos y te amamos.
Sólo el pensar en la ciencia con que nos has sufrido tanto tiempo, y en las
gracias que nos has concedido, después de haberte ofendido tanto, debería
hacernos vivir inflamados en tu amor.
Ven Señor, que ya no queremos desecharte más. Ven a habitar en nuestro corazón.
Te amamos y queremos amarte siempre más. Inflámanos de amor cada vez más,
recordándonos el amor que nos has tenido.
Reina y Madre nuestra María, ayúdanos, ruega al
Señor por nosotros. Haz que vivamos agradecidos en los días que nos quedan de
vida, a un Dios que tanto nos ha amado, aún después de tantas ofensas.
San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones
de Navidad
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