"Ventana abierta"
aPregón Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp 2006
(1ª. parte)
IgnacioJiménez Sánchez-Dalp"
A mis padres, que me dieron el don de la vida y
el don de la fe.
A mis once hermanos, pilares insustituibles en mi vocación.
A mis amigos, que han compartido la historia de mi vida humana, sacerdotal y
cofrade.
A las Comunidades parroquiales que he servido: San Isidro Labrador de Sevilla,
Santa María Magdalena de Arahal y Santa María de la Asunción de Alcalá del Río.
...Y al Papa santo y magno, que tocó mi corazón para seguir a Cristo, aquél
verano de 1993.
Fue en Sevilla. Sí, fue en Sevilla donde revestido el profeta en los inicios de
su vocación, me dio la Buena Noticia de un nuevo ministerio, de un renovado
destino, de una estrenada misión.
Y me dijo Dios:
“Antes de formarte en el vientre del Barrio de San Lorenzo, te escogí. Antes de
ser el décimo que salías del seno materno, te consagré, y te nombré sacerdote,
sevillano, proclamador del alma de una Semana Mayor a la que lanzar con tu
palabra el mensaje de la Esperanza.
Y Sevilla, como Dios al profeta Jeremías, me
confirmó con el crisma hispalense, y me enseñó que hasta el más pequeño
capirote blanco lleva dentro el pregón de esta Jerusalén que camina penitente.
Cuando el Resucitado con sus manos extendidas
abra la puerta del convento de la Santa zapatera esposada con la Cruz, ya
vencida con la Virgen de la Aurora y entre pálpitos pascuales de novicias,
sentiré tocar mis labios, como ahora los siento tocados por su Gracia.
Voy a hablar a una Sevilla de la que he aprendido
más de sus silencios que de sus clamores.
Sabe más por lo que calla y representa el
Nazareno sin mover los labios, que por el fragor de la turbamulta.
Alguien, que sólo perdió la fuerza en la voz,
preparó el terreno a este pregón.
Subido cual nazareno blanco de la Amargura, en
dos ventanas distintas, me abrió al viento de la Esperanza, para que yo cantara
y contara a Sevilla, lo que entre cielo y tierra movió.
En un balcón privilegiado de Sevilla, me encontré una mañana con mi vida
predispuesta por él para el Señor, y en su ventana de la ciudad eterna le
descubrí en el anochecer de su vida como un Cachorro expirante con cara
entrecortada, que sin voz hablaba.
Mostró a los jóvenes una gran Cruz, pero un Viernes Santo nos la pidió prestada
para abrazado al madero, como un penitente del Silencio, señalar al cofrade, el
verdadero camino, la verdad y la vida.
A Él debo mi vocación, y rezaba ante su tumba en Roma el mismo día en que por
la tarde, celebrando la Eucaristía, me anunciaban la Buena Nueva del pregón.
Con él vengo de la mano, porque la Divina Providencia de Dios ha querido que
precisamente hoy, Domingo de Pasión, haga un año que subió a las barandas del
cielo y ahora sea yo el que ocupe esta prolongación abalconada de la Giralda y
saque su Cruz de Guía.
Vino, se fue y regresó
como viene, va y
regresa
al balcón de la
promesa
lo que el Amor
prometió.
Y cuando en Sevilla
habló
fue el mensaje tan
fecundo
que abrió para la fe
un mundo
con la temprana
semilla
que al cofrade de Sevilla
le dio Juan Pablo II.
Eminentísimo y Reverendísimo Señor
Cardenal Arzobispo
Excelentísimo Señor Alcalde
Ilustrísimo Señor Presidente y Junta Superior del Consejo General de
Hermandades y Cofradías
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades
Cofrades de Sevilla.
Vengo como un peregrino, que conoce la ciudad
en sus esquinas, callejones, plazas y enredaderas, acompañado de los hermanos a
los que en el ministerio sacerdotal sirvo todos los días.
Viene este cura de pueblo, como vienen en unas vísperas del 15 de agosto en
cascadas desde el Aljarafe o las estribaciones de la Sierra de Cazalla,
penitentes y nazarenos descubiertos, a aguardar con esperanza ante la Puerta de
los Palos, para ver desde la fuente la primera luz en el rostro de la Reina y
Madre de los Reyes.
He venido por el camino que sale de la Torre
mudéjar de Alcalá del Río, hasta esta almohade Torre del Oro, navegando en una
barca, que discípulos pescadores, como antaño a Cristo, me han procurado.
Voy a hacer la primera parada en este Teatro,
desde el que Sevilla me invita a rubricar con mi palabra vuestra papeleta de
sitio, para luego encaminarnos por el Arenal con el recuerdo del santo súbito y
magno arrodillado ante la Pura y Limpia del Postigo que vigila desde el Cielo
Don Juan Castro.
Venid conmigo a la puerta de San Miguel a
recorrer con la memoria el porqué yo y por qué este sitio. Entremos en la
Catedral donde como árboles recios, en los pilares de la fe de este pueblo
cristiano, aparece ante nuestros ojos una convocatoria de cultos que custodian
los hermanos de la Santa Caridad en su mesa de limosnas.
La Semana Mayor convoca a Sevilla en una
hermosa y solemne ceremonia que anuncia la grandeza de la ciudad con la
culminación del “podéis ir en paz” que es sacar una Cruz de Guía a la calle.
Gracias, Ilustrísimo Señor Teniente de Alcalde, por sus palabras, que expresan
desde lo hondo del corazón y el alma lo que el pregonero siente al ponerse
delante de este paso como usted, buen capataz en Estepa, ha hecho tantas veces.
Al ocupar este púlpito, os pido, Eminencia,
vuestra Bendición, para que, limpio de corazón y labios me sienta fortalecido y
me identifique con la Sangre derramada del Crucificado de San Benito, en esta
hora de anunciaciones pasionistas. Y como la disciplina y la modestia no me
quitan la satisfacción de la unicidad de ser el que mi Prelado impuso las manos
para el sacerdocio in aeternum, al igual que entonces solicité vuestra venia,
ahora os digo: “Padre, dame tu Bendición”.
Los paramentos que nos acompañan en Semana Santa,
como el devenir de nuestras vidas cofradieras, son distintivo de la nobleza de
espíritu del que de ellos se reviste:
El ropón del pertiguero que como martillo de
llamador despierta los ciriales al cielo para un nuevo paseo de la Madre de
Dios de la Palma como una seda por la Alcaicería.
De librea, lacayo del que da la cara, como
santo varón en la Trinidad, la Mortaja, la Quinta Angustia y Santa Marta; o en
el Calvario de la ya antigua Varflora en la Carretería.
De dalmática labrada, con el brocado impregnado
de cera, como Lágrimas de los ojos de Santa Lucía en la Señora de Santa
Catalina.
Túnicas talares, que van desde el blanco que
envuelve a mi Princesa de la Paz entre encajes plateados por la Torre Sur de la
Plaza de España, hasta los ruanes negros en el luto del Amor que da la vida por
los amigos.
Ser de nuevo seise -como lo fue el pregonero-,
que en los candelabros de cola de la Virgen de las Aguas, sacase a Dios a
bailar entre uvas, trigos y mariposas, para posar en su custodia, sombrero, zapatillas,
palillos y coplas, con Eslava y el Maestro Torres, entretejiendo cruces
palmadas en un escenario de armonías eucarísticas e inmaculistas.
Y un máximo ornamento, la alpargata y el
costal, de hombres que como apóstoles navegan bajo los misterios, y también
niños bajo el manto de la Caridad baratillera, ganándose el Cielo, con el sudor
de su frente.
Con el sudor de la
frente
ya te estás ganando el
cielo
y con el cielo el
trascielo
de la Gracia
penitente.
La trabajadera es
puente
que abraza la canastilla.
Aprieta al costal la
quilla
de tu barco,
costalero,
que hay peces en el
estero
del corazón de
Sevilla.
Los títulos de nuestras Hermandades son
profundas grutas históricas en las que bucea el reconocimiento civil y
eclesiástico a cada una de ellas. La ciudad, que le presta suelo y cielo, los
asume con naturalidad, puesto que es ella, simplemente con su nombre,
¡Sevilla!, la que los congrega a todos.
Por eso no necesita de bula para ser
Pontificia, porque esta bendita Catedral de María fue por dos veces pisada por
el sucesor de Pedro y Gran Poder en la Tierra.
La ciudad es Real, porque el Rey Santo la elevó
a la categoría de majestad poniendo a la Madre de Dios de Alcázar y fortaleza
de Fe por la que los reyes reinan.
Sevilla que hace de sus plazas sagrario y se
autotitula Sacramental en el monumento del Jueves Santo, donde doblan sus
rodillas como magos adoradores del Niño, que en el pesebre de Laureano de Pina
es viático en la Estación de Penitencia.
Qué bien sabe ser Antigua, perdida en vestigios
de lejanas culturas y de aquella que coronada en el muro, el único palio que
alberga, es el túmulo del conquistador que llevó la Fe mariana a América.
Una ciudad cubierta de Ángeles, hasta de razas
nuevas, acogidos en Sevilla por la que en los Negritos abre fronteras y de
título Angelical, también por ella, que labrada en estameña se alzó a los
cielos que van desde la pila del Barrio del Salitre, hasta el Vaticano del
campo de la Feria.
Sevilla es Isidoriana, cuna de santos, de
arzobispos y de alfareras, de rosales siempre florecidos en el patio de Mañara,
de Spínolas mendigos y limosnas que al cielo alcanzan con Don Manuel González
en su Sagrario. Con Fernando y Laureano, Hermenegildo y Geroncio de Itálica,
con el Padre Tarín, Teresa Enríquez, Dolores Márquez y la Hija de la Giralda,
hasta donde el alma de nombres desfallece con Madre María de la Purísima, digna
heredera de la que en Sevilla es santa entre las santas.
Sevilla Alegre, que en revuelo de campanas da
la vuelta a la pena y hasta en la hora del Calvario más amarga, hace dulzura en
Vera-Cruz a la colmada de Tristezas y capa pluvial de fiesta a la Virgen
universitaria.
Por eso está Orgullosa de sí misma, título que
bien la enmarca, aunque algunos acusen a los sevillanos de umbilicales
complacencias.
También se convierte en Torera repartiéndose en
capillas vesperales de retablos barrocos de papel, con columnas salomónicas
trenzadas por el miedo. Es la que recuerdan los paladines de Tauro, como Manolo
González y Gitanillo de Triana, que animados por la Piedad maestrante, entregan
a sus Vírgenes manchados de sangre, los bordados del que se juega la vida,
distribuidos luego en las sayas de la Madre del Hijo que se la jugó por
nosotros.
Una Hebrea sevillana
por el Baratillo viene
y a su vástago sostiene
tan divina como
humana.
Piedad ya suena a
campana
de tañido celestial.
Lo distinto se hace
igual
mientras te sueña
Sevilla
con el arco por
Capilla
del Barrio del Arenal.
En mi doble condición de sacerdote y pregonero,
o simplemente como un joven que todos los días pregona el Evangelio, quisiera
pregonar la Semana Santa de todos. Del que cree y del que duda, del indiferente
y del incrédulo, del hipócrita y del justo, del pescador llamado al apostolado
y del que luego revende la mercancía o se come el pescado.
Hoy, en nuestras Hermandades y Cofradías, no
faltan los nietos de Don Guido, aquel humanísimo personaje de la guiñolandia de
Antonio Machado, esos que como su abuelo -gran pagano en su juventud y gran
rezador en su vejez- se hacen hermanos de una “santa cofradía”: ¡Aquel trueno!
vestido de nazareno. Parece que no se nota, pero en nuestras Hermandades,
vestidos de lo que se vistan, no faltan participantes inmaduros, vanidosos,
acaramelados, frívolos o sordos a lo que representa la estación de penitencia.
Pero también son hermanos nuestros porque así los admitimos, todos aquellos que
integrando la nómina de su hermandad, se comportan con el distanciamiento de
algunos socios de entidades recreativas o culturales, que satisfacen su ego y
su cuota mensual sin otra participación que la de formar un día al año en su
cuerpo institucional.
Un gran poeta sevillano del siglo de oro, el
Capitán Andrés Fernández de Andrada, recomienda en su Epístola Moral que se
iguale con la vida el pensamiento. Yo le recomendaría al cofrade sevillano,
recordando al clásico inolvidable: “iguala con la vida el pensamiento” y así se
pregunte con aquella voz senequista e hispalense de perenne e intransferible
moralidad:
¿Es, por ventura,
menos poderosa
que el vicio la
virtud? ¿Es menos fuerte?
No la arguyas de flaca
y temerosa.
La ciudad que corona y
seguirá coronando sus múltiples advocaciones marianas, asoma también laureada
en la Torre más alta por el proverbio sapiencial que pisa Santa Juana con su
lábaro.
Ella, como buena novelera y sevillana, es más
de vivir las vísperas que las grandes fiestas y así se lleva todo el año con la
palma del Domingo de Ramos en la mano, para ponerla en el balcón de la ciudad
que vigila. La Giganta hace de la pasión un villancico pascual con ese peculiar
calendario litúrgico que el sevillano vive a su manera. El Domingo de Ramos es
Navidad y Resurrección en una sola pieza y Sevilla, por medio de la que fundió
Morell, lo entona todo de golpe.
La gran Semana se inicia. El Nazareno se hace
carne en el hombre sin techo, que lo tiene bajo el cielo de la escalinata del
Salvador, con la simple compañía de palomas ávidas de alimento, cristales
rotos, cartones y perros que hasta él vienen como a Lázaro a lamer sus llagas.
Niños de alma pura y blanca alfombran los
aledaños para recibir con aclamaciones y palmas al Señor de la Sagrada Entrada
que después, por no andarse por las ramas, llevarían a crucificar.
Los infantes iniciados en los tramos y las filas descubren al Mesías
agradeciendo su pueril estación de penitencia en las Hermandades que le dan
sitio; con sus palmas rizadas, sus varas y cirios, de monaguillos o con túnica
nazarena.
Nadie, ha visto premiado como ellos su
brillante esfuerzo con la entrada asegurada en el Reino de los Cielos, como
“brillante es el Amor de Dios en cada niño, incluso en los que aún no han
nacido", que decía el Papa.
Lo dicen por San
Vicente
con más de Siete
Palabras
En el Porvenir lo
acogen
con la Victoria
anunciada.
Lo claman en Desamparo
del Cerro a Miguel
Mañara
y vienen con un
Longinos
converso ante la
Lanzada.
Qué razón tenía la
Sed,
para en Nervión pedir
agua
y en San Juan de Dios
saciar
la sequedad de
gargantas,
del enfermo, del que
sufre
del anciano que está
en guardia
esperando en el asilo
la paloma de Triana.
Niños que suben al
cielo,
Hiniesta que los
reclama;
los que a sangre
morirán
la alcaldesa les da
casa
y en la inocencia más
pura
sus vidas son
despreciadas;
los que ansían la
niñez
que en San Roque tiene
casa,
en la mocita más
joven,
en la niña de Esperanza
en desvelos por el
Hijo,
que la llenó de su
Gracia,
con el agua de los
Caños
en las Madejas del
alma;
entrar con cirio a la
gloria
en cánticos y
alabanzas
y ver a la Trinidad
desde el cielo
coronada.
En la noche en que el Cordero pascual se inmola
sellaremos con Cristo la Nueva Alianza. El Señor de la Sagrada Cena ansiaba
celebrar con los suyos la despedida de este mundo advirtiendo a sus discípulos:
“Ardientemente he deseado celebrar esta Pascua con vosotros”. Anda triste la
Virgen del Subterráneo disponiendo el mantel en la mesa del Domingo de Ramos.
El llanto se derrama en el camino de Doña María Coronel que lleva la Rosa de
los Terceros a la calle Orfila para pedirle a la Virgen de Regla el pan de la
espiga de sus manos. La que unida a maestros alarifes pone horno de Amor, como
monja Agustina de la Plaza del Triunfo, va a cocer el pan que cada Lunes Santo
llevará hecho Eucaristía desde su capilla hasta la parroquia de San Andrés,
para dar la Comunión a los hermanos de Santa Marta, antes de hacer su estación
penitencial.
El pregonero ha disfrutado de ese momento
íntimo de la Hermandad. Cada nazareno levanta su antifaz para que la última
palabra que baste para sanarle de sus faltas sea el amén al recibir el Cuerpo
de Cristo.
Uno querría ver la Cofradía de rodillas, para
acordarse de que nuestro primer titular, el de todas las Hermandades y
Cofradías, sean o no sacramentales, está en el Sagrario, tantas veces
abandonado. Si Felipe II afirmaba que “allá donde haya un Sagrario, habrá un
español para defenderlo” no estaría de más que hoy, cual solemne protestación
de fe y renovando nuestras almas de Eucaristía, proclamara con nosotros “Allá
donde haya un Sagrario, habrá un cofrade sevillano para defenderlo”. Si por
amor se quiso quedar entre nosotros en el Sagrario, en loor de Caridad viene
una procesión del Corpus camino de la Campana.
Se ilumina Santa Marta
a su Huésped
recibiendo,
y allá en Betania
comprendo
el dolor de cuando Él
parta.
Deja la casa y se
aparta,
y ya la Madre después
la rosa pondrá a sus
pies
tras la Cruz y su
martirio,
que pone color al
Lirio
el Lunes por San
Andrés.
Quien os habla vio la luz en una calle donde los amores encendidos del cofrade
pasan de ida y de vuelta derramando su cera. La calle que da nombre al Dios
encarnado en Gran Poder, se abruma y es la más transitada por el pregonero con
sus incondicionales amigos, programa en mano, recordando en ella su incipiente
infancia.
Allí espero a la Palma en la vía que tuvo su
nombre con atributos del martirio, y que marcada por llagas franciscanas, se
hará oración elevada al Padre que ofrece un Buen Fin para nosotros, como regaló
a Juan Foronda en su nacimiento al Cielo, contemplando en sillería de honor, a
su Virgen coronada.
Con la Soledad, la Vigilia preparo entrando en
San Lorenzo cuando la corona de espinas suelta de sus tiernas manos y Rocamador
traspasa el muro para entregar el sobre de la caridad que vuelve a recoger
Spínola en el centenario de su tránsito, para repartirlo entre los pobres de su
barrio.
A la dulzura rosada del Dulce Nombre recibo en
mi propia casa, inigualable belleza que alivia las heridas en la mejilla que
recibe su Hijo despreciado ante Anás.
Bajo sus maniguetas una jaculatoria “Dulce
Nombre de María, sed la salvación mía”. Y al pregonero, que agarrarse quisiera
a ellas, le brota un canto de alabanza a la Doncella de sus sueños, a la Madre
más insigne, a la feliz Puerta del cielo, siempre en impaciente espera, a la
joven más valiente y a la mujer más perfecta.
Sé que puede tu
Dulzura
curar el dolor del hombre,
porque eres la
criatura
que en el corazón
perdura
con solo decir tu
Nombre.
Sí, es la Hija de Joaquín y Ana a la que pusieron el Nombre más sublime y en
todo el orbe cristiano, la boca se hace almíbar cuando pronuncian su Nombre.
Llevas la gracia en tu
manto,
y eres el puerto que
salva,
plácido aroma en el
alba,
suspiro del Martes
Santo.
Tu gozo se hace
quebranto
en el lento atardecer
y te siento florecer
en la Madrugada herida
dulcificando la vida
con tu Nombre de
mujer.
Nací frente a ellos y ya me acompañarán siempre. Los hijos de San Ignacio me
ofrecieron la Compañía de Jesús el Nazareno para conocerlo en lo más íntimo, para
más amarlo y más seguirlo.
Los congregantes marianos que pusieron vida y
Alma a los Javieres, repartían la Gracia y el Amparo para los jóvenes, que
cincuenta años después, en Omnium Sanctorum tienen casa y techo.
Pienso que mi nacimiento sacerdotal brotó entre
ellos. En cuántas Misas de Domingo y a cada una de estas imágenes, la mujer de
mi vida, mi madre, con el hijo formándose en su seno, imploraría que fuera
sacerdote.
En aquél mismo templo, en el mismo confesonario, veinte años después, de vuelta
de tantas cosas, un sacerdote cual Cristo roto en la pasión de su enfermedad,
hizo que se cumpliera ésta escritura que acabáis de oír.
Tu voz la escuchó el Señor, querida madre. En
esa sede penitencial, preparación de mis posteriores estaciones de penitencia,
tu hijo, el crío que jugando celebró tantas misas en casa, sería sacerdote de
Jesucristo.
Tú me revestiste con la casulla en mi
ordenación, como desde niño preparaste mis túnicas para la estación de
penitencia. Ahora soy sacerdote nazareno, y mis túnicas blancas, negras, verdes
y moradas son los hábitos sagrados a los que nunca renunciaré y de los que
nunca me avergonzaré.
Me anteceden y preceden en mi Hermandad, en mis
Hermandades, hermanos que en el seno de ellas, descubrieron su vocación.
Hombres y mujeres que con sus historias, sus amores y desamores, sus
desencantos y sus rastras, han descubierto por los hilos que sólo Dios sabe
mover, una llamada especial.
Cuántos en sus años de Seminario, en sus celdas
de amor, en sus distintos noviciados, se han llevado la compañía de la estampa
de aquellos Titulares de su Hermandad, a los que siguieron abandonando las
redes de este mundo.
Hermandades, semillero de
vocaciones, ¿Por qué no?
Los llamados por Dios en el corazón de ellas,
tienen un espejo en el que mirarse, en el que decir alto y claro que los
sacerdotes necesitamos de las Hermandades como ellas precisan de nosotros.
Nos lo demuestra todo el año Don José Álvarez
Allende en San Bernardo, como en el ayer lo demostraba en la Redención Don
Eugenio Hernández Bastos. Como luchaba en San Benito Don José Salgado, en la O
Don Pedro Ramos y Don Antonio Domínguez Valverde en la collación de San Pablo o
el recordado Don Antonio González Abato absolviendo a nazarenos bajo la
frondosidad del parque.
Ellos han hecho historia, y la harán también
otros muchos sacerdotes que continúan sirviendo y trabajando mano a mano con
sus Hermandades.
Desde aquí sirva mi palabra para deciros,
cofrades de Sevilla, que hacéis Evangelio real, dando a conocer a Cristo, que
juráis defender su Nombre y el de nuestra Madre la Iglesia, nuestra única Casa
Madre.
A vosotros que formáis a los hermanos y ofrecéis
la Caridad al pobre, al enfermo, al hambriento y al desheredado. A vosotros que
habéis cumplido su mandato de ir por Sevilla y por todo el mundo anunciando el
mandamiento Nuevo, un sacerdote os dice: Cofrades, ¡Os necesitamos! ¡Aquí
tenéis nuestras manos!
Brazos y manos abiertas como el padre del hijo
pródigo siempre en el balcón esperando su regreso, mano, que aun pesándole la
Cruz al hombro como el sacerdotal de la Divina Misericordia o el de las Penas
de San Roque, se lanza libre si en el Valle del Camino al Gólgota, todavía
puede levantar a un caído o secar las lágrimas de alguna de las Santas Mujeres.
Brazos abiertos en Vera Cruz, cobijado en el
rezo de las Horas de las monjas del Convento de Santa Rosalía y en el constante
Ejercicio de las Cinco Llagas con sabores Trinitarios y en el mejor lienzo que
Gustavo Bacarísas pintara para su Expiración en el cercano Museo.
Sus brazos se funden en uno hermanando Castilla y Sevilla, en la placidez del
Cristo de Burgos, como el de las Misericordias los extiende rozando los
balcones de Mateos Gago, en un éxtasis de sevillanía.
Piden ser los primeros en poder entrar en el
templo catedralicio cuando la Fundación de nuestra fe está presente en el Pan
de vida y Calvario en la Madrugada eterna inundando de recogimiento la noche
más larga, entre sueño y sueño de Esperanzas.
Junto a Él en Montserrat, como testigo de la
Conversión de un ladrón, que precisó una sola frase para robar el cielo al
Redentor. O cerca de la Santa Caridad, derramando la Salud a los acogidos con
más de Tres Necesidades.
Girar quisiera unos metros su recorrido por la
Alfalfa el Cristo de San Bernardo, para llevar otra vez bajo su paso a Pepe
Portal o hundirse entre claveles y lirios cuando en el mercado viejo del
Arenal, el Arco le venga chico, sobren los redobles del tambor, viendo cómo
llora entre flores hasta el retablo cercano, porque el único Cristo que sabe de
Puerta del Príncipe de la Maestranza le daba otra vez la alternativa a Juan
Carlos Montes, bebiendo el Agua de su salvación.
Brazos, los del Cachorro, que tocan el cielo en
un “muero porque no muero”, guardando su último aliento desde hace tres siglos
para ir a Sevilla cada Viernes Santo, dejando a Triana en la espera con ansia
de su vuelta, para que el viento que recorre el puente, de nuevo le agite el
sudario.
¡Ay que pena más
gitana
cuando se aleja del
puente
el Cachorro de Triana!
Cuando se va por el
puente
sobre las béticas
aguas
y deja atrás a su
barrio
de azulejo, arcilla y
fragua.
Cuando se mece el
sudario
cuando hay claveles
que manan
por su divino costado
de Guadalquivires
granas.
Cuando cruza al otro
lado
y en las calles
sevillanas
le va faltando el
aliento
y su muerte se hace
humana.
Cuando va dando un
suspiro
y la luna le acompaña
en una eterna agonía
que va desgarrando el
alma.
Cuando cambia su
semblante
y se nubla su mirada
y ya no hay aire en su
pecho
y ya no hay luz en su
cara.
Cuando la Virgen del
Carmen
en su capilla
encerrada
se queda sola llorando
igual que llora
Sant'ana.
¡Ay que pena más
gitana
cuando se aleja del
puente
el Cachorro de Triana!
Las lágrimas de Cristo por la muerte del amigo, las de la Virgen y las Santas
mujeres trocando el Patio de los naranjos en Calle de la Amargura con el Cristo
de la Corona; las de Pedro tras negar al Rey de la Paz en el Carmen Doloroso, y
las de la Magdalena al pie de la Cruz, son la expresión humanizada del
sentimiento que toca lo divino y que ha santificado el llanto de la emoción que
aquí nos brota cuando sale nuestra Cofradía.
Esto lo saben bien quienes más sufren, y
también las Hermandades de Vísperas, que en la lejanía de la ciudad amurallada
pusieron rostro divino al dolor cotidiano.
Como unos “desterrados hijos de Eva”, nos
muestran ante los ojos, que no están lejos porque Cristo y su Madre a diario viajan
con ellos cuando acompañan a Salud, Misericordia, Dulce Nombre, Clemencia,
Divino Perdón, al Cautivo... Cuando la ponen rezando el Rosario del Dolor con
que a Sevilla acudimos, gimiendo y llorando. Lo cuentan en Torreblanca, azucena
que enjuga el dolor del Lirio prisionero, mientras otro con agua lava sus
cobardías, ante el que no cabe división ni duda.
Allí en los barrios hacen verdadera Penitencia,
revitalizando la fe, amando y luchando por sus parroquias, llamando a la
caridad con su verdadero nombre, que es la justicia social, y que todos los
días hacen entrada triunfal con más brillantez que nunca en la Campana de la
solidaridad.
Porque la virtud de la caridad es la que nos
hace hermanos comunes en una misma Cofradía si ella es la prioridad.
Una caridad efectiva no efectista, del que no espera en su Hermandad la medalla
o el reconocimiento, brindando siempre la ayuda en el gesto y no en el nombre
que tanto nos tienta.
Tareas pendientes de nuestras Hermandades en
este siglo XXI recién comenzado que abarque todos los campos para que un nuevo
banderín se borde con su único nombre: Polígono Sur
El año pasado un vacío dejó
huérfana a la caridad mejor entendida.
Rodeado de sus toreros y sus presos, sus
inmigrantes y sus gitanos y de la gente más común, falta frente al paso el
capataz que mandaba la mejor cuadrilla, los Costaleros para un Cristo vivo, que
convocan a la Luz verdadera de la que se llama “mejor vida” en las fechas
premonitorias del último Viernes Santo.
Con el paso racheado
va avanzando una
cuadrilla.
Son los pobres de
Sevilla
con llamador enlutado.
Un clavel se ha
marchitado,
¡Ay capataz sin
martillo!
En el paso sólo el
brillo
que desprenden cuatro
hachones;
Sevilla lleva
crespones,
Por ti: Leonardo
Castillo.
La Semana Santa son nueve días en los que la ciudad acepta perder el primer
plano sin rechistar. La Sevilla acostumbrada a ser piropeada por sus rincones,
su sombra y su compás, se convierte inevitablemente en actor secundario. Se
transforma en escenario, en marco, en sustento y en cauce único para todo un
río de sensaciones.
Cuando avanzan las jornadas penitenciales y el
ritmo de la Pasión va creciendo, el sevillano se implica más porque en ella se
siente identificado; piensa que alguna vez estuvo representado o fue
protagonista del proceso más absurdo y sin sentido de la Historia: Cristo Dios,
juzgado por tribunales humanos.
En los pasos de misterio, que impresionantes suben Argote de Molina o en
quiebro dulce toman Placentines, las imágenes no adornan: tienen rostro y
tienen nombre.
En el huerto de los olivos el Señor orante en Montesión expresa la impotencia
del que tenía que beber el cáliz en su agonía. Mientras el sueño de la
indiferencia de los discípulos, puso al Ungido, en una soledad angustiosa,
Judas por el contrario vagaba por la calle Santiago bien despierto.
Prendido en la oscuridad de la noche en la Hermandad de los Panaderos, pensaría
para sus adentros, en pesadillas de inquietud, que la Pasión se repetía en sus
más duros momentos.
El desprecio y la burla de Herodes en la Amargura, recibe por respuesta el
Silencio del Señor y un Pilatos atormentado, que destruyó su honradez por
intereses humanos lo presenta en San Benito a Sevilla, señalándole: “Ecce
Hispalis”.
Y los ojos del Cristo de la Presentación que mira con pena a la ciudad,
añorando su viejo puente, dirige enturbiada su mirada reconociéndonos uno a uno
en un diálogo memorable que nos restaura de la culpa.
A otros echa de menos, a los que reprochan nuestras Cofradías sin ofrecer nada
a cambio, a los que dogmatizan, a los que saben tanto, a los que pontifican,
para ellos resuena en los labios de Pilatos el eco de su palabra: ¿Y cuál es
vuestra verdad?
Cada Semana Santa, y todas son
distintas, va cautivando al que le busca
Pregón Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp 2006
(2º parte)
Qué inigualable sensación en Santa Genoveva, ver
caminar al Cautivo y el Tiro de Línea justificado se crece, porque se cumplen
cincuenta años que el barrio entero le dijo “Vamos contigo Cautivo, que juntos
podemos hacer un mundo mejor”. Cerca del Barrio León, el Señor del Soberano
Poder, dobla su cintura hacia delante en la Residencia de las Hermanas de
Consolación y hasta el mismo Caifás sabe que la Señora de la Salud no vino hace
unos meses a ser jardinera de un día porque Ella es la Reina y la Flor, capaz
de nacer y morir con los que allí viven.
Cada Virgen de Sevilla se hace carne de
nuestra carne y hueso de nuestros huesos y le rendimos pleitesía en besamanos
permanente como a las que nos dieron la vida y tal vez ya estén ausentes.
Sagradas imágenes que el cofrade venera, proyectando en ellas el rostro de las
que han sido la razón de nuestra existencia cofradiera, las que nos vistieron
la túnica, prepararon el costal, nos llevaron a jurar el libro de reglas y por
verlas de nuevo un instante y escuchar su voz, estaríamos dispuestos a dar la
vida si preciso fuere.
La
Madre de Loreto sobrevuela en San Isidoro tu alma y en San Martín es anhelo
para un Buen Fin de tus días. De amor quedarás preso con la Reina de las
Mercedes, indultando a pecadores que desean dar alcance a la Gloria azul
purísima que en sus ojos irradia Consolación, Madre de la Iglesia.
Duelo de la Madre de Villaviciosa, en la muerte tronchada en San Gregorio, como
Dolores se comparten en la mirada al cielo de Santa Cruz a San Vicente entre
naranjos que las cortejan, o añadirle al Dolor el sufrimiento Mayor cuando el
Traspaso rompe el alma que ni San Juan llega a saber consolar.
Con la Cabeza se anda el camino de Sevilla a Sierra Morena al son de
campanilleros que van de ida y de vuelta; Rocío que derrama la Gracia de un
nuevo Pentecostés y Desamparados hospitalaria sanando heridas de nuestra carne
cuando enferma. Merced, ausente de su Colegiata, santuario de lágrimas, vestida
de novia con saya de Reina Madre.
Encarnación que en la vieja Cava del ayer y en la Calzada del hoy reparte la
dulzura de hermanita de los pobres, Presentación de sin par belleza para las
noches oscuras del alma que Ella revive y despierta con el trono de su realeza,
poniendo arca de flores, al sinfín de sus virtudes.
Y entre misterio y misterio, la Virgen del Rosario, repasando por la calle
Feria, el dulce salmo sonoro de las cuentas toreras y aztecas de sus varales.
Pero será en la Huerta del Rey, renovando la historia de la Reconquista en un
antiguo arrabal de moriscos, con tropas pasando la revista del Santísimo
Sacramento con el Santo Rey, donde la Virgen del Refugio otorga el título de
Mariana a todas nuestras advocaciones y a la ciudad que así lo confiesa.
Florece igual que una flor
la Rosa de San Bernardo
y el amor le pudo al cardo
le pudo al cardo el amor...
Grana y oro es el color
de tu manto en movimiento
que como veleta al viento
va meciéndose artillera,
Refugio, Virgen torera,
por la calle Campamento.
Los cofrades somos los altavoces de su Palabra en un mundo que silencia su
nombre, que lo evita en la escuela, que lo deforma con el relativismo del que
todo lo reduce a trivialidades y adocenamiento.
Dicen
algunos de Ti, Jesús Nazareno de Triana, que con el peso en tus espaldas,
buscas desde la calle Castilla, alguien que te deje hablar, que tus conceptos
no valen, que este mundo moderno necesita algo más que promesas sobre un Reino
de hermanos y de felicidad vivida después de tu Buena Muerte cuando sales de
San Julián.
Vienes por Molviedro en Dolores apenado por quienes te despojan y expolian
tratando de revestirse de Ti con sus demagogias, medias verdades, hipocresías y
halagos. En La Exaltación, prometiste atraer a todos, incluso a aquellos que
fueron recompensados con tu perdón, después de ser crucificado.
Si por Pureza, San Vicente y Luchana tres veces te caes y arrastras en los
umbrales de posadas diarias que cierran las puertas a tu venida, el Cirineo y
Sevilla las abren de par en par, anunciando contigo: “no tengáis miedo”, “yo
estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Quédate con
nosotros y siéntate Señor junto a los nuestros, como lo estás hace trescientos
cincuenta años en las Penas de Triana, mirando extasiado al cielo con las manos
entrelazadas, como meditas tan callado en la Humildad y Paciencia y en lágrimas
de despedida en la Salud del viajero que nunca desamparas.
Dale vueltas en tu mente, a este mundo de guerras que parece romperse. Siéntate
cerca del penitente, que por su cabeza en el silencio que lleva hasta Santa
María de la Sede, tantos interrogantes, sufrimientos y dudas van y vuelven.
Siéntate, Señor, despreciado con espinas, burlas y cañas, con el Valle de tus
ojos que son espejos para el alma. Siéntate, Maestro, una vez más en la barca,
para que amaine el viento, la marea, la vorágine, el yugo y la espada de
quienes quieren quitarte de en medio con credos que no fraguan.
Desde
la Anunciación llega a San Esteban tu voz, que en el vacío del infinito,
doliéndose contigo, el sevillano proclama:
De escarnio te coronaron
y te abrieron las heridas.
Con burlas y reverencias
mofándose te decían:
“Si es verdad que tú eres
Dios, seguro te salvarías”.
Y lloró el Hijo del hombre,
Dios mismo sintió fatiga;
lloraron en las alturas
los ángeles de la brisa
y de un cielo de tinieblas
se cubrió la Tierra misma.
Y lloraba la saeta
entre balcones y esquinas;
lloraron de los naranjos
azahares de agonía.
Lloró con el costalero
el costal de emoción viva
por llorar hasta lloraba
la cera en los guardabrisas.
Lloraba cirios de fe toda la candelería
y en pleamares de llanto
el río lloró en su orilla
y el aire lloró en silencio
en esa noche tan íntima.
Todo era llanto en tu Valle
llanto en la torre y la ojiva
porque al sentir en tus sienes
el fuego de las espinas,
cinco gotas de rocío
rodaron por tus mejillas
y al verte llorar, Señor,
¡lloraba de amor Sevilla!
En la Semana Santa que discurre todos los días del año
en las casas de hermandad un grupo de jóvenes siempre salen al encuentro, como
si San Juan el discípulo amado, a la vida volviese. He convivido con ellos,
vibran con sus Titulares demostrando que la verdadera devoción va más allá de
besar crucifijos, hacer profundas inclinaciones o suspirar con oraciones
bisbiseadas en voz baja.
Reclamo
su voz y su presencia porque fui de ellos, y con ellos descubrí la grandeza y
entrega del joven en su Hermandad, como en tiempos de universitario en la
antigua fábrica de tabacos, cuando acudía cada mediodía a recibir su lección
magistral de vida.
¿Qué
muerte es la tuya que tanta vida engendra expuesta en cátedra arbórea de libre
pensamiento? ¿Cómo no recapacitar el camino, cuando la sombra de tus brazos
dejas clavada en nosotros apostando por la juventud de la que tantos
desconfían?
Por
eso te levantan a pulso y te llevan despacio porque duermes y sueñas con un
mañana cercano de Esperanza. Cuando despiertes Cristo mío, y me presente al
examen en la intimidad de tu noche en la Universidad, dejaré a tus pies mi
oración joven para que antes que el reloj marque la hora de finalizar la
Carrera de mi vida, levantes tu cara regalándome el aprobado del corazón.
Poquito a poco valientes,
que va sereno, dormido;
no quiero que te despierten
por el Arco del Postigo
¡Cristo de la Buena Muerte!
Dijo el Maestro, que este amor tiene su precio y que no es posible servirle y
amarlo sin cargar con su Cruz.
Así
lo han visto los Hermanos de San Juan de Dios que han confeccionado con la
nobleza de la plata de su entrega, de la misma blancura de las sienes que
peinan los acogidos en el cercano hospital a la Iglesia de la Misericordia, el
mejor altar para que Jesús de Pasión no añore el monumento argéntico de su
capilla en el Salvador.
En
San Nicolás lleva las dolencias del maltrecho en la Salud y el camino agotado
lo serena Candelaria, entre almenas del Alcázar, conquistando al que la mira en
el jardín del sevillano pintor, que la transfiguró en Inmaculada, aquella que
defendía la Hermandad del Silencio desde 1615 a capa y espada.
Cómo nos gusta escuchar, los silencios de Sevilla.
En la
augusta madrugada, se mueven los históricos cimientos hispalenses entre la
algarabía de los barrios y el enmudecer de la vieja ciudad. Cuando una saeta
rompa la noche a la Cruz de Guía por San Antonio Abad pidiendo silencio al
pueblo cristiano, el chisporroteo de los cirios, el chirriar del cerrojo de una
puerta y el crujir de la madera, avisan de su llegada.
Divino
Nazareno de Silencio, que haces callar a Sevilla porque no hablas ni siquiera
en voz baja; porque ni gritas ni te quejas ni dices lo que sientes abrazado a
esa cruz tan alta. Riqueza de Silencio de dos ángeles que alumbran tu carey y
tu cara, que saben lo que nadie escucha, pero iluminan discretos la ausencia de
tus palabras. Deja por una noche, Señor, que las repita el azahar, que a tu
Madre de la Concepción quieren entonar con Miguel del Cid, otro 8 de diciembre
de júbilo celestial: “Todo el Mundo en General, diga que sois concebida, sin
pecado original”. ¡Cómo nos gusta escuchar los silencios de Sevilla!
Tenía que ser esta bendita ciudad, para que la aspiración del salmista quedara
manifiesta y se hiciera real, en la figura del Divino caminante en San Lorenzo.
“Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”. El rostro del
creyente mira su semblante para sentirlo uno de los suyos. Tiene Getsemaní en
su camarín; restos de sudor y sangre que ahora en serpiente tentadora enroscan
su cabeza. Todo lo ha asumido. No se queda quieto, siempre avanza decidido
hacia el Calvario para cumplir lo escrito y anunciado por los profetas, y los
sevillanos lo queremos lo que no está en los escritos.
La peana del Señor del Gran Poder se ha transformado con el tiempo en un muro
de las lamentaciones. Hasta Él llegan cada viernes a poner la cabeza en su
Cruz, besar su talón y dejar papeles entre las grietas y rendijas de su
basamento con nombres, enfermos, intenciones, sueños incumplidos y amores
imposibles. Como si al Señor le hiciera falta el papel cuando nuestros nombres
los lleva escritos en la palma de su mano.
Sólo Él consuela, lo saben sus vecinos, sus devotos, el cura ciego que los
confiesa, la túnica gastada de Fray Diego de Cádiz; lo saben sus potencias, y
hasta la túnica persa que sus fieles tocan esperando el prodigio.
No se ha ido de este mundo para desentenderse de nuestras penas, no se ha
escondido ni tapado sus ojos, Él, el Gran Poder, entre nosotros se queda.
El Gran Poder cuando pasa
no pasa, siempre se queda,
porque está en los corazones
de todo aquel que le reza,
de todo aquel que le mira,
de esas mujeres con velas
que lo siguen cada año
para cumplir su promesa.
Y Él está con los que sufren,
con los que tienen tristeza,
con los que están agobiados
y también con los que enferman,
y en todo el que le acompaña
con cirio y trabajadera.
Que el Gran Poder nunca pasa
no pasa, siempre se queda,
y hay en sus ojos dulzura,
y hay en su rostro pureza
y hay un amor infinito
de los pies a su cabeza
¡y hay una expresión divina
que borra el mal y lo aleja!
Pasan la vida y los hombres
pero el Gran Poder se queda
igual que se queda el aire
que acaricia las veletas.
Pasan las horas, los días,
los meses, las primaveras,
y Él seguirá en San Lorenzo
con túnica nazarena,
con espinas en las sienes,
con la boca ya reseca,
con sus manos doloridas
y con su frente sangrienta,
llevando sobre su Cruz
nuestros pecados a cuestas.
Aunque el mundo esté en su mano
siempre el Gran Poder se queda,
y siendo Dios fue humillado
a pesar de su grandeza,
pero Él con su pisada
siempre avanza aunque no pueda.
Gran Poder del universo,
del sol y de las tormentas,
de lo bueno y de lo malo,
del día y de las tinieblas,
de la vida y de la muerte,
de los cielos y la Tierra.
Gran Poder por la Gavidia,
Gran Poder que nos esperas,
Gran Poder en la mañana
y bajo la luna llena;
Gran Poder que nos escuchas,
que nos perdona y consuela;
Gran Poder de mis anhelos,
obra completa y perfecta,
Gran Poder, Verdad del mundo,
Gran Poder de nuestra Iglesia,
Gran Poder, Luz y Camino
¡Gran Poder de Juan de Mesa!
Pasarán siglos enteros,
y siempre aquí su presencia
entre el costal y el esparto,
y cera color tiniebla
entre un silencio que rompe
el llamador cuando suena.
Ven conmigo, sevillano,
que hoy otra vez es Cuaresma;
Dios me ha dicho que le siga
cumpliendo una penitencia.
Toma el ruán y el rosario
persigue esa tez morena,
tal como lo vio tu madre,
como le rezó tu abuela.
Todo se pare ante Él,
que la noche se detenga
y rezando le aliviemos
la carga de su madera.
¡Venid conmigo, venid!
que su zancada nos lleva
a un paraíso y a un Reino
donde no existen fronteras.
Que el Gran Poder nunca pasa
su palabra es verdadera
que en su rostro hay un mensaje
de ternura y fortaleza.
Para hacerse sevillano
bajó Dios hasta esta Tierra,
y por eso permanece
donde los vencejos vuelan
donde hasta el aire es distinto
y la Giralda se eleva.
Que el Gran Poder nunca pasa
nunca pasará, navega
andando sobre las aguas
y aquí en Sevilla se queda.
Siempre la siento cerca, como ahora, desde este ambón, su mano aniñada toca mi
espalda como el que es tu pareja de cirio en el tramo y que tal vez sin
conocerte, te dice: “Hermano: buena Estación de Penitencia”.
Hace
unos instantes en su Capilla, la sombra de su palio se hacía ánimo ferviente
sobre el hombro del pregonero. Ella, que gozosa está celebrando el Año Jubilar
Guadalupano, me miraba agradeciendo la visita que le hacía días antes de sus
cultos para llevarle mis rosas. Virgen Niña de Guadalupe, Extremeña y Mexicana,
Reina sevillana de la Hispanidad, que desde tan cerca miras a un río que fue
puerto y puerta de América, te ensalzo...
Emperatriz Hispana
del Lunes Santo,
quisiera ser Juan Diego,
llevar tu manto.
Y al ver que me sonríes,
tan orgullosa,
dejo ante Ti mi ofrenda,
te doy mis rosas.
Te doy mis rosas, Madre,
¡quién lo soñara!
que a mí me dio las flores
Miguel Mañara.
Se quedan en tu palio,
yo nunca supe,
que van contigo, Niña
de Guadalupe.
Mi Virgencita Indiana,
Flor de amaranto,
Emperatriz Hispana
del Lunes Santo.
Si la Virgen de las Aguas hace de su palio Museo itinerante de belleza y sus
varales se cimbrean como espigas de trigo, la Señora de los Dolores por el
Cerro es mosaico de azucena que trasmina la primavera.
Con
blasones de realeza, Montserrat y Carretería, llevan las dos dalias del Viernes
Santo que cuidaba Montpensier en su parque de San Telmo. Y la Virgen de las
Angustias, con sus manos, las más elevadas, trasunta con su pena el leño del
Divino Gitano de la Salud en un caudal y torrente de Gracia.
El
primer gitano beatificado, Ceferino Jiménez Maya, “El Pelé”, puso el amor a
Cristo y a la Virgen en las cumbres más altas de su perfección. Sumamente
honrado, jamás en los tratos engañó a nadie y a todos socorría con sus
limosnas. En la contemplación en el cielo de la belleza de la Virgen de
las Angustias, le dirá mirándola a la cara: ¡Tú sí que tienes casta Madre! ¡Tú
sí que eres el orgullo de nuestra raza gitana!
Para mecer bien tu palio
Angustias quisiera darte
al son de unas bambalinas
todo el misterio del arte,
de cera, mimbre y claveles,
bien repujados varales
y unas jarras canasteras
con resonancias ducales.
Para mecer bien tu palio
entre la tierra y el aire,
una cuadrilla gitana
con el Pelé que lo mande,
harían de esta Sevilla
una Cava de gigantes,
con el martillo en la fragua
y una voz de cante grande,
que la eleva un capataz
que está puesto en los altares.
Que para mecer tu palio
hay que saber embrujarte,
con tu cuadrilla torera
de costaleros juncales,
que bailen bajo tu paso
que por seguiriya igualen
y en el bronce de sus manos,
te recen igual que canten.
Que para llevar tu palio,
Angustias, para llevarte,
hay que quebrar las cinturas,
tener corazón y sangre
y rachear muy despacio
con chicotás celestiales
¡Qué voz la del capataz!
que llega al alma y la parte
que llega al alma y la funde
en el crisol de la sangre.
De San Román a las Dueñas
de las Dueñas hasta el Valle
la procesión más gitana
que pudiera imaginarse,
nos demuestra que la cera
no es lo único que arde
porque el corazón se quema
cuando quiere arrodillarse.
¡Al cielo con las Angustias!
¡al cielo con los varales¡
¡al cielo con la Gitana,
que ninguno la compare!
Porque la luz ha escogido
un rostro para mirarse
y entre inciensos y promesas,
entre querubines y ángeles,
todo está a punto, Señora,
para contigo quedarse
en la mañana del Viernes
desde las Dueñas al Valle,
que al mecerse bien tu palio
¡Se vuelve gitano el aire!
El pregonero que vino en una barcaza, quiere cruzar
con su palabra el río grande y americanista, pisando descalzo como Moisés, la
tierra sagrada y prometida de Triana, arrabal y guarda de Sevilla.
Repleta
de hornos, renueva el patronazgo alfarero de las Santas Justa y Rufina que
modelaron azulejos repartidos por cada esquina de Sevilla.
Muy
pronto el Altozano, se hará Catedral al aire libre como testigo de la
Coronación de la imagen de la primera Hermandad que cruzando un puente de
barcas, vino a Sevilla con la bella Virgen de la O. La Expectación dolorosa,
que regenta la parroquia de su nombre, hará que con su Coronación queden
coronadas todas las Esperanzas que lloran en Sevilla.
Triana
ha coronado simbólicamente a todas las Vírgenes que en ella tienen casa.
Coronaron con el fervor de San Gonzalo a la que en el Tardón es Salud.
A
quien sabe que siendo la más bella y señorial de las Cigarreras, la Virgen de
la Victoria, precisó que fuera el mismo Rey de España, quien la acompañara el
Jueves Santo.
Coronar
del oro que en el fundidor se forja, las sienes de Patrocinio, Medianera
universal de la Gracia y Señorita Inmaculada, que lleva a sus pies en marfil y
plata, esa Blanca Paloma del Rocío que es orgullo y gloria de su barrio de
Triana.
Todas
las Vírgenes de esta orilla del río, desde donde recibe su nombre hasta la
“Nueva Triana”, están coronadas, como en oros solemnes se coronaron dos
hermosas perlas, la Esperanza y la Estrella en el marco catedralicio.
Para rezar en Triana
tengo mi amor repartido
entre la Señá Santa Ana,
Victoria, O, Patrocinio,
Salud y en la Madrugada
mi alma llega al delirio
cuando diviso su cara
¡Tres veces su Hijo caído!
Cruza el puente y la campana
regresa por San Jacinto
y cuando llega a la Cava
la Cava es el cielo mismo.
Desde Sevilla a Triana
hay resplandores de cirios
y otra expresión en su cara
en el espejo del río
y otra luz en la alborada
cuando viene en su navío
y otra distinta fragancia
al desandar el camino.
Entre espumas deja el ancla
¡Qué clamor entre el gentío!
que arriba la capitana
y el aire es plegaria y grito
y al ver de frente a su hermana
sigue mi amor repartido.
Una, alfarera y gitana,
la otra vela en el camino.
Una es brisa de bonanza
la otra Luz del infinito.
Y dos Madres coronadas
en este barrio escogido
una Estrella, una Esperanza
y siempre igual el destino,
la valentía y la gracia,
el fulgor y el señorío,
el verde mar esmeralda,
y el azul más cristalino.
Se entrelazan las miradas
pero es el mismo latido.
Que se queden cara a cara,
la emoción se haga suspiro.
Marinera de mi alma,
¡quédate aquí en San Jacinto!
con tu vecina y hermana;
que está mi amor repartido
bajo el cielo de Triana.
Cada una de nuestras hermandades, ha sublimado la grandeza de sus titulares de
palio o las que protagonizan la compañía de Cristo en cada uno de sus
misterios.
En
stabat mater permanente, Concepción, Remedios, Guía, Antigua y Mayor Dolor, la
acompañan como la Giralda en la vertical que les guía hacia el cielo.
Los
hermanos Servitas pusieron al sexto dolor toda la unción con que la Piedad
acoge a la Providencia desclavada de la Cruz, como lo acaricia Descendido en la
Sagrada Mortaja con dobles de muñidor que lo anuncian.
Así
llega la Soledad del Convento de la antigua calle Catalanes, consolando los
ancianos por Castelar, y Soledad del negro hábito de los hijos de María
Dolorosa, que en la plaza de San Marcos pasea sus siete Dolores buscando el
sepulcro del Santo Sábado.
Santa
Ángela esposada con el divino madero llegó a asumir tanto el amor al glorioso
árbol desnudo del Nazareno, que deseaba hondamente clavarse en él. Ella llegó a
decir en una de sus cartas:
"Nuestro país es la cruz, en la cruz voluntariamente nos hemos establecido
y fuera de la cruz somos forasteras”. Las Hermanas de la Cruz están dentro del
espíritu de nuestras Hermandades y Cofradías. Y viceversa.
Todos los días hacen su estación de penitencia por Sevilla, caminando con el
paso acelerado porque la caridad de Cristo les mete prisa. Al llegar la Cuaresma,
por no sé qué extraña simbiosis, Hermanas de la Cruz y Hermandades se
identifican más en una preanunciación de sacrificio y gloria.
Cada
una de sus casas tiene una puerta que siempre se abre, ya sea al Rey o al
mendigo, al hambriento o al acomodado, al rico o al empobrecido. Su hábito
tiene dimensiones sobrenaturales, lo han vestido igualando a todos en la
dignidad al que lo acepta, ya sea una humilde zapatera o una Infanta de España.
Pero
de hábito la que más sabe es aquélla con la que el Sábado de Pasión, las
Hermanas de la Cruz, tienen una cita en San Juan de la Palma.
Ataviada
la Señora en su palio con las mejores galas, dos Hermanas de la Cruz suben a
ese trozo de cielo que es su peana, para prender en su saya, el rosario o
corona de Madre María de la Purísima, para que junto al primer dolor coronado
de Sevilla, repose la oración de una de sus más milagrosas hijas, achicándole
la pena a la Amargura.
Va rezando la Amargura
hacia San Juan de la Palma
y la tristeza del alma
se llena ya de dulzura.
Todo se torna en ternura
y lo oscuro se hace luz,
las Hermanas de la Cruz
van saliendo del convento
y es el palio un firmamento
y la calle un contraluz.
La Virgen lleva el rosario
que Purísima tuviera,
un rosario de madera
de hábito y uso diario
como humilde escapulario
que cuelga de su cintura,
y al irse de la clausura
mientras se alejan los tramos,
otro Domingo de Ramos
va rezando la Amargura.
El Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica nos ha
invitado a contemplar y definir la verdad del Amor, Así lo entiende el
Crucificado del Salvador, Amor que devora y consume con el coraje de darlo todo
para que Él sea conocido y amado.
Ni la
Virgen del Valle, ni la del Socorro, pudieron vislumbrar, que por avatares del
destino fuera la antigua Casa Profesa de la Compañía de Jesús, el mejor lugar
para colmar su morada compartida de un derroche de inocencia blanca un Domingo
de Ramos.
Viejos
códices de llanto se guardan en La Anunciación; llantos que sonorizan, en el paño
de la Verónica, en el perfil vacilante del encuentro amargo, y en el prisma
astral de dolor que son los ojos de la Virgen del Valle.
Es
allí, donde los lienzos de Roelas, quisieron plasmar el Amor y la aflicción,
donde un pelícano se parte el corazón para que beban sus hijos, donde la Virgen
de los Reyes quiere ser mecida en el mejor techo de palio el primer día de
nuestra Semana, donde Zaqueo sin pensarlo, tiene el mejor lugar para ser
cronista de tantos y tantos sentimientos.
Allí, dos Madres lloran con el bendito dolor de su Valle de penas y el Socorro
Perpetuo de su desconsuelo... Allí vio el pregonero a sus dos Vírgenes bajo la
misma cúpula. Al llegar el Viernes de Dolores cuando baja en su traslado, la
Señora cruza la mirada con la Virgen del Socorro.
Si al decir de Rodríguez Buzón, “como llora la Virgen del Valle solo lloran las
madres de la tierra”, con Ella en la calle Laraña, también llora la orquídea
delicada del Domingo de Ramos que el Jueves Santo muda en rosa de Pasión en su
mano, entregando su corazón por Amor, el Cristo del Amor que no defrauda.
Amor de primavera florecida
sobre un leño de Amor crucificado,
Amor para olvidarnos del pecado,
Amor que deja el alma renacida.
En Ti nace y acaba nuestra vida,
Pelícano de Amor glorificado,
que pasas de lo humano a lo sagrado
pues vive en Ti el Amor y en Ti se anida.
Amor bajo tu sombra en los costales,
Amor de viña y panes candeales
que convierte en lagar tu canastilla.
Amor en lo más alto y más profundo
ejemplo para el hombre y para el mundo.
¡Amor! ¡Amor de Dios y de Sevilla!
La víspera del Domingo de Ramos, en la oscuridad de la parroquia de la
Magdalena ya brilla el Misterio de mi Hermandad de la Quinta Angustia. El
contraluz sobrecogedor del Cristo del Descendimiento impone silencio a los
fieles que rodean el altar situado junto al respiradero del paso.
Desde su templete, el Dulce Nombre de Jesús contempla el ir y venir de los
preparativos de la solemne Misa de Ramos de medianoche, mientras la sala
capitular es un inmemorial recuerdo en la mente del sacerdote celebrante.
Recuerdos,
cuando esa puerta pequeña de la Hermandad que ahora da paso a tantos hermanos
que acuden, se abrieron para el por vez primera, cuando nadie lo conocía, para
contemplar después cómo el irreal muro de la tradición, de las formas y la
estética se derrumban ante el peso de una devoción común y compartida.
A la
memoria vienen rápidamente rostros de hermanos. El capiller, los priostes, las
camareras, el vestidor... Muchos de ellos esperan entre la multitud que llena
la parroquia para recibir de sus manos el Cuerpo de Cristo, pero otros ya no
están presentes porque el censo de habitantes de nuestra ciudad y las nóminas
de algunas Hermandades tienen este año, números de menos en sus cuadrantes.
Hace
poco marcharon al cielo, con la nobleza que los buenos cofrades saben llevar a
las alturas, dos cristianos doblemente hermanos Luis Rodríguez-Caso y su
hermano Vicente.
También
doblemente conocían el amor de las manos de la Virgen de la Quinta Angustia
porque fueron talladas por su padre tomando de modelo las de su propia madre.
Junto
a la Virgen su escultor, el padre que le dio vida a la Señora que con un
pañuelo en las manos secaba las dos lágrimas de sus dos únicos hijos que en
poco más de un año, habían nacido en los ojos de la Virgen.
En La
Quinta Angustia honramos a los que se fueron cogiendo con fuerza las cruces
arbóreas que cada Jueves Santo nos recuerdan, que no hay amor sin Cruz y que
solo Dios basta, que por algo nacimos en el Carmen, igual que Santa Teresa.
Esa
fuerza será la que nos ayude a subir los peldaños del patíbulo de la Cruz con
Nicodemo y Arimatea para descender a Cristo desde su arca de bronce, al más
puro corazón de la Semana Santa de Sevilla.
Ya
suenan las doce y es Domingo de Ramos. Ya en San Lorenzo el Gran Poder tiende a
todos sus santas manos atadas, y ahora en la Magdalena el incienso y los sones
de Amarguras inundan las naves del Convento de San Pablo. La procesión de
entrada de la Misa de Ramos comienza y este sacerdote nazareno se encamina hasta
el altar dirigiendo una súplica a María, su Virgen, en Su Quinta Angustia
“Salve, Fuente de Amor y Consuelo.
Salve, Esperanza del caído,
Rostro elevado al Cielo,
lagrimas ocultas para mostrarte mejor,
como la celestial Sevilla donde Tu habitas.
Que el amor de tus lágrimas
nos abran para siempre
las puertas de la celestial Sión.
Yo a Tu Hijo me consagro por entero.
Que mi vida sea como el pañuelo
y la sábana que tú sostienes,
consuelo y acogimiento de mis hermanos
que son el Descendimiento de Cristo
que cada día llega hasta mis manos.
No me olvides Madre mía,
mujer fuerte de Israel,
mi Quinta Angustia de María,
nuestra Quinta Angustia de Sevilla”.
La ciudad aparece en los albores de diciembre, pintada de tintes celestes
de fervor mariano. Ante la Purísima que presidía el altar Mayor de la Catedral,
un grupo de diez niños ataviados a la usanza dieciochesca nos disponíamos a
ejecutar la tradicional danza ante la Virgen.
Yo
formaba parte de aquel grupo de seises que en la aritmética mágica de Sevilla
son diez y ya entonces evadía mi mente buscando el rostro de aquella Inmaculada
a la que dirigíamos nuestro canto.
No tenía lejos mi amor. Sobre la Puerta de la Concepción, en el cuadro
monumental de Grosso, tantas veces cantado en esta tribuna, la descubrí a Ella.
Cuántas
veces soñando, con aquel hermano de la Cofradía de los Primitivos Nazarenos que
en tan soberbio tapiz, parece un nazareno elevado a los altares en la Gloria de
Bernini sevillana, como un santo canonizado con túnica, capirote y la bandera
de voto concepcionista.
Quién
sabe si fue un olvido del pintor tan insigne el no reflejar en su obra, un
“armao” que transformara la espada inmaculista en el Senatus del Capitán de la
Centuria. Ahora que de nuevo tomo mi barca para marcharme, sigo soñando con
encontrarme un día tan cerca de Ella como están los seises del cuadro. Mis ojos
son y serán siempre para Ella, mi invisible pareja en aquella danza.
Lo
nuestro fue un flechazo de belleza, amor y respeto. Clavó hace treinta años su
mirada en mi alma y desde entonces no me he resistido nunca a amarla. He
crecido en ese amor y cada día, cada nuevo día que cruzo el Arco, parece que
fuese el primero.
Un
verso de amor me trajo hasta su puerta, una noche, celosamente guardada por
esfinges de azucenas en otoño. Incliné mi frente ante sus ojos, esos que
cambiaron el rumbo y la melodía de esta ciudad secular y el alma a los que ante
Ella se postran. Y ahora por ser su pregonero he podido contemplarla de cerca y
llevarla en mis brazos.
Le
susurré al oído como un enamorado las coplas de mi niñez. Como alegre crótalo
acompasaba mi canto, y sin ser el seise que bailó para Ella el 31 de mayo de su
Coronación porque no conocía su cara, en ese instante, se hizo realidad aquel
sueño que en su rostro pegado al mío me enamoró de Ella.
Qué sería, sí, qué sería
si Sevilla no tuviera
tu perfil de Niña Madre
ni tu sonrisa hecha pena,
sin la dulzura infinita
de la luz de tu inocencia,
sin tus ojos, sin tus labios,
sin tu extremada belleza,
sin el verde de tu manto,
sin tu atributo de Reina
sin los primores bordados
que hizo Rodríguez Ojeda,
sin que en tu pecho brillaran
las esmeraldas toreras,
sin que lloraras detrás,
del que tiene una Sentencia,
sin que pueda contemplarte
cuando el sol ya te refleja
sin que te entone una voz
una imprevista saeta,
sin el balcón adornado
que año tras año te sueña,
sin tu resplandor cautivo
por Resolana y por Feria,
sin pétalos que te cubran
cuando por Parras regresas
sin que atravieses el arco
sin que cruzaras la verja
sin que te roce la brisa
que baja por las almenas,
sin los ojos que te piden
sin la niña que te reza
sin la mujer que da gracias
sin el hombre que te ruega,
sin que el capataz te diga:
¡Vamos al cielo con Ella!.
Pero vives tan presente
que Sevilla siempre espera
y sueña con poder verte
otra madrugada eterna.
¡Ay! qué suerte Madre mía,
acompañarte tan cerca,
con vara basilical
y con rosario de cuentas,
ir delante de tu paso
y entre las dos maniguetas,
notar que me están llamando,
tus bambalinas de seda;
sentir que Tú me acompañas
como aquel niño -¿recuerdas?-
que aprendió a rezar contigo
y en Ti encontró la respuesta
para seguir el camino
de Jesucristo y Su Iglesia.
Mas mi sueño fue ser seise,
que bailara en tu presencia;
que el 31 de mayo
sonaran mis castañuelas.
Ser un seise que a tus plantas
exaltara tu belleza
y al verte ya coronada,
proclamara tu grandeza.
Y aquí me tienes hoy, Madre,
he cumplido mi promesa
que un sacerdote del pueblo
Tú me pediste que fuera.
Y aunque mi nombre florece
en tu jarra de azucenas,
sueño que al llegar el día,
en el que el alma se entrega,
seré seise que te baile,
en Tu gloria ¡Macarena!
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