"Ventana abierta"
Un abeto muy especial
Un día de otoño que
Jaime paseaba por el bosque se encontró un bastón de madera oscura y vieja. Lo
recogió preguntándose quién habría perdido un bastón tan elegante.
Al llegar a
la entrada del bosque de abetos se encontró a un anciano que lloraba sentado en
una roca.
Jaime se acercó y le preguntó preocupado:
- ¿Por qué lloras? ¿Puedo ayudarte?
- ¡Qué bien encontrar un niño que me ayude! Tropecé en el camino con unas
piedras y se me cayeron mis gafas y el bastón que me ayudaba a andar. Ahora
estoy perdido y tengo un pie hinchado que no me deja seguir.
- No te preocupes – dijo Jaime -. Aquí tienes tu bastón, lo encontré mientras
paseaba. Si te apoyas en mí puedo ayudarte a volver a tu casa.
El anciano, muy contento, se puso en pie. Con ayuda de su bastón y poniendo una
mano sobre el hombro de Jaime pudo andar con pasitos cortos.
Por el camino
tuvieron la suerte de encontrar las gafas del anciano quien pudo, así, volver a
su casa lleno de alegría.
En agradecimiento quiso hacer un regalo a Jaime:
- Aquí tienes esta semilla de un árbol muy especial. Plántala y cuídala con
paciencia. Crecerá despacito un árbol hermoso que traerá felicidad a tu casa y
protegerá siempre a tu familia, especialmente en Navidad.
Jaime tomó en su mano la semilla, que le pareció muy delicada. Era redonda,
marrón, y parecía que tenía un ala pequeña como si quisiera echar a volar. La
llevó con cuidado en su mano hasta su casa donde buscó una gran maceta de
barro. Escogió de su jardín la tierra más oscura y puso la semilla en el
centro. La regó con agua y la colocó en un rincón protegido del viento.
Cada semana Jaime regaba su maceta y observaba la tierra por si veía alguna
novedad, pero nada parecía cambiar.
Llegó el invierno y seguía preocupándose de que la tierra siempre
estuviera húmeda, pero sin helarse.
Pasaron varios meses y Jaime se
entristeció, porque sentía que había perdido el tiempo cuidando de aquella
maceta en la que nunca pasaba nada.
Sin embargo, la primavera llegó y, con los
primeros rayos de sol, apareció una puntita blanca en la superficie de la
tierra. Este pequeño brote se fue alargando y cambiando de color, primero verde
claro y luego verde más oscuro.
El rostro de Jaime se llenó de ilusión y puso
la maceta en el lugar más soleado del jardín para que despertase pronto de su
largo reposo invernal.
Con el paso de los días, pequeñas hojas en forma de agujas salían de los
laterales de la planta que se estiraba y crecía, como si los rayos de sol
tirasen de ella hacia arriba.
Al cabo de unos meses crecieron nuevas ramas que
se llenaron de miles de agujas verdes y brillantes.
La planta crecía despacio,
pero a Jaime no le importaba, él seguía mimándola con esmero.
Como la maceta se había quedado pequeña, Jaime la transplantó al centro del jardín, junto a los rosales, en el lugar principal.
Después de varios años de riegos, cuidados y alguna que otra poda, la planta
resultó ser un hermoso y robusto abeto.
Ese invierno, al llegar la Navidad, decoraron el abeto con
grandes bolas de colores, llenaron las ramas de espumillón brillante y
colocaron una guirnalda de luces a su alrededor.
Todos los vecinos del barrio se acercaron a ver ese árbol tan especial en el
que nunca se habían fijado hasta ahora.
Miraban sorprendidos y no podían evitar una sonrisa al decir:
- “¡Es el
árbol más bonito que hemos visto!”.
Y la alegría, que era contagiosa, se
extendía entre todos.
Esa Nochebuena, después de haber cenado todos en familia, Jaime se asomó a
la ventana para contemplar a su querido abeto, que relucía con los colores del
arco iris.
Una estrella fugaz cruzó el cielo y, justo antes de caer a la
tierra, se posó en lo alto del abeto, iluminándolo con una gran luz blanca.
Jaime se llenó de alegría y vio en la estrella el rostro del anciano al que
varios años atrás ayudó a volver a casa con su bastón perdido.
Recordó sus
palabras y sintió una inmensa felicidad.
Mirando a su alrededor se dio cuenta
de que toda su familia estaba contenta y reía disfrutando de los juegos.
Antes
de unirse a ellos en la fiesta, volvió a mirar a su árbol y pidió que cada año
la alegría volviera en Navidad para iluminarles, igual que lo hacían esa noche
las luces de su amigo el abeto.
FIN
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