"Ventana abierta"
25 de diciembre de 2019
Mensaje de Navidad y bendición Urbi et Orbi del Papa Francisco
Redacción ACI Prensa
El Padre Francisco antes de pronunciar el Mensaje de navidad
Foto: Daniel Ibáñez/ ACI Prensa
El Papa Francisco
impartió la tradicional Bendición “Urbi et Orbi” (a la ciudad de Roma y al
mundo) con motivo de la celebración de la Navidad este miércoles 25 de
diciembre.
En su mensaje, el
Santo Padre pidió “que Cristo sea luz para tantos niños que sufren la guerra y
los conflictos en Oriente Medio y en diversos países del mundo. Que sea
consuelo para el amado pueblo sirio, que todavía no ve el final de las
hostilidades que han desgarrado el país en este decenio. Que remueva las
conciencias de los hombres de buena voluntad”.
A continuación, el
texto completo del mensaje del Papa Francisco:
Queridos hermanos y
hermanas: ¡Feliz Navidad!
En el seno de la
madre Iglesia, esta noche ha nacido nuevamente el Hijo de Dios hecho hombre. Su
nombre es Jesús, que significa Dios salva. El Padre, Amor eterno e infinito, lo
envió al mundo no para condenarlo, sino para salvarlo (cf. Jn 3,17).
El Padre lo dio con
inmensa misericordia. Lo entregó para todos. Lo dio para siempre. Y Él nació
como pequeña llama encendida en la oscuridad y en el frío de la noche.
Aquel Niño, nacido de
la Virgen María, es la Palabra de Dios hecha carne. La Palabra que orientó el
corazón y los pasos de Abrahán hacia la tierra prometida, y sigue atrayendo a
quienes confían en las promesas de Dios. La Palabra que guio a los hebreos en
el camino de la esclavitud a la libertad, y continúa llamando a los esclavos de
todos los tiempos, también hoy, a salir de sus prisiones. Es Palabra, más
luminosa que el sol, encarnada en un pequeño hijo del hombre, Jesús, luz del
mundo.
Por esto el profeta
exclama: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Sí,
hay tinieblas en los corazones humanos, pero más grande es la luz de Cristo.
Hay tinieblas en las relaciones personales, familiares, sociales, pero más
grande es la luz de Cristo. Hay tinieblas en los conflictos económicos,
geopolíticos y ecológicos, pero más grande es la luz de Cristo.
Que Cristo sea luz
para tantos niños que sufren la guerra y los conflictos en Oriente Medio y en
diversos países del mundo. Que sea consuelo para el amado pueblo sirio, que
todavía no ve el final de las hostilidades que han desgarrado el país en este
decenio. Que remueva las conciencias de los hombres de buena voluntad. Que
inspire a los gobernantes y a la comunidad internacional para encontrar
soluciones que garanticen la seguridad y la convivencia pacífica de los pueblos
de la región y ponga fin a sus sufrimientos.
Que sea apoyo para el
pueblo libanés, de este modo pueda salir de la crisis actual y descubra
nuevamente su vocación de ser un mensaje de libertad y de armoniosa
coexistencia para todos.
Que el Señor Jesús
sea luz para la Tierra Santa donde Él nació, Salvador del mundo, y donde
continúa la espera de tantos que, incluso en la fatiga, pero sin desesperarse,
aguardan días de paz, de seguridad y de prosperidad. Que sea consolación para
Irak, atravesado por tensiones sociales, y para Yemen, probado por una grave
crisis humanitaria.
Que el pequeño Niño
de Belén sea esperanza para todo el continente americano, donde diversas
naciones están pasando un período de agitaciones sociales y políticas. Que
reanime al querido pueblo venezolano, probado largamente por tensiones
políticas y sociales, y no le haga faltar el auxilio que necesita. Que bendiga
los esfuerzos de cuantos se están prodigando para favorecer la justicia y la
reconciliación, y se desvelan para superar las diversas crisis y las numerosas
formas de pobreza que ofenden la dignidad de cada persona.
Que el Redentor del
mundo sea luz para la querida Ucrania, que aspira a soluciones concretas para
alcanzar una paz duradera. Que el Señor recién nacido sea luz para los pueblos
de África, donde perduran situaciones sociales y políticas que a menudo obligan
a las personas a emigrar, privándolas de una casa y de una familia. Que haya
paz para la población que vive en las regiones orientales de la República
Democrática del Congo, martirizada por conflictos persistentes.
Que sea consuelo para
cuantos son perseguidos a causa de su fe, especialmente los misioneros y los
fieles secuestrados, y para cuantos caen víctimas de ataques por parte de
grupos extremistas, sobre todo en Burkina Faso, Malí, Níger y Nigeria.
Que el Hijo de Dios,
que bajó del cielo a la tierra, sea defensa y apoyo para cuantos, a causa de
estas y otras injusticias, deben emigrar con la esperanza de una vida segura.
La injusticia los obliga a atravesar desiertos y mares, transformados en
cementerios. La injusticia los fuerza a sufrir abusos indecibles, esclavitudes
de todo tipo y torturas en campos de detención inhumanos. La injusticia les
niega lugares donde podrían tener la esperanza de una vida digna y les hace
encontrar muros de indiferencia.
Que el Emmanuel sea
luz para toda la humanidad herida. Que ablande nuestro corazón, a menudo
endurecido y egoísta, y nos haga instrumentos de su amor. Que, a través de
nuestros pobres rostros, regale su sonrisa a los niños de todo el mundo,
especialmente a los abandonados y a los que han sufrido a causa de la
violencia.
Que, a través de
nuestros brazos débiles, vista a los pobres que no tienen con qué cubrirse, dé
el pan a los hambrientos, cure a los enfermos. Que, por nuestra frágil
compañía, esté cerca de las personas ancianas y solas, de los migrantes y de
los marginados. Que, en este día de fiesta, conceda su ternura a todos, e
ilumine las tinieblas de este mundo.
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