"Ventana abierta"
Una cruz en la tierra y una corona en el cielo"
ABC de Sevilla
POR GLORIA GAMITO
En el traslado de Santa Ángela a la Catedral, en mayo de 2003, tras su canonización Sevilla entera se echó a la calle para mostrarle su amor y respet0
El 2 de agosto de
1875 en un cuarto con derecho a cocina en el corral de vecinos del número 13 de
la calle San Luis, cuatro monjas sin hábito comenzaron una labor de ayuda a los
más pobres de Sevilla, que hoy, 133 años más tarde sigue pujante y no ha sufrido
interrupción.
Todas las
fechas relacionadas con Santa Ángela de la Cruz están escritas con letras de
oro en el corazón de Sevilla y no necesitan publicidad. El alma colectiva de la
ciudad las recuerda siempre porque, antes que nada, las siente como propias. El
2 de agosto, festividad de la Virgen de los Ángeles y santo de Sor Ángela, es
una de las más importantes. Ese día la Compañía de la Cruz, que la zapatera
sevillana había imaginado hasta en sus más mínimos detalles, empieza su
andadura. Sor Ángela pone en marcha su instrumento para hacerse «pobre con los
pobres», y levanta de forma física el Calvario en el que quiere estar «enfrente
y muy cerca» de un Jesús al que reconoce y sirve en los más desvalidos de la
sociedad, los pobres y los enfermos.
Casa natal Santa Lucía 5 (Sevilla)
Ángela
Guerrero González, nacida en 1846 en la plaza de Santa Lucía, de unos padres
pobres y muy religiosos, y el sacerdote José Torres Padilla, nacido en
Canarias, fueron los fundadores de las Hermanas de la Cruz.
Cincuenta y un años
tenía el canónigo que fue consultor pontificio del Concilio Vaticano I, y 16
Angelita Guerrero cuando se conocieron en 1962 en un confesionario. El padre
Torres Padilla era conocido como «el santero de Sevilla», tal era la fama de
santidad y calidad espiritual de sus dirigidas, como la dominica Sor Bárbara de
Santo Domingo, la Hija de la Giralda, y la mercedaria Sor María Florencia
Trinidad, Madre Sacramento. El sacerdote, que nunca cobró por dar un sermón
comenzó a dirigir a Angelita, en la que apreció toda su grandeza espiritual.
Ángela
Guerrero tuvo una instrucción muy escasa, y sólo aprendió a leer y escribir no
muy bien en una «miga», una escuela muy precaria que había junto a su casa.
Desde muy pequeña acudía a la parroquia de Santa Lucía, entonces una de las más
pobres de Sevilla.
Con 12 o
13 años entró de aprendiza en el taller de calzado de doña Antonia Maldonado,
en la calle Feijoo, entonces llamada del Huevo. Allí se hacían a medida los
zapatos las damas de la alta sociedad sevillana y los canónigos. Ya entonces,
Angelita alternaba su trabajo con una intensa vida de oración y unas
penitencias muy severas. Dormía sobre una tabla y con una piedra por almohada.
Llevaba un cilicio como escapulario y otro escondido en el pelo. Ayunaba los
viernes y los sábados y a las mejores comidas les echaba ceniza para quitarles
sabor.
En el
taller todas conocen las penitencias de esta joven oficiala que acudió al
Convento de Santa Isabel a enseñar su oficio a las arrepentidas que cuidaba
Madre Dolores Márquez Romero de Onoro. Los viernes Angelita daba su almuerzo a
los pobres y les pedía a sus compañeras un mendrugo de pan.
En una ocasión se
tropezó con una compañera, se golpeó la cabeza y todas vieron como por su
frente corrían gotas de sangre. Otro día rezando el rosario, Angelita que
estaba de rodillas, se elevó sobre el suelo. Estaba deslumbrada y sonriente. La
dejaron sola. Después se disculpo diciendo: «Me dejaron ustedes dormida…». Otra
vez llegó a su casa seca aunque estaba diluviando.
Dirigida
por el padre Torres, Ángela Guerrero madura en su vida religiosa. Él controla
sus penitencias y la orienta hacia el apostolado. Visita enfermos y socorre
necesitados. Ángela cuidaba a una mujer a la que la leche se le quedó retenida
en los pechos y eso le provocó un tumor. Aunque sufría muchos dolores no se quería
operar y con el tratamiento no mejoraba. Un día al curarla Ángela acercó su
boca a la herida y extrajo la supuración. La enferma sanó y la noticia voló por
Sevilla. Como consecuencia de este hecho padeció hasta su muerte de llagas en
la boca.
Después
de los intentos de ser monja de clausura en las carmelitas descalzas, y de vida
activa en las Hijas de la Caridad, que resultaron fallidos, el 1 de noviembre
de 1871 Ángela Guerrero quiere ser monja fuera del convento y se compromete por
escrito «a vivir conforme a los consejos evangélicos». El día de la Purísima de
1873, con la autorización del padre Torres hizo sus votos perpetuos y usó desde
entonces el apellido por el que siempre sería conocida: de la Cruz.
Por
consejo del padre, Ángela de la Cruz escribe todos sus pensamientos sobre la
Congregación que quiere fundar para hacerse pobre con los pobres. Ahí va dando
forma a su «calvario», que es en definitiva una forma más perfecta de hacer lo
que lleva años realizando. Concreta horarios, ajuar, comidas, visitas a los
enfermos y a la vez escribe bellas páginas del misticismo, comparables a las de
Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz.
Un día,
al regresar a su casa por la calle Enladrillada, va pensando que el oratorio de
su convento tiene que ser muy bello y la pieza más rica y cuidada de la casa
para que si alguna de sus religiosas se siente cansada, encuentre consuelo a
los pies de la Virgen. Imagina que la imagen de María será muy bonita pero no
llevará Niño Jesús, sino que en sus manos tendrá una cruz y una corona, los
símbolos de las Hermanas de la Cruz: una cruz en la tierra y una corona en el
cielo. De pronto se quedó paralizada porque vio delante suya a la Virgen que
estaba tal y como se la imaginaba y la Señora le prometió su ayuda.
El 2 de
agosto de 1875 se hace realidad de forma oficial lo que hasta entonces era sólo
un anhelo de Ángela. En las dos habitaciones con derecho a cocina del corral nº
13 de la calle San Luis el ajuar es escaso: seis sillas, una mesa, un arcón,
cuatro esterillas. Sólo dos meses después de la fundación, en octubre de 1875,
las Hermanas de la Cruz se trasladaron a una casa a la calle Hombres de Piedra.
El párroco de San Lorenzo, don Marcelo Spínola, que las ayudaría siempre hasta
su muerte, las acogió y les firmó un documento para acreditarlas en la
feligresía. El día de navidad de ese año ya pudieron llevar los hábitos.
De Hombre
de Piedra al número 3 de la calle Lerena donde ya consiguieron tener un
oratorio. De calle Lerena pasaron al número 12 de la calle Cervantes y de ahí a
la actual Casa Madre en la calle Santa Ángela, antigua Alcázares.
Un cariño
y un agradecimiento que no sólo han sido constantes, sino que ha crecido, al
igual que la Compañía que actualmente tiene casas en toda España, y también en
Italia y Argentina. Además su noviciado es el más numeroso de la Diócesis de
Sevilla pese a la dureza de la regla y de lo sacrificado de su día a día,
perpetua negación de gustos y comodidades, y sin embargo lleno de alegría.
Ya lo
dijo el padre Torres cuando algunos consideraron una exageración las
penitencias y caridades de estas religiosas: «Quiten el rigor a las Hermanas de
la Cruz y serán todo menos Hermanas de la Cruz».
No hay comentarios:
Publicar un comentario