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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

martes, 5 de noviembre de 2019

Una cruz en la tierra y una corona en el cielo

"Ventana abierta"


Una cruz en la tierra y una corona en el cielo"
ABC de Sevilla
POR GLORIA GAMITO 

En el traslado de Santa Ángela a la Catedral, en mayo de 2003, tras su canonización Sevilla entera se echó a la calle para mostrarle su amor y respet0

El 2 de agosto de 1875 en un cuarto con derecho a cocina en el corral de vecinos del número 13 de la calle San Luis, cuatro monjas sin hábito comenzaron una labor de ayuda a los más pobres de Sevilla, que hoy, 133 años más tarde sigue pujante y no ha sufrido interrupción.

Todas las fechas relacionadas con Santa Ángela de la Cruz están escritas con letras de oro en el corazón de Sevilla y no necesitan publicidad. El alma colectiva de la ciudad las recuerda siempre porque, antes que nada, las siente como propias. El 2 de agosto, festividad de la Virgen de los Ángeles y santo de Sor Ángela, es una de las más importantes. Ese día la Compañía de la Cruz, que la zapatera sevillana había imaginado hasta en sus más mínimos detalles, empieza su andadura. Sor Ángela pone en marcha su instrumento para hacerse «pobre con los pobres», y levanta de forma física el Calvario en el que quiere estar «enfrente y muy cerca» de un Jesús al que reconoce y sirve en los más desvalidos de la sociedad, los pobres y los enfermos. 

Casa natal Santa Lucía 5 (Sevilla)

Ángela Guerrero González, nacida en 1846 en la plaza de Santa Lucía, de unos padres pobres y muy religiosos, y el sacerdote José Torres Padilla, nacido en Canarias, fueron los fundadores de las Hermanas de la Cruz.

Cincuenta y un años tenía el canónigo que fue consultor pontificio del Concilio Vaticano I, y 16 Angelita Guerrero cuando se conocieron en 1962 en un confesionario. El padre Torres Padilla era conocido como «el santero de Sevilla», tal era la fama de santidad y calidad espiritual de sus dirigidas, como la dominica Sor Bárbara de Santo Domingo, la Hija de la Giralda, y la mercedaria Sor María Florencia Trinidad, Madre Sacramento. El sacerdote, que nunca cobró por dar un sermón comenzó a dirigir a Angelita, en la que apreció toda su grandeza espiritual.

Ángela Guerrero tuvo una instrucción muy escasa, y sólo aprendió a leer y escribir no muy bien en una «miga», una escuela muy precaria que había junto a su casa. Desde muy pequeña acudía a la parroquia de Santa Lucía, entonces una de las más pobres de Sevilla.

Con 12 o 13 años entró de aprendiza en el taller de calzado de doña Antonia Maldonado, en la calle Feijoo, entonces llamada del Huevo. Allí se hacían a medida los zapatos las damas de la alta sociedad sevillana y los canónigos. Ya entonces, Angelita alternaba su trabajo con una intensa vida de oración y unas penitencias muy severas. Dormía sobre una tabla y con una piedra por almohada. Llevaba un cilicio como escapulario y otro escondido en el pelo. Ayunaba los viernes y los sábados y a las mejores comidas les echaba ceniza para quitarles sabor.

En el taller todas conocen las penitencias de esta joven oficiala que acudió al Convento de Santa Isabel a enseñar su oficio a las arrepentidas que cuidaba Madre Dolores Márquez Romero de Onoro. Los viernes Angelita daba su almuerzo a los pobres y les pedía a sus compañeras un mendrugo de pan.

 En una ocasión se tropezó con una compañera, se golpeó la cabeza y todas vieron como por su frente corrían gotas de sangre. Otro día rezando el rosario, Angelita que estaba de rodillas, se elevó sobre el suelo. Estaba deslumbrada y sonriente. La dejaron sola. Después se disculpo diciendo: «Me dejaron ustedes dormida…». Otra vez llegó a su casa seca aunque estaba diluviando.

Dirigida por el padre Torres, Ángela Guerrero madura en su vida religiosa. Él controla sus penitencias y la orienta hacia el apostolado. Visita enfermos y socorre necesitados. Ángela cuidaba a una mujer a la que la leche se le quedó retenida en los pechos y eso le provocó un tumor. Aunque sufría muchos dolores no se quería operar y con el tratamiento no mejoraba. Un día al curarla Ángela acercó su boca a la herida y extrajo la supuración. La enferma sanó y la noticia voló por Sevilla. Como consecuencia de este hecho padeció hasta su muerte de llagas en la boca.

Después de los intentos de ser monja de clausura en las carmelitas descalzas, y de vida activa en las Hijas de la Caridad, que resultaron fallidos, el 1 de noviembre de 1871 Ángela Guerrero quiere ser monja fuera del convento y se compromete por escrito «a vivir conforme a los consejos evangélicos». El día de la Purísima de 1873, con la autorización del padre Torres hizo sus votos perpetuos y usó desde entonces el apellido por el que siempre sería conocida: de la Cruz.


Por consejo del padre, Ángela de la Cruz escribe todos sus pensamientos sobre la Congregación que quiere fundar para hacerse pobre con los pobres. Ahí va dando forma a su «calvario», que es en definitiva una forma más perfecta de hacer lo que lleva años realizando. Concreta horarios, ajuar, comidas, visitas a los enfermos y a la vez escribe bellas páginas del misticismo, comparables a las de Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz.

Un día, al regresar a su casa por la calle Enladrillada, va pensando que el oratorio de su convento tiene que ser muy bello y la pieza más rica y cuidada de la casa para que si alguna de sus religiosas se siente cansada, encuentre consuelo a los pies de la Virgen. Imagina que la imagen de María será muy bonita pero no llevará Niño Jesús, sino que en sus manos tendrá una cruz y una corona, los símbolos de las Hermanas de la Cruz: una cruz en la tierra y una corona en el cielo. De pronto se quedó paralizada porque vio delante suya a la Virgen que estaba tal y como se la imaginaba y la Señora le prometió su ayuda.


El 2 de agosto de 1875 se hace realidad de forma oficial lo que hasta entonces era sólo un anhelo de Ángela. En las dos habitaciones con derecho a cocina del corral nº 13 de la calle San Luis el ajuar es escaso: seis sillas, una mesa, un arcón, cuatro esterillas. Sólo dos meses después de la fundación, en octubre de 1875, las Hermanas de la Cruz se trasladaron a una casa a la calle Hombres de Piedra. 


El párroco de San Lorenzo, don Marcelo Spínola, que las ayudaría siempre hasta su muerte, las acogió y les firmó un documento para acreditarlas en la feligresía. El día de navidad de ese año ya pudieron llevar los hábitos.

De Hombre de Piedra al número 3 de la calle Lerena donde ya consiguieron tener un oratorio. De calle Lerena pasaron al número 12 de la calle Cervantes y de ahí a la actual Casa Madre en la calle Santa Ángela, antigua Alcázares.

Un cariño y un agradecimiento que no sólo han sido constantes, sino que ha crecido, al igual que la Compañía que actualmente tiene casas en toda España, y también en Italia y Argentina. Además su noviciado es el más numeroso de la Diócesis de Sevilla pese a la dureza de la regla y de lo sacrificado de su día a día, perpetua negación de gustos y comodidades, y sin embargo lleno de alegría.

Ya lo dijo el padre Torres cuando algunos consideraron una exageración las penitencias y caridades de estas religiosas: «Quiten el rigor a las Hermanas de la Cruz y serán todo menos Hermanas de la Cruz».

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