"Ventana abierta"
Aleteia
¿Cómo acercarse a la confesión?
La Biblia responde
Karna Swanson
Entiende
mejor el sacramento del perdón
1. La primera actitud que uno debería tener
cuando se acerca a la confesión es la de buscar encontrarse con Jesús, que es
la misma actitud de Zaqueo el recaudador de impuestos, que corrió adelantándose
a las multitudes y se subió a un árbol en un esfuerzo por ver a Jesús.
Bernie
Schmitz, vicario para el clero de la archidiócesis de Denver, explica que al
recaudador de impuestos “no le importaba nada lo que pensaran los demás” y
“estaba dispuesto a hacer el ridículo” para encontrarse con Jesús. “Una de las
primeras cosas a conquistar cuando vamos a la confesión es la idea de lo que
van a pensar los demás”, dice.
Destacando
que Zaqueo estaba tan ansioso de ver al Señor que corrió adelantándose a las
multitudes y se subió a un árbol, el sacerdote señala que al cobrador de impuestos
“le urgía reconciliarse”. “Zaqueo
corre porque está buscando la libertad. No está huyendo del Señor, sino más
bien corriendo hacia Él”.
Después
de que se encuentra con Jesús, Zaqueo dice: “Daré, Señor, la mitad de mis
bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el
cuádruple”.
“Él
entendió que el perdón lleva obligaciones”, destaca Schmitz. “Cuando damos el
paso para ser perdonados, tomamos nuevas
responsabilidades y nueva vida. Él empieza a vivir su vida cristiana
con más convicción”.
“Cuando
nos reconciliamos, entonces asumimos nuevas obligaciones y nos damos cuenta de
que tenemos una nueva misión”.
2. La
mujer pecadora del Evangelio de Lucas muestra cómo acercarnos a la confesión
con humildad y conciencia de nuestro pecado. Ella llora por sus pecados, porque
se da cuenta de que ha dañado su relación con Dios, y busca la reconciliación
por el amor.
“Era
una mujer de humildad. Entendió y aceptó su pecado. No lo negó. También hubo
humillación y probablemente vergüenza de su pecado”, continúa.
Estaba
claro que ella “entendió que había lastimado al Señor” aunque no le hubiera
herido directamente a Él. Pecamos cuando nos alejamos de la dignidad que Dios
nos ha dado, señala; su acción de limpiar los pies de Cristo, una acción
realizada normalmente por un sirviente, fue “una expresión de amor”: “Esas
lágrimas son el amor que se perdió y el deseo de recuperarlo”.
Citando
el Rito de confesión, el sacerdote añade: “La verdadera conversión resulta plena y completa cuando se expresa por
medio de la satisfacción de las culpas cometidas, por la enmienda de la vida y
por la reparación de los daños causados a los demás”.
“Cumplimos
la penitencia por amor en lugar de ser un acto de castigo”, explica Schmitz.
“Estar verdaderamente arrepentido es entender y buscar el perdón. En el Acto de
contrición, decimos: “Me pesa de todo corazón haberos ofendido”. La ansiedad o
el miedo pueden llevarnos a la confesión, pero es el amor lo que nos sostiene”.
Al
final del pasaje, Jesús dice: “Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos
pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor
muestra”.
“Nuestro pecado
interrumpe nuestra relación con Dios”, explica. “Cuanto más crezcamos
espiritualmente, más cuenta nos daremos de los extralimitados efectos del
pecado. Puede ser un comentario cruel o una mentira piadosa, pero cierra un
poco la puerta a Dios”.
“Así,
cada momento de penitencia es una oportunidad de enamorarnos más profundamente
de nuestro Señor”.
3. Una tercera actitud para aproximarse al
sacramento de la confesión es la de san Pedro, que fue capaz de aceptar el
perdón del Señor, incluso después de negarle tres veces. Su ejemplo contrasta
con el de Judas, que se arrepintió de su pecado, pero rechazó pedir perdón.
Para
ilustrar la última actitud que se debería tener al ir a confesarse, Schmitz
realiza un paralelismo entre la actitud de Judas y la de Pedro.
La
actitud de Cristo siempre es la de la apertura y el perdón, recuerda. En el
momento de la traición de Judas, el Señor llama “amigo” a su traidor (cf. Mateo
26, 48-50).
“Incluso
en nuestros momentos más oscuros”, destaca el sacerdote, “el camino a la
reconciliación y a la sanación está siempre abierto”.
Pero
pedir perdón depende del pecador. Cuando Judas traicionó a Cristo, “se llenó de
remordimientos” y devolvió las treinta monedas de plata. “Entonces él,
arrojando las monedas en el Templo, se marchó y fue a ahorcarse” (Mateo 27,
3-5).
El
arzobispo Fulton Sheen (1895-1979) reflexionó sobre la actitud de Judas hacia
su pecado en Vida de Cristo:
“Judas estaba arrepentido ante sí mismo, pero no ante el Señor; disgustado con
los efectos del pecado, pero no con el pecado.
Todo puede ser perdonado menos el rechazo a pedir perdón. La vida puede
perdonar todo excepto la muerte. Su remordimiento no era más que un odio a sí
mismo, y el odio a uno mismo es suicida”.
Para
el arzobispo, “cuando un hombre se odia a sí mismo por algo que ha hecho, sin
arrepentimiento ante Dios, a veces se golpea el pecho como si quisiera borrar
el pecado. Hay una diferencia abismal entre golpearse el pecho por disgusto de
uno mismo y golpeárselo diciendo mea culpa, pidiendo perdón”.
Trazando
un paralelismo entre Judas y Pedro, Schmitz destaca: “Ambos son llamados
Satanás por el Señor. Jesús les advierte a los dos que han fallado. Ambos
niegan al Señor. Él intenta salvarlos a los dos. Ambos estaban arrepentidos.
Pedro lloró amargamente. Judas devolvió las 30 monedas de plata”.
“¿Cuál
es la diferencia?”, pregunta. “Pedro
se arrepintió ante el Señor, y Judas se arrepintió ante sí mismo. Pedro sabía
que había pecado y buscó la redención. Judas sabía que había cometido un error,
e intentó escapar”.
Entonces
citó Corintios 2, 7-10: “La tristeza según Dios produce firme arrepentimiento
para la salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte”.
“Podemos
ser Zaqueo, ansiosos y hambrientos por ver al Señor”, concluye el sacerdote; “o
podríamos ser la mujer que enjugó los pies de Jesús, deseosos de llorar por
nuestros pecados; o podemos ser Judas, odiando lo que hemos hecho, temerosos,
huyendo del Señor; o podemos ser Pedro, mirando nuestro pecado con
remordimiento”.
La respuesta a esta pregunta está basada en una conferencia de Bernie Schmitz, vicario para el clero de la archidiócesis de Denver, sobre "Cómo hacer una buena confeción. El sacerdote la pronunció el 2 de marzo de 2012 en la Conferencia Viviendo la fe católica de la archidiócesis de Denver. Schmitz también es el párroco de la parroquia de la Madre de Dios de Denver.
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