"Ventana abierta"
El Papa:
los nuevos Santos han caminado en la fe, en la santidad de lo cotidiano
13 - 0ctubre - 2019
“Invocar, caminar, agradecer. Tres etapas que
nos muestran el camino de la fe”. La mañana de este domingo, 13 de octubre, el
Santo Padre presidió la celebración Eucarística y Canonización de los beatos:
John Henry Newman, Josefina Vannini, María Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce
Lopes Pontes y Margarita Bays.
Renato Martinez - Ciudad del
Vaticano
“Hoy damos gracias al Señor por los nuevos santos, que han caminado en la
fe y ahora invocamos como intercesores. […] Pidamos ser así, ‘luces amables’ en
medio de la oscuridad del mundo. Jesús, quédate con nosotros y así comenzaremos
a brillar como brillas Tú; a brillar para servir de luz a los demás”, lo dijo
el Papa Francisco en su homilía en la Santa Misa y Canonización de los beatos:
John Henry Newman, Josefina Vannini, María Teresa Chiramel Mankidiyan, Dulce
Lopes Pontes y Margarita Bays, este 13 de octubre, XXVIII Domingo del Tiempo
Ordinario, en la Plaza de San Pedro.
«Tu
fe te ha salvado»
El Santo Padre comentando el
Evangelio de este domingo señaló que, San Lucas (17,19) nos muestra el camino de la fe, en el que podemos
distinguir tres etapas, señaladas por los leprosos curados, que invocan, caminan y agradecen.
Invocar: no dejarse paralizar por las exclusiones
La primera etapa de
este camino
de fe, indicó el Pontífice, es invocar. Y esta actitud lo
vemos en los leprosos que se encontraban en una condición terrible, no sólo por
sufrir la enfermedad que, incluso en la actualidad, se combate con mucho
esfuerzo, sino por la exclusión social. Pero, aun cuando su situación los deja
a un lado, ellos invocan a Jesús «a gritos». “No se dejan paralizar por las
exclusiones de los hombres y gritan a Dios, que no excluye a nadie. Es así como
se acortan las distancias, como se vence la soledad – puntualizó el Papa – no
encerrándose en sí mismos y en las propias aflicciones, no pensando en los
juicios de los otros, sino invocando al Señor, porque el Señor escucha el grito
del que está solo”
“Invoquemos con confianza cada día el nombre de Jesús: Dios salva. Repitámoslo; es rezar. La oración es la puerta de la fe. la oración es la medicina del corazón”.
Por ello, el Papa Francisco afirmó que al igual que los leprosos, también nosotros necesitamos ser curados, todos. “ Necesitamos ser sanados de la falta de confianza en nosotros mismos, en la vida, en el futuro; de tantos miedos; de los vicios que nos esclavizan; de tantas cerrazones, dependencias y apegos: al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, al juicio de los demás. El Señor libera y cura el corazón, si lo invocamos, si le decimos: Señor, yo creo que puedes sanarme; cúrame de mis cerrazones, libérame del mal y del miedo, Jesús”.
Llaman a Dios por su nombre, de modo directo, de modo espontáneo. Llamar por el nombre es signo de confianza, y al Señor le gusta. la fe crece así, con la invocación confiada, presentando a Jesús lo que somos, con el corazón abierto, sin esconder nuestras miserias.
Caminar: siempre juntos confiando en Dios
La segunda etapa, señaló el Santo Padre, es caminar. Evidenciando una
decena de verbos de movimiento que aparecen en el Evangelio de hoy, el
Pontífice dijo que, impacta el hecho de que los leprosos no se curan cuando
están delante de Jesús, sino después, al caminar. “Somos purificados en el
camino de la vida, un camino que a menudo es en subida, porque conduce hacia lo
alto. La fe requiere un camino, una salida, hace milagros si salimos de
nuestras certezas acomodadas, si dejamos nuestros puertos seguros, nuestros
nidos confortables. La fe aumenta con el don y crece con el riesgo. La fe
avanza cuando vamos equipados de la confianza en Dios”.
“ También nosotros: avanzamos en la fe con el amor humilde y concreto, con la paciencia cotidiana, invocando a Jesús y siguiendo hacia adelante”.
Pero, el Papa
Francisco evidencia otro aspecto interesante que emerge en el Evangelio y en el
camino de los leprosos: avanzan juntos, siempre en plural: la fe es caminar
juntos, nunca solos. Incluso después de haber sido curados Jesús se pregunta:
«Los otros nueve, ¿dónde están?». Casi parece que pide cuenta de los otros
nueve al único que regresó. Es verdad, es nuestra tarea —de nosotros que
estamos aquí para “celebrar la Eucaristía”, es decir, para agradecer—, es
nuestra tarea hacernos cargo del que ha dejado de caminar, de quien ha perdido
el rumbo: somos protectores de nuestros hermanos alejados. Somos intercesores
para ellos, somos responsables de ellos, estamos llamados a responder y
preocuparnos por ellos.
Agradecer:
es abrazar al Señor de la vida
La última etapa, afirmó el Obispo de Roma, es agradecer. Sólo al que
agradece Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado». No sólo está sano, sino también
salvado. Esto nos dice que la meta no es la salud, no es el estar bien, sino el
encuentro con Jesús. La salvación no es beber un vaso de agua para estar en
forma, es ir a la fuente, que es Jesús. Sólo Él libra del mal y sana el
corazón, sólo el encuentro con Él salva, hace la vida plena y hermosa.
“ Cuando encontramos a Jesús, el "gracias" nace espontáneo, porque se descubre lo más importante de la vida, que no es recibir una gracia o resolver un problema, sino abrazar al Señor de la vida”.
El culmen del camino
de fe es vivir dando gracias. Podemos preguntarnos: nosotros, que tenemos fe,
¿vivimos la jornada como un peso a soportar o como una alabanza para ofrecer?
¿Permanecemos centrados en nosotros mismos a la espera de pedir la próxima
gracia o encontramos nuestra alegría en la acción de gracias? Cuando
agradecemos, el Padre se conmueve y derrama sobre nosotros el Espíritu Santo.
Agradecer no es cuestión de cortesía, de buenos modales, es cuestión de fe. Un
corazón que agradece se mantiene joven. Decir: “Gracias, Señor” al
despertarnos, durante el día, antes de irnos a descansar es el antídoto al
envejecimiento del corazón. Así también en la familia, entre los esposos:
acordarse de decir gracias. Gracias es la palabra más sencilla y beneficiosa.
Los
nuevos Santos han caminado en la fe
Finalmente, el Papa Francisco invitó a dar gracias al Señor por los nuevos
Santos, que han caminado en la fe y ahora invocamos como intercesores. Tres son
religiosas y nos muestran que la vida consagrada es un camino de amor en las
periferias existenciales del mundo. Santa Margarita Bays, en cambio, era una
costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia
paciente, la entrega silenciosa. A través de estas cosas, el Señor ha hecho
revivir en ella el esplendor de la Pascua. Es la santidad de lo cotidiano, a la
que se refiere el santo Cardenal Newman cuando dice: «El cristiano tiene una
paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve.
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Biografía de los cinco santos
Dulce Lopes Pontes, la monja brasileña que casi gana el Nobel
11 - octubre - 2019
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Candidata al Premio Nobel de la Paz en 1988, pero también incluida entre las mujeres más admirables de su tiempo en Brasil. Y pensar que Dulce Lopes Pontes se había hecho religiosa para realizar "pequeños actos de amor" a ejemplo de Santa Teresita del Niño Jesús.
Originaria de Salvador de Bahía, María Rita – este es el nombre secular de Dulce Lopes Pontes de Souza Brito – pronto quedó huérfana y fue confiada a sus tías. A sus 18 años, con una de ellas, visitó una de las zonas más pobres de la ciudad y quedó muy impresionada, por lo que decidió transformar su casa en un centro de acogida para personas necesitadas.
"Amar y servir"
María Rita era muy devota de Santa Teresita del Niño Jesús y dentro de ella comienza a sentir la vocación de amar y servir al Señor en la vida religiosa. Así es como se sintió dispuesta a realizar "pequeños actos de amor" que Jesús transforma en grandes obras. Al entrar en la Congregación de las Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, escogió el nombre de Dulce y comenzó a atender a los pobres de la favela de Alagados. Se comprometió en la educación de los obreros y fundó para ellos la Unión de los Trabajadores de San Francisco. No hay mayor experiencia para ella que la de encontrar el rostro de Cristo en el de los enfermos y necesitados a los que ayudar. Pudo abrir para ellos un dispensario médico, una biblioteca, una escuela y un cine.
El hospital en el gallinero
Su reputación de buena madre la acompaña, por lo que los enfermos son cada vez más numerosos y no se sabe dónde hospedarlos. Al principio los acoge en algunas casas abandonadas en un barrio degradado de Bahía, apodado no por casualidad "la Isla de las ratas ", luego se trasladan al mercado del pescado, pero el municipio también los expulsa de allí. En 1949, la Hermana Dulce obtuvo de la Superiora el derecho de utilizar el gran gallinero adosado al convento, y aquí, diez años más tarde, se construyó el hospital de San Antonio, que hoy cuenta con más de 1.500 camas y está a la vanguardia en el tratamiento de las enfermedades oncológicas. Se trata de una de las mayores obras realizadas por la nueva Santa.
"El amor supera todos los obstáculos"
La vida misma de la Hermana Dulce, y su camino hacia la santidad, son la prueba clara de que el amor puede verdaderamente superar todos los obstáculos.
Cada vez más probada físicamente, con un treinta por ciento menos de función respiratoria, esta religiosa en 1991 tuvo que ser ingresada durante dieciséis meses en el hospital donde recibió la visita de Juan Pablo II, quien, a su vez, la había recibido en audiencia diez años antes.
El 13 de marzo de 1992, "Madre Teresa brasileña" murió y cientos de personas se reunieron en torno a ella para el último saludo, eran pobres y enfermos, a quienes había consolado, cuidado, sanado y que ya la veneraban como Santa.
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Es Santa
Giuseppina Vannini, una vida para los enfermos
11 - octubre - 2019
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Fundadora de las Hijas de San Camilo, la nueva
santa podrá cumplir su vocación tarde, pero lo hará de una manera extraordinaria:
de hecho, en tan sólo 19 años, la familia femenina dedicada al cuidado de los
enfermos se consolidará en todo el mundo.
Estalla pronto, en la
vida de la Madre Giuseppina Vannini, o más bien: de Giuditta - como la llamaron
sus padres - la llamada del Señor, pero responderle sí a su esposo será
más difícil de lo esperado. De hecho, tendrá que sufrir antes de realizar su
sueño: vestir finalmente el velo como religiosa.
La vocación pasa por el camino de la cruz
Huérfana de ambos padres a la edad de cuatro años y separada de sus
hermanos, es cuando Giuditta dice su primer sí, aceptando su vida entre los
huérfanos del Conservatorio Torlonia en Roma, dirigido por las Hijas de la
Caridad de San Vicente de Paul. Aquí pronto madura su vocación, pero no
encuentra un instituto en el cual florecer. De vuelta en Roma con su tía, y
luego en Nápoles, donde trabaja como maestra de jardín de infantes, Giuditta
sabe que este no es su camino. En 1891 participó en un curso de ejercicios espirituales
donde conoció a su padre camiliano, Luigi Tezza, quien unos meses antes, como
Fiscal General, había recibido la tarea de restaurar los terciarios camilianos.
El padre Tezza comprende el plan divino y le ofrece participar en este
proyecto. Giuditta necesita reflexionar, pero luego acepta: "Aquí estoy a
su disposición - le dice - no soy capaz de nada, yo. Sin embargo, confío en
Dios”.
El calvario del nuevo instituto
La nueva comunidad toma forma con Giuditta y otras dos personas el 2 de
febrero de 1892 con la imposición del escapulario cruzado en una ceremonia que
tiene lugar en la habitación, transformada en capilla, en la que San Camillo de
Lellis había muerto. Tres años más tarde, Giuditta, ahora hermana Giuseppina,
se convirtió en superiora general. Sin embargo, la aprobación definitiva de la
autoridad eclesiástica es necesaria para el nuevo instituto: el Papa León XIII
lo rechaza dos veces, por lo que requiere que la nueva familia se aleje de Roma
y se convierta en una asociación piadosa. Pero aquí hay otra evidencia:
circulan rumores calumniosos sobre la conducta del padre Tezza, a quien incluso
se le prohíbe encontrarse con las hermanas. En 1900 partirá hacia Perú, del
cual nunca regresará.
El carisma de las hijas de San Camillo
La Providencia, sin embargo, no deja sola a la nueva Santa: en el momento
de su muerte, en 1911, los camilianos ya contaban con 156 profesas religiosas y
dieciséis casas religiosas entre Europa y América. La principal herencia que la
fundadora dejará a sus hermanas es la pura y simple asistencia física y
espiritual de los enfermos, ejercida a domicilio como en los centros de salud,
en los hospitales de leprosos y hogares de ancianos, en centros europeos de
rehabilitación así como en tierras de misión. Justo como Jesús quería.
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El Cardenal Henry Newman, apóstol de la Verdad
11 - octubre - 2019
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
De sacerdote anglicano a purpurado católico: fue largo el camino hacia la santidad del británico Henry Newman, cuya vida se caracterizó por una búsqueda constante de la única Verdad.
"De las sombras y de las figuras a la verdad": también lo hizo escribir en la tumba en el momento de su muerte, ocurrida el 11 de agosto de 1890, cuando se encontraba en el oratorio de Birmingham, el cardenal Henry Newman. Para él la búsqueda de la verdad ha sido siempre la única razón para vivir y después de una larga reflexión interior comprende que las respuestas a las preguntas más profundas sólo pueden encontrarse en la Iglesia de Cristo.
De la Iglesia de Inglaterra a la de Roma
Es un joven inteligente y precoz, Henry, que a los 25 años ya ha encontrado a Dios, pero no "como una noción, sino como una persona que lo llama a sí misma". En dos años se convierte en sacerdote anglicano que predica a su pueblo y enseña a los jóvenes de Oxford, pero la pregunta poco a poco fue entrando en él: ¿puede esta Iglesia, iniciada por un rey, ser la verdadera Iglesia de Cristo? La respuesta le llega durante un viaje a Italia donde se enferma y rezando por su recuperación se abandona completamente a Dios, dejando que su luz lo guíe de ahora en adelante.
Entrada en el “puerto seguro”
De regreso en Oxford, Henry está cada vez más lejos del anglicanismo. Comienza a estudiar a los Padres de la Iglesia, comunes a todas las confesiones, y reúne en torno a él a un grupo de estudiosos que se cuestionan sobre temas importantes como el respeto de la tradición de los primeros siglos.
En 1843 toma su decisión: el 24 de septiembre pronuncia su último sermón, baja del púlpito y se despoja de sus vestiduras. Dos años más tarde pide ser admitido en la Iglesia Católica y después de completar sus estudios teológicos en Roma, es ordenado sacerdote en 1847: "Fue como entrar finalmente en un puerto seguro después de la tormenta", es su comentario.
Después de él florecerían otras conversiones entre intelectuales y teólogos ingleses.
El regreso entre su gente
En 1850 Henry regresa a Inglaterra. Su vida será difícil y muchas de las pruebas que tiene que superar lo encuentran solo y dirigido al fracaso: la fundación de la universidad en Dublín, la traducción de la Biblia al inglés, la dirección de una revista... Pero logra fundar un oratorio en Oxford dedicado a San Felipe Neri en cuya Congregación había sido ordenado sacerdote.
Pero sobre todo no se desanima: ahora la luz del Señor lo ilumina desde dentro haciéndolo resplandecer.
En 1879 León XIII lo crea cardenal, reconociendo su eterna búsqueda de la Verdad única como su camino personal hacia la santidad.
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Es Santa
Madre Mariam Thresa Mankidiyan, apóstola de la familia
11 - octubre - 2019
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
Originaria del estado indio de Kerala, Mariam
Thresa consigue, aunque con mucha dificuldad, fundar la Congregación de la
Sagrada Familia de Thissur, dedicada al cuidado de los pobres, los marginados y
las familias en dificultades.
Es una monja que,
como más tarde hará la Madre Teresa de Calcuta, vive heroicamente en India la
caridad activa a través de la asistencia a los pobres, los enfermos, los ancianos
y, en general, a las personas en apuros, Mariam Thresa Mankidiyan, entre los
nuevos santos de hoy, fundadora de la Congregación de la Sagrada Familia que
tendrá precisamente este carisma particular.
Una infancia llena de oración y caridad
En la familia de los nobles caídos de los Mankidiyans, en Puntechira, un
estado indio de Kerala, la pequeña Thresa nació en 1876, llamada así en
homenaje a Santa Teresa de Ávila.
Es educada cristianamente, con su madre que
le cuenta episodios de la Biblia y de la vida de los Santos; pronto, sin
embargo, deja de jugar para dedicar todo su tiempo a rezar el Rosario y al
ayuno, también hace un voto privado de virginidad.
Cuando la madre muere, ella
tiene 12 años y decide tomar a la Virgen María como su madre.
Caridad y experiencias místicas
Thresa no tiene dudas sobre lo que quiere de la vida: consagrarse al Señor
y realizar obras de caridad. Comienza participando en la parroquia con algunas
amigas, pero su apostolado está mal visto en una sociedad donde no es apropiado
que las mujeres deambulen solas. Mientras tanto, realiza experiencias místicas,
tiene visiones y sufre los dolores de la crucifixión de Jesús sobre sí misma,
lo que atrae cada vez más sospechas y burlas.
En 1904, su obispo la autorizó a
agregar el nombre de Mariam al suyo, tal como la Madonna le había ordenado que
hiciera en un sueño, y finalmente trató de seguir su vocación religiosa.
Primero entró en las Franciscanas Clarisas, luego en las Carmelitas descalzas
de Ollur, pero ninguna de estas dos familias es para ella, que quiere llevar
una vida retirada en unión con Dios.
La "casa de la soledad"
En 1913 finalmente consigue una casa para mudarse con dos amigas y llevar
una vida en comunidad: fue el primer núcleo de la Congregación de la Sagrada Familia
que vio la luz al año siguiente, con las Constituciones tomadas de las Hermanas
de la Sagrada Familia de Burdeos. Durante los 12 años en que la Madre Mariam
está en la cima, a pesar de las dificultades por el estallido de la Primera
Guerra Mundial, la Congregación florece con nuevos conventos, escuelas,
internados y orfanatos.
Las hermanas que ha formado ahora tienen una idea clara
de su carisma: el apostolado hacia la familia.
Agotada, el 8 de junio de 1926,
la Madre Mariam Thresa finalmente puede reunirse con su esposo en el cielo,
mientras que en el jardín de la casa las flores de jazmín florecen fuera de
temporada.
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Canonización de Margarita Bays, la Santa de lo cotidiano
11 - octubre - 2019
11 - octubre - 2019
Roberta Barbi – Ciudad del Vaticano
La nueva Santa es una
laica suiza, terciaria franciscana, que eligió como camino para alcanzar al
Señor la cotidianeidad de la familia, negándose siempre a entrar en una orden
religiosa.
Margarita Bays nació en La
Pierraz, en el cantón suizo de Friburgo, en 1815. Segunda de siete hijos de una
modesta familia campesina, hacia los 15 años comenzó con su aprendizaje de
costurera, actividad que nunca abandonó, practicándola tanto en casa como a
domicilio.
Servicio
a los pobres, “los favoritos de Dios”
La nueva Santa, sin embargo,
también se sintió inclinada hacia la oración y a una vida de recogimiento.
Todos los días rezaba el Santo Rosario, participaba en la Misa y se detenía a
contemplar el Santísimo Sacramento, invitando a rezar a todos los que
encontraba por trabajo, así como a la familia.
También se comprometió en la
parroquia, donde pasaba todo su tiempo libre: enseñaba catecismo a los niños,
visitaba a los enfermos, cuidaba a los pobres, a todas las personas que, en su
opinión, eran las “favoritas de Dios” por ser indefensas. Por esta vida de apostolado
activo fue acogida en la Tercera Orden Franciscana, hoy la Orden Franciscana
Seglar, en 1860.
Una
santidad vivida en familia
Mucha gente le pregunta a
Margarita, dadas sus inclinaciones, por qué no entra en un convento, pero ella
sabe, en su corazón, que su lugar está en casa y que su camino a la santidad es
su servicio diario a su familia. Y ésta no siempre le facilitó las cosas:
cuando su hermano mayor se casó con su doméstica Josette, durante años tuvo que
sufrir el acoso de su cuñada que no entendía su vida de oración mientras ella
se veía obligada a trabajar en el campo.
Margarita soporta todo con silencio y
cuando Josette se enferma, al punto de morir, sólo querrá tenerla cerca. Con
los otros miembros de la familia Margarita es paciente, acoge a todos y cuida
de todos: de su hermana que regresa a casa después de un matrimonio fracasado,
de un hermano que terminó en la cárcel y de un sobrino nacido fuera del
matrimonio de cuya educación se ocupará precisamente la tía Margarita.
La
experiencia del dolor físico
En 1853 Margarita fue operada de
cáncer intestinal. Los tratamientos eran muy invasivos, así que empezó a rezar
a la Virgen rogándole que la curara para que sufriera de otra manera. Quedó
satisfecha el 8 de diciembre de 1854, mientras en Roma el Papa Pío IX
proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción.
A partir de ese día, Margarita
quedó ligada para siempre a la figura del Cristo sufriente en la cruz: se le
aparecieron los estigmas que sabiamente ocultó de las miradas indiscretas, se
enfermaba misteriosamente los viernes y, durante la Semana Santa, experimentó
la experiencia del éxtasis.
El dolor se hizo cada vez más intenso, hasta que
Margarita puso su vida en manos del Padre el 27 de junio de 1879. Los
feligreses y todos los que la conocían y la amaban se decían entre sí: “Nuestra
Santa ha muerto”.
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