"Ventana abierta"
Sexta catequesis del Papa sobre
el ‘Padre Nuestro’ (Jesús nos enseña a rezar con el “tú”, y no con el “yo”)
El Papa Bendice El Vientre De Una Embarazada (c) Vatican Media
Audiencia
general, 13 de febrero de 2019 – Catequesis del Papa Francisco
‘Padre de todos nosotros’ – 6ª catequesis del ‘Padre Nuestro’
REDACCIÓN AUDIENCIA
GENERAL
La audiencia general
de esta mañana ha tenido lugar a las 9:25 en el Aula Pablo VI donde
el Santo Padre Francisco ha encontrado grupos de peregrinos y fieles de Italia
y de todo el mundo.
El Santo Padre,
retomando el ciclo de catequesis sobre el Padre nuestro, se ha centrado en el
tema “Padre de todos nosotros” (Pasaje bíblico: Del
Evangelio según San Lucas 10, 21-22)
Tras resumir su
discurso en diversas lenguas, el Santo Padre ha saludado en particular a los
grupos de fieles presentes procedentes de todo el mundo.
La audiencia general
ha terminado con el canto del Pater
Noster y la bendición apostólica.
Catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Continuamos nuestro
itinerario para aprender cada vez mejor a rezar como Jesús nos enseñó. Tenemos
que rezar como Él nos enseñó a hacerlo.
Él dijo: cuando reces, entra en el silencio de
tu habitación, retírate del mundo y dirígete a Dios llamándolo “¡Padre!”.
Jesús quiere que sus discípulos no sean como los hipócritas que rezan de pie en
las calles para que los admire la gente (cf. Mt 6, 5). Jesús no quiere
hipocresía. La verdadera oración es la que se hace en el secreto de la
conciencia, del corazón: inescrutable, visible solo para Dios. Dios y yo. Esa
oración huye de la falsedad: ante Dios es imposible fingir. Es imposible, ante
Dios no hay truco que valga, Dios nos conoce así, desnudos en la conciencia y
no se puede fingir. En la raíz del diálogo con Dios hay un diálogo
silencioso, como el cruce de miradas entre dos personas que se aman: el hombre
y Dios cruzan la mirada, y esta es oración. Mirar a Dios y dejarse mirar por
Dios: esto es rezar. “Pero, padre, yo no digo palabras…” Mira a Dios y déjate
mirar por Él: es una oración, ¡una hermosa oración!
Sin embargo, aunque la oración del discípulo
sea confidencial, nunca cae en el intimismo. En el secreto de la conciencia, el
cristiano no deja el mundo fuera de la puerta de su habitación, sino que lleva
en su corazón personas y situaciones, los problemas, tantas cosas, todas las
llevo en la oración.
Hay una ausencia impresionante en el texto de “Nuestro Padre”. ¿Si yo preguntase a vosotros cuál es la ausencia impresionante en el texto del Padre nuestro? No será fácil responder. Falta una palabra. Pensadlo todos: ¿qué falta en el Padre nuestro? Pensad, ¿qué falta? Una palabra. Una palabra por la que en nuestros tiempos, -pero quizás siempre-, todos tienen una gran estima. ¿Cuál es la palabra que falta en el Padre nuestro que rezamos todos los días? Para ahorrar tiempo os la digo: falta la palabra “yo”. “Yo” no se dice nunca. Jesús nos enseña a rezar, teniendo en nuestros labios sobre todo el “Tú”, porque la oración cristiana es diálogo: “santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”.
No mi nombre, mi reino, mi voluntad. Yo no, no va. Y
luego pasa al “nosotros“. Toda la segunda parte del “Padre Nuestro” se declina en la
primera persona plural: “Danos nuestro pan de cada día, perdónanos nuestras deudas, no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal”. Incluso las peticiones humanas más básicas, como la
de tener comida para satisfacer el hambre, son todas en plural. En la
oración cristiana, nadie pide el pan para sí mismo: dame el pan de
cada día, no, danos, lo suplica para todos, para todos los pobres del mundo. No
hay que olvidarlo, falta la palabra “yo”. Se reza con el tú y con el nosotros.
Es una buena enseñanza de Jesús. No os olvidéis.
¿Por qué? Porque no hay espacio para el
individualismo en el diálogo con Dios. No hay ostentación de los problemas
personales como si fuéramos los únicos en el mundo que sufrieran. No hay
oración elevada a Dios que no sea la oración de una comunidad de
hermanos y hermanas, el nosotros: estamos en comunidad, somos hermanos y
hermanas, somos un pueblo que reza, “nosotros”. Una vez el capellán de una
cárcel me preguntó: “Dígame, padre, ¿Cuál es la palabra contraria a yo? Y yo,
ingenuo, dije: “Tú”. “Este es el principio de la guerra. La palabra opuesta a
“yo” es “nosotros”, donde está la paz, todos juntos”. Es una hermosa enseñanza
la que me dio aquel cura.
Un cristiano lleva a la oración todas las
dificultades de las personas que están a su lado: cuando cae la noche, le
cuenta a Dios los dolores con que se ha cruzado ese día; pone ante Él tantos
rostros, amigos e incluso hostiles; no los aleja como distracciones peligrosas.
Si uno no se da cuenta de que a su alrededor hay tanta gente que sufre, si no
se compadece de las lágrimas de los pobres, si está acostumbrado a todo,
significa que su corazón es ¿cómo es? ¿Marchito? No, peor: es de piedra. En
este caso, es bueno suplicar al Señor que nos toque con su Espíritu y ablande
nuestro corazón. “Ablanda, Señor, mi corazón”. Es una oración hermosa: “Señor,
ablanda mi corazón, para que entienda y se haga cargo de todos los problemas,
de todos los dolores de los demás”. Cristo no pasó inmune al lado de las
miserias del mundo: cada vez que percibía una soledad, un dolor del cuerpo o
del espíritu, sentía una fuerte compasión, como las entrañas de una madre. Este
“sentir compasión” –no olvidemos esta palabra tan cristiana: sentir compasión-
es uno de los verbos clave del Evangelio: es lo que empuja al buen samaritano a
acercarse al hombre herido al borde del camino, a diferencia de otros que
tienen un corazón duro.
Podemos preguntarnos: cuando rezo, ¿me abro al
llanto de tantas personas cercanas y lejanas?, ¿O pienso en la oración como un
tipo de anestesia, para estar más tranquilo? Dejo caer la pregunta, que cada
uno conteste. En este caso caería víctima de un terrible malentendido. Por
supuesto, la mía ya no sería una oración cristiana. Porque ese “nosotros” que
Jesús nos enseñó me impide estar solo tranquilamente y me hace sentir
responsable de mis hermanos y hermanas.
Hay hombres que aparentemente no buscan a Dios,
pero Jesús nos hace rezar también por ellos, porque Dios busca a estas personas
más que a nadie. Jesús no vino por los sanos, sino por los enfermos, por
los pecadores (cf. Lc 5, 31), es decir, por todos, porque el que
piensa que está sano, en realidad no lo está. Si trabajamos por la justicia, no
nos sintamos mejor que los demás: el Padre hace que su sol salga sobre los
buenos y sobre los malos (cf. Mt 5:45). ¡El Padre ama a todos! Aprendamos de
Dios que siempre es bueno con todos, a diferencia de nosotros que solo podemos
ser buenos con alguno, con alguno que me gusta.
Hermanos y hermanas, santos y pecadores, todos
somos hermanos amados por el mismo Padre. Y, en el ocaso de la vida, seremos
juzgados por el amor, por cómo hemos amado. No solo el amor sentimental, sino
también compasivo y concreto, de acuerdo con la regla evangélica -¡no la
olvidéis!- “Todo lo que hicisteis a uno de estos hermanos míos, más pequeños a
mí lo hicísteis”. Así dice el Señor. Gracias.
Sembrar el Camino, 13 – Febrero - 2019
No hay comentarios:
Publicar un comentario