La familia después
del diagnóstico
Incluso antes del
diagnóstico ya nada es igual, la incertidumbre se apodera de cada rincón,
de todo. Quizá por eso contrariamente a lo que se pensaría el
diagnóstico resulta liberador, conocemos a qué nos estamos enfrentando.
Surge esa afanosa necesidad de ayudar a nuestro hijo, de encontrar las
herramientas, de superar el duelo con prontitud, de adaptar el
entorno y de saber cada día un poco más acerca de la condición que nos tocó
como en una lotería que no compramos.
Entre terapias, probar
aquí, probar allá, valoraciones, búsqueda de instituciones,
de profesionales, del último avance para tratar el autismo, pocos
tienen en cuenta que la familia necesita apoyo para engranar todo lo que sobreviene
cuando se tiene un hijo “especial”.
Para muchos el diagnóstico es
emitido sin la más mínima consideración, eso no es novedad. El médico
cumple con diagnosticar y el resto es problema de la familia. Deberán superar
el duelo si o si y adquirir conocimiento solos. No creo o por lo menos no he
sabido de apoyo familiar paralelo. Me hubiese ayudado mucho que una vez
declaran que mi hijo tiene autismo (la verdad me dijeron “es autista” que
suena terrible) me dijesen qué era eso y cómo manejarlo. Pero, con
algunas variantes, nuestras historias como familias vienen siendo muy
parecidas, por eso, es seguro que la mayoría tuvimos que graduarnos en
psicología y logopedia a fuerza de las circunstancias. Queremos ir más allá del
acompañamiento.
Cuando nuestros pequeños reciben
las terapias que le arrancamos al sistema de salud, siempre queremos
saber cómo las podemos hacer en casa, los elementos a utilizar, cómo
podemos participar del proceso. La decoración de las paredes se vuelve algo más
lúdica y colorida, los pictos y agendas son los protagonistas. En
la escuela, si podemos acceder a una, no es común encontrar maestros de
preescolar que sepan de autismo, nos convertimos así en sus fuentes de
información y abanderados optimistas de nuestros hijos, con el único fin
de no dejar desistir a los maestros.
Ahora, no se cuántas horas de
la vida hemos pasado en salas de espera, pero sacamos ventaja hasta de
esos eternos minutos (u horas!). Desarrollamos la vena investigativa e
indagamos a ese padre que parece llevarnos más experiencia… “¿qué tiene tu hijo?” y si
llega a decir “autismo” habrás hecho un nuevo amigo. Preguntas de todo.
Para mí fue la mejor terapia. Ya no te sientes tan solo y reconoces la lucha
común, el vínculo invisible que nos une con otros padres. Pero, como
el autismo es tan diferente, tan singular para quien lo tiene, habrás
descubierto en esa singularidad por qué tu hijo no es autista, tiene autismo y no será
igual a nadie, será simplemente él.
También estaremos pendientes
de los seminarios, talleres, diplomados, congresos. Todo lo
que nos direccione en este camino. Otro seguro lugar de conexión con más
padres. Y en todos, aprenderemos algo nuevo, nos sentiremos
cada vez más iluminados y menos perdidos. Pero no solo aprendemos para
nosotros, compartimos la información, aprendemos también para ser el
padre o la madre en la sala de espera objeto de la pregunta “¿qué tiene tu hijo?”.
Pero si algo cambió la vida de
muchos padres fue Internet. El camino es tan similar en Colombia como
en España o en Brasil (salvando diferencias administrativas y políticas, aunque
a veces dudo que existan). A través de la red ampliamos nuestra visión,
contamos pedacitos de nuestras vidas. Y es que a quién no le gusta
publicar que su hijo ganó medalla o si obtuvo mención de honor en matemáticas o
que es un prodigioso pintor. Internet nos hace ver soldados en la misma
lucha, las lágrimas son las mismas, la indignación es la misma, las
alegrías son las mismas y la única diferencia resultan ser las tres o siete
horas que nos llevan. Ahí está invisible pero sólido el vínculo con otras
familias.
Qué sería lo ideal? que aunado
al diagnóstico se diera apoyo a la familia. Psicólogos, logopedas,
terapeutas deberían tener más en cuenta las necesidades de todo el grupo
familiar para una condición que habremos de superar toda la vida. Maravilloso
si el psicólogo entiende a los padres, hermanos, abuelos… como la
base de todo el proceso y como tal merecen intervención terapéutica,
psicológica o simplemente preguntarles ¿cómo están?. Que no sólo las familias
sean fuente de información sino objeto de la misma, más aún sabiendo la
complejidad que constituye un diagnóstico como el autismo.
Mientras tanto seguiremos
sumando más nombres a nuestro directorio personal. Seguiremos informándonos y
batallando por nuestros hijos, sabiendo que en otro lugar del planeta una
familia hace exactamente lo mismo. No estamos solos.
Extraído
del blog
“Burbujitas
de Esperanza”
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