"Ventana abierta"
‘La esencia del Cristianismo’, carta pastoral
del Arzobispo de Sevilla.
Queridos hermanos y
hermanas:
Pocas religiones son tan
complejas como la religión judía en su normativa moral y en sus prescripciones
rituales. Según los especialistas, las normas que imponia el Pentateuco eran
697. Abarcaban todos los ámbitos de la vida, el culto, la vida de
familia: la vida política y económica, las profesiones, los alimentos, la
comida, la higiene personal, etc. Todas estas prescripciones eran vividas por
los judíos observantes y temerosos de Dios. Hoy las observan, sobre todo, los
judíos ortodoxos, conocidos como Hassidim. Representan un 10% en Israel y son
identificables por sus vestimentas peculiares y los tirabuzones que nacen de
sus sienes.
Precisamente porque el número
de prescripciones era exagerado, ya desde el principio de la historia de
Israel, se busca reducir tal cantidad de preceptos a un número mínimo. El libro
del Deuteronomio, como escucharemos en la primera lectura de este domingo, los
reduce a uno solo: “Escucha
Isael, el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo
el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. Las palabras que hoy te
digo quedarán en tu memoria, se las repetirás a tus hijos y hablarás de
ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado”. Es
el célebre Shemá
Israel, que los judíos deben recordar dos veces al día. Cuando van
a la sinagoga atan estos versiculos del Deuteronomio en las muñecas y en la
frente. Los sitúan también en unas tablillas en las jambas de la puerta de la
casa, y las tocan y las besan con devoción al entrar y salir. Otro recordatorio
de la soberanía de Dios sobre nosotros es la kipá o solideo que los judíos varones llevan en
la cabeza para recordarse que Dios se encuentra por encima de ellos, por lo que
tienen que comportarse de acuerdo con la ley divina.
La Palabra de Dios de este
domingo nos habla de la soberanía de Dios. Para muchos contemporáneos
nuestros, la adoración del Dios vivo y verdadero que se nos ha manifestado en
Jesucristo, es una actitud difícil e, incluso, insoportable. A poco que
observemos la realidad que nos circunda, concluiremos que el mundo actual es un
mundo autosuficiente y orgulloso de sus avances técnicos, un mundo que ha
alumbrado una antropología sin Dios y sin Cristo, considerando al hombre como
el centro y medida de todas las cosas, entronizándolo falsamente en el lugar de
Dios y olvidando que no es el hombre el que crea a Dios, sino Dios quien crea
al hombre. Para una parte de la cultura moderna, la adoración y sumisión a Dios
entraña una alienación intolerable. Por ello, la cultura occidental,
ensimismada y cerrada a la trascendencia, ha renunciado a la adoración y
reconocimiento de la soberanía de Dios y, como consecuencia, ha perdido el sentido
del pecado y de los valores permanentes y fundantes.
En este domingo todos estamos
llamados a aceptar con gozo la soberanía de Cristo sobre nosotros y nuestras
familias, entronizándolo de verdad en nuestro corazón, como Señor y dueño de
nuestros afectos, de nuestros anhelos y proyectos, de nuestro tiempo, nuestros
planes y nuestra vida entera. Que hagamos verdad hoy y siempre aquello que
cantamos en el Gloria: “…porque sólo Tú eres Santo,
sólo Tú Señor, sólo Tú Altísimo Jesucristo”.
Pero el Evangelio de este
domingo nos descubre también la novedad del mensaje Cristiano. Un rabino al que
preocupa la multiplicidad de preceptos del judaísmo y que querría verlos
reducidos a lo esencial, pregunta a Jesús: ¿Cuál es el mandamiento principal y primero de la Ley? El
Señor le responde diciendo que son dos los preceptos principales de la nueva
ley. Recordando el texto del Deuteronomio, amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, añade
Jesús que siendo éste el primero, el segundo es semejante a éste: amarás a tu prójimo como
a ti mismo.
Aquí está la novedad del
mensaje cristiano: frente a un amor restrictivo, vigente en Israel, reducido a
los de la propia raza; en una sociedad en la que estaba vigente el ojo por ojo y diente por diente,
Jesús predica un amor universal, incluso a los enemigos, a los que no piensan o
no votan como yo, son de distinta religión, de distintas culturas o costumbres.
Cualquier hombre o mujer por ser imagen de Dios, tiene una dignidad inmensa, es
hijo de Dios, redimido por la sangre preciosa de Cristo, y en consecuencia es
hermano mío. Jesús ha querido identificarse misteriosamente con nuestros
hermanos. Por ello, el menosprecio, la explotación y la injusticia contra un
semejante, es un menosprecio y un delito cuyo destinatario es el Señor. Otro
tanto debemos decir de las ayudas o servicios que prestamos a nuestros
hermanos. Esta es la mejor prueba de nuestro amor a Dios, pues como nos dice
san Juan, si
alguno dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso.
Para todos, mi saludo fraterno
y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina Arzobispo de Sevilla
02 noviembre 2018
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