"Ventana abierta"
VIVAMOS COMO HIJOS DE LA LUZ
El ciego de nacimiento.
sábado, 29 de marzo de 2014
Vio, al
pasar, a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos:
«Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él
las obras de Dios. «Tenemos que trabajar en las obras del que me ha
enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.»
Dicho
esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos
del ciego y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir
Enviado). Él fue, se lavó y volvió ya viendo.
Los
vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: «¿No es éste el
que se sentaba para mendigar?» Unos decían: «Es él». «No, decían otros,
sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.» Le dijeron
entonces: «¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?» Él respondió: «Ese
hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: `Vete a
Siloé y lávate.' Yo fui, me lavé y vi.» Ellos le dijeron: «¿Dónde está
ése?» Él respondió: «No lo sé.» Lo llevan a los fariseos al que antes era
ciego.
Era
sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos a
su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. Él les dijo: «Me puso
barro sobre los ojos, me lavé y veo.» Algunos fariseos decían: «Este
hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero,
¿cómo puede un pecador realizar semejantes signos?» Y había disensión entre
ellos. Entonces le dicen otra vez al ciego: «¿Y tú qué dices de él, ya
que te ha abierto los ojos?» Él respondió: «Que es un profeta.»
No
creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a
los padres del que había recobrado la vista y les preguntaron: «¿Es éste
vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?» Sus
padres respondieron: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego.
Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso
nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí
mismo.» Sus padres decían esto por miedo a los judíos, pues los judíos se
habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara
excluido de la sinagoga. Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene;
preguntádselo a él.»
Llamaron
por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios.
Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.» Les respondió: «Si es un
pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.» Le
dijeron entonces: «¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?» Él
replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo
otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?»
Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre;
nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló
Dios; pero ése no sabemos de dónde es.» El hombre les respondió: «Eso es
lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los
ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es
religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha. Jamás se ha oído decir que
alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no
viniera de Dios, no podría hacer nada.» Ellos le respondieron: «Has
nacido todo entero en pecado ¿y nos das lecciones a nosotros?» Y le echaron
fuera.
Jesús se
enteró de que le habían echado fuera y, encontrándose con él, le dijo: «¿Tú
crees en el Hijo del hombre?» Él respondió: «¿Y quién es, Señor, para que
crea en él?» Jesús le dijo: «Le has visto; el que está hablando contigo,
ése es». Él entonces dijo: «Creo, Señor.» Y se postró ante él.
Y dijo
Jesús: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y
los que ven, se vuelvan ciegos.» Algunos fariseos que estaban con él oyeron
esto y le dijeron: «¿Es que también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió:
«Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: `Vemos', vuestro
pecado permanece.» (Jn 9,1-41)
LA IMAGEN QUE DE DIOS TENEMOS: A Dios lo conocemos
de manera muy defectuosa porque, de entrada, nuestros modelos de conducta son
los humanos y se los aplicamos a Dios. En el A.T. Dios castiga, se enfada, se
venga (pese a que ya los profetas hablan de un Dios madre que siente ternura
por su hijo rebelde) y en ese contexto los contemporáneos de Jesús entendían que
toda enfermedad o desgracia era una castigo de Dios. No es que no se hable en
el A.T. de la Misericordia de Dios pero había una especie de selección – igual
que hacemos ahora- y la gente interiorizó más el aspecto que más“podía
entender”: que Dios, como ellos, se enfadaba y castigaba.
Un ciego de
nacimiento hace plantear la pregunta: ¿quién hizo el mal…porque si ya nació
ciego…no tuvo tiempo de pecar, debieron ser sus padres, quizá? Con esta pregunta
podríamos plantearnos qué imagen tengo yo de Dios. Porque hoy se sigue diciendo
“parece un castigo de Dios” “esto no tiene perdón de Dios”…frases que
hemos heredado, sí, pero que nos alejan del Dios de Jesús.
EL BARRO. Hay una insistencia machacona en el barro. Jesús
quiere servirse de elementos pobres para hacer el bien. Hay una clara alusión a
la materia del sacramento pero también nosotros somos barro que, en manos de
Jesús, podemos llevar a otros la Luz. Lo pequeño agrada a Dios. Y lo despreciable,
como el barro, es instrumento de salvación.
LA DIVISIÓN. El milagro de Jesús provoca una tremenda división en
la comunidad. A priori, antes del milagro, hay quien está abierto a la Verdad y
hay quien cree ya poseerla: ese nunca la descubrirá. Porque la Verdad,
como la Luz, es libre y soberana, inaprensible. Nunca poseemos la Verdad,
sólo podemos dejarnos poseer por ella. Por lo mismo, nunca conoceré a Jesús del
todo pero sé que Él me conoce y me ama. La acción de Jesús sigue poniendo de relieve
lo que hay en el corazón de la persona. Como el cuchillo que corta una manzana
hermosa a la vista: pese a las apariencias algunas están podridas por dentro y
eso no es culpa del cuchillo. Si me dejo, Jesús ha venido a enfrentarme con mi
propio corazón para que pueda llegar a mi verdadera identidad y decir: “soy
yo”. El ciego era antes un ciego. Ahora es él mismo. Jesús lo ha liberado.
EL TESTIMONIO. Reencontrado con él mismo, el ciego da testimonio. No
sabe aún quién es Jesús pero su corazón se ha apegado ya a la Verdad. Está pues
a punto para el encuentro definitivo porque sin amor incondicional a la Verdad
no hay camino hacia Dios. El reconocimiento es paulatino y todo un programa de
acción pastoral:
Primero reconoce su
dignidad, su valor como persona: soy yo. Después ve en Jesús un Profeta pero no
sabe dónde está. Pero ya está dispuesto a ser su discípulo y da testimonio de
la Verdad, lo cual le vale la expulsión de la sinagoga. Finalmente Jesús le
sale al encuentro y él, como María, hace su pregunta. Sólo después su corazón
se rinde y adora a Jesús en quien ya cree como Señor. También nosotros
seguimos un proceso en ese seguir a Jesús y sería bueno preguntarnos, de vez en
cuando, dónde estamos. ¿Dónde estoy en mi camino de fe?
LOS PADRES. En medio del alboroto, los padres, llamados a
declarar, tienen miedo. No quieren ser expulsados de la sinagoga. Pero lo que
dicen debería ser lo que todo padre que ha educado a su hijo en la fe puede
llegar a decir: Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.
Siempre me ha parecido este el proceso que va del bautismo a la confirmación.
En el primero, padres y padrinos responden por el niño. La confirmación debería
ser la vivencia personal, el encuentro transformador con Jesús y el poder dar
razón personalmente de la fe recibida en familia.
LA SENTENCIA DE JESÚS.”Como
decís: `Vemos', vuestro pecado permanece”. Sólo quien cree que tiene ya la
Luz se cierra a Ella. Hace falta reconocerse pecador para entrar en la
Salvación, hace falta saberse enfermo para pedir salud. Ningún pecado nos aleja
de Dios, sólo la soberbia le cierra el paso.
Este evangelio es una
profunda catequesis bautismal que presenta a Jesús Luz del mundo y del
catecúmeno que, paso a paso, llega a postrarse ante Él y adorarlo como Dios.
Pidamos a Dios la gracia de la conversión y vivamos como “hijos de la luz”.
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