como mereces Tú que yo te amara!
Pero infinito amor, ¿dónde se hallara,
que a tu infinito Ser correspondía?
Amemos, alma, amemos a porfía,
con infinito amor, con fe tan rara,
que de Él saldrá el amor, pues en Él para,
y nunca ha dado por Raquel a Lía.
¿Por qué te olvido yo, si tu amor muere
de amor por mí, si Tú me das la vida?
¿Qué tiempo es bien, que para amarse espere?
¿Mas quién habrá que la distancia mida,
pues nadie como Tú tanto me quiere,
y nadie como yo tanto te olvida?
en vivas llamas, dulce Jesús mío,
y que las aumentara aquel rocío
que viene de los ojos procediendo!
¡Oh quién se hiciera un Etna despidiendo
vivas centellas deste centro frío,
o fuera de su sangre el hierro impío
de un africano bárbaro cubriendo!
Este deseo, que a morir se atreve,
recibe Tú, pues la ocasión venida,
bien sabes que no fuera intento aleve.
¿Y qué mucho que amor la muerte pida?
Pues no era muerte, sino puente breve
que me pasara a Ti, mi eterna vida.
puesto en la cruz un bárbaro homicida
recibe luz para pedirte vida,
y vida eterna por tan breve llanto;
Si la divina fimbria de tu manto
salud concede a quien la tiene asida,
más es tenerte en celestial comida.
¡Dichosa el alma que merece tanto!
No sombra de tu cuerpo, o fimbria tuya,
sino tu cuerpo mismo, ¿cuál efecto
hará en el alma que a tu mesa llega?
¡Qué reino pedirá? ¿Qué salud suya,
que Tú la niegues, si con dulce efecto
tan cerca te ama, abraza, goza y ruega?
con el hombre, templando sus rigores,
los cielos dividió con tres colores
el arco hermoso que a la tierra envía.
Lo rojo señalaba el alegría,
lo verde paz y lo dorado amores;
secó las aguas, y esmaltaron flores
el pardo limo que su faz cubría.
Vos sois en esa cruz, Cordero tierno,
arco de sangre y paz que satisfizo
los enojos del padre sempiterno.
Vos sois, mi buen Jesús quien los deshizo;
ya no teman los hombres el infierno,
pues sois el arco que las paces hizo.
ceñida la cabeza de espadañas,
con una caña entre las verdes cañas,
que al Tajo adornan la famosa frente.
Tiende sobre el cristal de su corriente
su cuerda el pescador, y por hazañas
tiene el sufrir que el sol por las montañas
se derribe a las aguas de occidente.
Sale a su cebo el pez en tal distancia,
mas, ¡oh gran pescador Cristo, ceñido
de espinas, que, en la caña de tu afrenta.
Sacas del mar del mundo mi ignorancia,
el pie en la cruz, ribera de mi olvido,
para que el cebo de tu sangre sienta!
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