"Ventana abierta"
Comentario al evangelio del 8 de
enero del 2012 – “Epifanía del señor”
Este comentario, junto con todos los del ciclo B,
forma parte del libro de César Corres Domingo 53, vol. 2, Ciclo B: Marcos,
que se puede adquirir en las oficinas de Pastoral Universitaria de la
Universidad La Salle.
Del santo Evangelio según san Mateo: 2, 1-12
Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey
Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos
visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se
sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los
letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le
contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú,
Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de
Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”".
Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo
en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Id y
averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme,
para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en
camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta
que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se
llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su
madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le
ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un
oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro
camino.
El misterio de la Encarnación en cuanto se manifiesta
o la Navidad vista desde “acá”
Pbro. César Corres
Cadavieco
Capellán de la Facultad
de Derecho
Universidad La Salle,
A.C.
La fiesta de la Epifanía es como una insistencia en el
misterio que se ha celebrado en Navidad, poniendo el énfasis en un aspecto
esencial para nosotros: si la Navidad celebra el misterio de la Encarnación del
Hijo de Dios, la Epifanía subraya el impacto que dicho misterio tiene, o
debería tener, en quienes lo perciben. Es una segunda mirada a la Navidad, no
ya desde lo que sucedió en Dios¸ sino desde lo que provoca en los
creyentes.
“Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey
Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos
visto salir su estrella y venimos a adorarlo”
Jugando con la ironía, Mateo
presenta la contraposición de dos reyes: el rey Herodes, en cuyo tiempo suceden
los acontecimientos que se están narrando, y “el rey de los judíos que ha
nacido”. Desde su manera de presentar las cosas, la conclusión resulta muy
simple: el que actualmente detenta el poder no es el auténtico rey de los
judíos, es decir, el rey querido por Dios para su pueblo. El que los magos se
presenten preguntando por ese rey hace que el tirano en turno se sienta
amenazado. Los que detentan el poder siempre se sienten amenazados cuando
sospechan la intromisión de Dios en los asuntos de la historia. Cuando se
presenta en el escenario una fe tan simple, desnuda e ingenua como la de los
magos, nos sentimos inquietos los que vivimos agarrados con uñas y dientes a
las estructuras que nos dan seguridad. Sentimos que tanta libertad como la de
estos viajeros lejanos desenmascara la farsa de nuestra supuesta seguridad. Y
es que libertad y seguridad no son sinónimos ni suelen ir aparejadas.
“…unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén
preguntando…”
Al emprender
su búsqueda, los magos se dirigen a Jerusalén. Este es un importante símbolo
para Mateo. Jerusalén es el centro del pueblo de Israel, depositario de la
Escritura, es decir, del misterio de la Revelación. El intellectus del
hombre buscador se abre espontáneamente a la revelación allí donde ésta se da.
Toda búsqueda desemboca en Israel y en la Iglesia, en el Antiguo y en el Nuevo
Testamentos. Porque la revelación se ha dado en la historia y a Dios no se le
puede encontrar en espiritualismos ahistóricos o desencarnados. Hoy muchos
querrían encontrar a Dios en la “energía”, en la naturaleza, en grupos
iluministas centrados totalmente en la pacificación aislada del individuo
(grupos de tendencia budista e hinduista, sobre todo) que en Occidente han ido
cobrando fuerza. Y esto porque están decepcionados de las instituciones
oficiales. Los magos constituyen un anuncio profético de cómo en la institución
oficial, a pesar de las miserias de los hombres concretos del momento, siguen
encontrándose los elementos que apuntan a la presencia de Dios.
La tentación de sacar el encuentro con Dios de sus
coordenadas históricas es fácil de entender: de este modo se cree conseguir que
dicho encuentro no tenga consecuencias decisivas en la propia historia. Y,
aunque así viven muchos que se dicen creyentes, no logrando conectar su fe con
los desafíos fundamentales de su vida, ese no puede considerarse de ningún modo
un encuentro auténtico con Dios. El encuentro con Él se da en las coordenadas
de la historia (las que Él ha escogido: tiempo y comunidad de salvación
concretos) y termina transformando de manera radical los dinamismos de la
propia historia, personal y comunitaria. Lo que se aparta de este esquema no es
fe sino espejismo.
La figura de los magos y la misma estrella merecen una
consideración especial. Los magos eran personajes ambiguos en la antigüedad.
Por un lado, representaban la auténtica búsqueda de sabiduría, la reflexión
mesurada y constante sobre los acontecimientos históricos, la acumulación del
conocimiento de la época para poderlo aplicar en la solución de los problemas
cotidianos de la gente. En ese sentido, cumplían en ocasiones funciones
prácticamente sacerdotales.
Pero, por otro lado, también eran vistos con sospecha,
como brujos o charlatanes, sobre todo en Israel, que había condenado las
prácticas mágicas desde tiempos muy antiguos. Por eso resulta significativo que
Mateo los presente como modelos de la fe auténtica, la que sabe reconocer en la
estrella la señal del nacimiento del rey de los judíos. El evangelista no
explica por qué podría ser importante para unos magos de las lejanas tierras
del oriente el nacimiento de un rey judío. Y al no explicarlo logra un efecto
casi dramático: alguien muy especial tiene que ser este Niño para haber puesto
en movimiento a estos enigmáticos personajes que avanzan con tal seguridad a
través del desierto guiados sólo por una estrella, confiando absolutamente en
que ella los guiará al encuentro anhelado.
El Maestro Eckhart decía que en este relato se
presenta “la navidad del alma”, es decir, el nacimiento del que cree en Dios y
el nacimiento de Dios en el que cree. Es como si en el hecho mismo de recorrer
el camino que conduce al lugar del nacimiento de este rey se produjera ya dicho
nacimiento, de manera misteriosa, en el alma del caminante. Cristo nace allí
donde uno se pone en camino para encontrarlo. Pascal decía: “no me buscarías si
no me hubieras ya encontrado”. Es decir, tu búsqueda de Dios es ya una muestra
de Su presencia en tu alma, de su atracción poderosa e irresistible. Es gracia.
Es salvación, anticipada y real.
El escrutamiento de las estrellas era una práctica muy
importante en el mundo mesopotámico (cuando un israelita habla del “oriente”,
se refiere, generalmente, a las culturas de la Mesopotamia). En ese mundo se
creía que el significado profundo de la historia y, por lo tanto, el
desvelamiento de la identidad de los individuos y de las naciones estaba, de
alguna manera, escrito en las estrellas. Por eso había que estudiarlas a fondo.
Mateo lo sabe y, si bien no comparte dicha creencia, se vale de ella para
presentar el preámbulo de la fe. Ésta comienza a ser real en la vida de una
persona cuando se propone ir más allá de la portada superficial de los
acontecimientos, cuando intenta descubrir lo que dichos acontecimientos pueden
estar significando para su vida, cuando cree que Alguien se puede estar
comunicando a través de ellos. Entonces se pone a con-siderar
(estar-con-las-estrellas) el sentido de su vida y permite que surja el deseo de
seguir su propia estrella (o de encontrar su destino, o, como diríamos en
nuestra época, de descubrir el para qué de su propia existencia).
La actitud de los magos resulta en el relato
emblemática. Al partir en busca del rey que ha nacido expresan actitudes
fundamentales para todo creyente. En primer lugar, la actitud de desasimiento.
Hay que dejarlo todo para partir en esa búsqueda. Esto no significa que en este
mismo instante deba Usted abandonar a su familia, renunciar a su trabajo,
vender sus posesiones y partir para no sé qué tierras lejanas. Significa
desasirse de todas estas realidades, aunque sigan estando presentes en la
propia vida. El desasimiento significa que no consideramos más esas cosas como
la fuente de nuestra vida, como la garantía de nuestra seguridad, y que, por lo
tanto, no nos aferramos a ellas; que ellas no nos poseen a nosotros, ni
determinan lo que somos ni lo que anhelamos; que son sólo accesorias o
secundarias. Sí, incluso nuestra familia, es una realidad secundaria. Porque
hay una sola realidad primaria, fundamental, irrenunciable: Dios.
En segundo lugar, los magos representan la aceptación
de cualquier riesgo con tal de dar con Jesús. Y los riesgos se asumen sólo
cuando el ego es vencido. El ego huye de los riesgos, porque solo busca su
comodidad, su beneficio inmediato. El ego es ciego: ni ve a los otros ni ve a
Dios. Sólo se ve a sí mismo, pero esta visión no es el hombre, sino una
deformación suya, una distorsión. La luz de la estrella fascina y seduce porque
es señal de libertad, de posible salida más allá del estrecho cerco del ego,
que asfixia y paraliza. Cuando Usted ha percibido, aunque sólo sea por un instante,
la presencia viva de Dios, sin duda ha sentido esta atracción poderosísima que
ninguna otra realidad puede producir. Se puede decir entonces que, por un
momento, vio Usted la estrella que vieron los magos de oriente. Si en ese
momento lograse vencer los miedos y resistencias de su ego, se pondría en
camino hacia el lugar del nacimiento del rey.
De hecho, aunque los magos creen que van hacia el
lugar del nacimiento de un lejano rey, en realidad se encaminan hacia el lugar
de su propio nacimiento como creyentes. Y ser creyente es exactamente lo
contrario que ser mago. Porque el mago pretende dominar las fuerzas
sobrenaturales para beneficio propio o de la comunidad, mientras el creyente
renuncia a todo control o poder sobre la divinidad, para entregarse por
completo a ella, lo que redunda en beneficio de la comunidad. Por ello, los
magos se encaminan a su propia muerte como magos. Esto es una auténtica
experiencia bautismal, que siempre es experiencia de muerte-renacimiento.
Morirán a sí mismos para renacer como pertenencia de Dios.
“…Y cayendo de rodillas lo adoraron…”
Este caer
de rodillas, en realidad es postrarse por completo (signo de muerte), mientras
que el término adorar significa “llevar a la boca”, besar (signo de la vida que
se nutre del amor). Los magos, al contemplar al Niño en brazos de su madre,
caen de hinojos, conquistados para siempre por el amor y para el amor. La
entrega de los dones es símbolo de la entrega de sus personas, de su vida toda,
de sus sueños, de su identidad y del sentido que desde ese momento tendrá su
vida.
Llama la atención el contraste entre los cercanos y
los lejanos frente a este Niño. Los cercanos, los de su pueblo, el rey Herodes
y los sabios y expertos en teología del momento, saben dónde está el Señor,
pero no lo buscan; interrogan la Escritura, pero no se dejan interrogar por
ella. Los lejanos, los magos, buscan e interrogan, y por la decisión de vencer
su propio ego dan con el Señor, al que se entregan con alegría.
Los creyentes de hoy, Usted y yo, ¿a qué grupo pertenecemos?
Nuestra vida católica o cristiana, cumplidora de normas y de ritos, nos hace,
ciertamente, caer en el grupo de los “cercanos”. Y quizás estemos tan
habituados a la Escritura que ya no logre interpelarnos como debiera. En
cambio, quizás, haya muchos “lejanos”, que se han apartado de la Iglesia
oficial, pero que son sinceros buscadores y que están dispuestos a arriesgarlo
todo en su búsqueda de plenitud, de trascendencia y de sentido.
“Belén… la última de las ciudades de Judá…”
Los sabios de Jerusalén saben
encontrar, con pericia sorprendente, el lugar exacto del nacimiento del rey que
buscan los magos. Ellos saben que Dios suele escoger lo pequeño, lo
despreciable a los ojos de los hombres, “para reducir a la nada lo que es”,
como dice Pablo (1Co 1,28). Por supuesto ellos no están dispuestos a ponerse en
camino hacia esa ridícula aldea. Su conocimiento de las Escrituras no los mueve
ni un centímetro en dirección hacia el Señor. No basta conocer la Biblia. Es
necesario algo más. La mente puede tener claridad, pero si el corazón está
turbio, toda esa claridad no sirve de nada.
Esta bella indicación de Mateo, recordando la antigua
profecía de Miqueas sobre el destino glorioso que esperaba a Belén, la “más
pequeña de las ciudades de Judá”, podría ser el corolario espiritual de la
fiesta de la Epifanía. Dios se manifiesta y se entrega por completo a aquellos
que se ponen en camino, en actitud de total desasimiento, asumiendo todos los
riesgos, hacia la villa de la pequeñez. Una forma muy práctica de hacerse
pequeño es aprender a guardar silencio, a escuchar, y orientarse más hacia el
servicio humilde, desinteresado y pronto. Aún a través de los servicios más
despreciables y aparentemente irrelevantes. Cuanto más pequeños nos hagamos,
más cerca estaremos del portal de Belén donde el Niño nos espera ansioso.
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