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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

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Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

domingo, 8 de enero de 2012

“Epifanía del señor”

"Ventana abierta"


Comentario al evangelio del 8 de enero del 2012 – “Epifanía del señor”

 

Este comentario, junto con todos los del ciclo B, forma parte del libro de César Corres Domingo 53, vol. 2, Ciclo B: Marcos, que se puede adquirir en las oficinas de Pastoral Universitaria de la Universidad La Salle.

Del santo Evangelio según san Mateo: 2, 1-12

Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”. Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: “En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel”". Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: “Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo”. Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

El misterio de la Encarnación en cuanto se manifiesta o la Navidad vista desde “acá”


Pbro. César Corres Cadavieco
Capellán de la Facultad de Derecho
Universidad La Salle, A.C.

La fiesta de la Epifanía es como una insistencia en el misterio que se ha celebrado en Navidad, poniendo el énfasis en un aspecto esencial para nosotros: si la Navidad celebra el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, la Epifanía subraya el impacto que dicho misterio tiene, o debería tener, en quienes lo perciben. Es una segunda mirada a la Navidad, no ya desde lo que sucedió en Dios¸ sino desde lo que provoca en los creyentes.

 “Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”

 Jugando con la ironía, Mateo presenta la contraposición de dos reyes: el rey Herodes, en cuyo tiempo suceden los acontecimientos que se están narrando, y “el rey de los judíos que ha nacido”. Desde su manera de presentar las cosas, la conclusión resulta muy simple: el que actualmente detenta el poder no es el auténtico rey de los judíos, es decir, el rey querido por Dios para su pueblo. El que los magos se presenten preguntando por ese rey hace que el tirano en turno se sienta amenazado. Los que detentan el poder siempre se sienten amenazados cuando sospechan la intromisión de Dios en los asuntos de la historia. Cuando se presenta en el escenario una fe tan simple, desnuda e ingenua como la de los magos, nos sentimos inquietos los que vivimos agarrados con uñas y dientes a las estructuras que nos dan seguridad. Sentimos que tanta libertad como la de estos viajeros lejanos desenmascara la farsa de nuestra supuesta seguridad. Y es que libertad y seguridad no son sinónimos ni suelen ir aparejadas.

“…unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando…”  

Al emprender su búsqueda, los magos se dirigen a Jerusalén. Este es un importante símbolo para Mateo. Jerusalén es el centro del pueblo de Israel, depositario de la Escritura, es decir, del misterio de la Revelación. El intellectus del hombre buscador se abre espontáneamente a la revelación allí donde ésta se da. Toda búsqueda desemboca en Israel y en la Iglesia, en el Antiguo y en el Nuevo Testamentos. Porque la revelación se ha dado en la historia y a Dios no se le puede encontrar en espiritualismos ahistóricos o desencarnados. Hoy muchos querrían encontrar a Dios en la “energía”, en la naturaleza, en grupos iluministas centrados totalmente en la pacificación aislada del individuo (grupos de tendencia budista e hinduista, sobre todo) que en Occidente han ido cobrando fuerza. Y esto porque están decepcionados de las instituciones oficiales. Los magos constituyen un anuncio profético de cómo en la institución oficial, a pesar de las miserias de los hombres concretos del momento, siguen encontrándose los elementos que apuntan a la presencia de Dios.

La tentación de sacar el encuentro con Dios de sus coordenadas históricas es fácil de entender: de este modo se cree conseguir que dicho encuentro no tenga consecuencias decisivas en la propia historia. Y, aunque así viven muchos que se dicen creyentes, no logrando conectar su fe con los desafíos fundamentales de su vida, ese no puede considerarse de ningún modo un encuentro auténtico con Dios. El encuentro con Él se da en las coordenadas de la historia (las que Él ha escogido: tiempo y comunidad de salvación concretos) y termina transformando de manera radical  los dinamismos de la propia historia, personal y comunitaria. Lo que se aparta de este esquema no es fe sino espejismo.

La figura de los magos y la misma estrella merecen una consideración especial. Los magos eran personajes ambiguos en la antigüedad. Por un lado, representaban la auténtica búsqueda de sabiduría, la reflexión mesurada y constante sobre los acontecimientos históricos, la acumulación del conocimiento de la época para poderlo aplicar en la solución de los problemas cotidianos de la gente. En ese sentido, cumplían en ocasiones funciones prácticamente sacerdotales.

Pero, por otro lado, también eran vistos con sospecha, como brujos o charlatanes, sobre todo en Israel, que había condenado las prácticas mágicas desde tiempos muy antiguos. Por eso resulta significativo que Mateo los presente como modelos de la fe auténtica, la que sabe reconocer en la estrella la señal del nacimiento del rey de los judíos. El evangelista no explica por qué podría ser importante para unos magos de las lejanas tierras del oriente el nacimiento de un rey judío. Y al no explicarlo logra un efecto casi dramático: alguien muy especial tiene que ser este Niño para haber puesto en movimiento a estos enigmáticos personajes que avanzan con tal seguridad a través del desierto guiados sólo por una estrella, confiando absolutamente en que ella los guiará al encuentro anhelado.

El Maestro Eckhart decía que en este relato se presenta “la navidad del alma”, es decir, el nacimiento del que cree en Dios y el nacimiento de Dios en el que cree. Es como si en el hecho mismo de recorrer el camino que conduce al lugar del nacimiento de este rey se produjera ya dicho nacimiento, de manera misteriosa, en el alma del caminante. Cristo nace allí donde uno se pone en camino para encontrarlo. Pascal decía: “no me buscarías si no me hubieras ya encontrado”. Es decir, tu búsqueda de Dios es ya una muestra de Su presencia en tu alma, de su atracción poderosa e irresistible. Es gracia. Es salvación, anticipada y real.

El escrutamiento de las estrellas era una práctica muy importante en el mundo mesopotámico (cuando un israelita habla del “oriente”, se refiere, generalmente, a las culturas de la Mesopotamia). En ese mundo se creía que el significado profundo de la historia y, por lo tanto, el desvelamiento de la identidad de los individuos y de las naciones estaba, de alguna manera, escrito en las estrellas. Por eso había que estudiarlas a fondo. Mateo lo sabe y, si bien no comparte dicha creencia, se vale de ella para presentar el preámbulo de la fe. Ésta comienza a ser real en la vida de una persona cuando se propone ir más allá de la portada superficial de los acontecimientos, cuando intenta descubrir lo que dichos acontecimientos pueden estar significando para su vida, cuando cree que Alguien se puede estar comunicando a través de ellos. Entonces se pone a con-siderar (estar-con-las-estrellas) el sentido de su vida y permite que surja el deseo de seguir su propia estrella (o de encontrar su destino, o, como diríamos en nuestra época, de descubrir el para qué de su propia existencia).

La actitud de los magos resulta en el relato emblemática. Al partir en busca del rey que ha nacido expresan actitudes fundamentales para todo creyente. En primer lugar, la actitud de desasimiento. Hay que dejarlo todo para partir en esa búsqueda. Esto no significa que en este mismo instante deba Usted abandonar a su familia, renunciar a su trabajo, vender sus posesiones y partir para no sé qué tierras lejanas. Significa desasirse de todas estas realidades, aunque sigan estando presentes en la propia vida. El desasimiento significa que no consideramos más esas cosas como la fuente de nuestra vida, como la garantía de nuestra seguridad, y que, por lo tanto, no nos aferramos a ellas; que ellas no nos poseen a nosotros, ni determinan lo que somos ni lo que anhelamos; que son sólo accesorias o secundarias. Sí, incluso nuestra familia, es una realidad secundaria. Porque hay una sola realidad primaria, fundamental, irrenunciable: Dios.

En segundo lugar, los magos representan la aceptación de cualquier riesgo con tal de dar con Jesús. Y los riesgos se asumen sólo cuando el ego es vencido. El ego huye de los riesgos, porque solo busca su comodidad, su beneficio inmediato. El ego es ciego: ni ve a los otros ni ve a Dios. Sólo se ve a sí mismo, pero esta visión no es el hombre, sino una deformación suya, una distorsión. La luz de la estrella fascina y seduce porque es señal de libertad, de posible salida más allá del estrecho cerco del ego, que asfixia y paraliza. Cuando Usted ha percibido, aunque sólo sea por un instante, la presencia viva de Dios, sin duda ha sentido esta atracción poderosísima que ninguna otra realidad puede producir. Se puede decir entonces que, por un momento, vio Usted la estrella que vieron los magos de oriente. Si en ese momento lograse vencer los miedos y resistencias de su ego, se pondría en camino hacia el lugar del nacimiento del rey.

De hecho, aunque los magos creen que van hacia el lugar del nacimiento de un lejano rey, en realidad se encaminan hacia el lugar de su propio nacimiento como creyentes. Y ser creyente es exactamente lo contrario que ser mago. Porque el mago pretende dominar las fuerzas sobrenaturales para beneficio propio o de la comunidad, mientras el creyente renuncia a todo control o poder sobre la divinidad, para entregarse por completo a ella, lo que redunda en beneficio de la comunidad. Por ello, los magos se encaminan a su propia muerte como magos. Esto es una auténtica experiencia bautismal, que siempre es experiencia de muerte-renacimiento. Morirán a sí mismos para renacer como pertenencia de Dios.

“…Y cayendo de rodillas lo adoraron…”

 Este caer de rodillas, en realidad es postrarse por completo (signo de muerte), mientras que el término adorar significa “llevar a la boca”, besar (signo de la vida que se nutre del amor). Los magos, al contemplar al Niño en brazos de su madre, caen de hinojos, conquistados para siempre por el amor y para el amor. La entrega de los dones es símbolo de la entrega de sus personas, de su vida toda, de sus sueños, de su identidad y del sentido que desde ese momento tendrá su vida.

Llama la atención el contraste entre los cercanos y los lejanos frente a este Niño. Los cercanos, los de su pueblo, el rey Herodes y los sabios y expertos en teología del momento, saben dónde está el Señor, pero no lo buscan; interrogan la Escritura, pero no se dejan interrogar por ella. Los lejanos, los magos, buscan e interrogan, y por la decisión de vencer su propio ego dan con el Señor, al que se entregan con alegría.

Los creyentes de hoy, Usted y yo, ¿a qué grupo pertenecemos? Nuestra vida católica o cristiana, cumplidora de normas y de ritos, nos hace, ciertamente, caer en el grupo de los “cercanos”. Y quizás estemos tan habituados a la Escritura que ya no logre interpelarnos como debiera. En cambio, quizás, haya muchos “lejanos”, que se han apartado de la Iglesia oficial, pero que son sinceros buscadores y que están dispuestos a arriesgarlo todo en su búsqueda de plenitud, de trascendencia y de sentido.
 
“Belén… la última de las ciudades de Judá…”

 Los sabios de Jerusalén saben encontrar, con pericia sorprendente, el lugar exacto del nacimiento del rey que buscan los magos. Ellos saben que Dios suele escoger lo pequeño, lo despreciable a los ojos de los hombres, “para reducir a la nada lo que es”, como dice Pablo (1Co 1,28). Por supuesto ellos no están dispuestos a ponerse en camino hacia esa ridícula aldea. Su conocimiento de las Escrituras no los mueve ni un centímetro en dirección hacia el Señor. No basta conocer la Biblia. Es necesario algo más. La mente puede tener claridad, pero si el corazón está turbio, toda esa claridad no sirve de nada.

Esta bella indicación de Mateo, recordando la antigua profecía de Miqueas sobre el destino glorioso que esperaba a Belén, la “más pequeña de las ciudades de Judá”, podría ser el corolario espiritual de la fiesta de la Epifanía. Dios se manifiesta y se entrega por completo a aquellos que se ponen en camino, en actitud de total desasimiento, asumiendo todos los riesgos, hacia la villa de la pequeñez. Una forma muy práctica de hacerse pequeño es aprender a guardar silencio, a escuchar, y orientarse más hacia el servicio humilde, desinteresado y pronto. Aún a través de los servicios más despreciables y aparentemente irrelevantes. Cuanto más pequeños nos hagamos, más cerca estaremos del portal de Belén donde el Niño nos espera ansioso.




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