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Sean bienvenidos

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Invitación y bienvenida

Hola amig@s, bienvenid@s a este lugar, "Seguir la Senda.Ventana abierta", un blog que da comienzo e inicia su andadura el 6 de Diciembre de 2010, y con el que sólo busco compartir con ustedes algo de mi inventiva, artículos que tengo recogidos desde hace años, y también todo aquello bonito e instructivo que encuentro en Google o que llega a mí desde la red, y sin ánimo de lucro.

Si alguno de ustedes comprueba que es suyo y quiere que diga su procedencia, o por el contrario quiere que sea retirado de inmediato, por favor, comuníquenmelo y lo haré en seguida y sin demora.

Doy las gracias a tod@s mis amig@s blogueros que me visitan desde todas partes del mundo y de los cuales siempre aprendo algo nuevo. ¡¡¡Gracias de todo corazón y Bienvenid@s !!!!

Si lo desean, bajo la cabecera de "Seguir la Senda", se encuentran unos títulos que pulsando o haciendo clic sobre cada uno de ellos pueden acceder directamente a la sección que les interese. De igual manera, haciendo lo mismo en cada una de las imágenes de la línea vertical al lado izquierdo del blog a partir de "Ventana abierta", pasando por todos, hasta "Galería de imágenes", les conduce también al objetivo escogido.

Espero que todos los artículos que publique en mi blog -y también el de ustedes si así lo desean- les sirva de ayuda, y si les apetece comenten qué les parece...

Mi ventana y mi puerta siempre estarán abiertas para tod@s aquell@s que quieran visitarme. Dios les bendiga continuamente y en gran manera.

Aquí les recibo a ustedes como se merecen, alrededor de la mesa y junto a esta agradable meriendita virtual.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.

No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad.
No hay mejor regalo y premio, que contar con su amistad. Les saluda atentamente: Mª Ángeles Grueso (Angelita)

martes, 17 de enero de 2012

La mirada de Isabel

"Ventana abierta"


("Contar a Jesús" Ed. CCS)
Mª Dolores Aleixandre


La mirada de Isabel

Apenas se oyó el sonido leve de sus sandalias sobre la grava de mi patio, el niño que llevo en las entrañas se estremeció dentro de mí.
- ¡Shalom!, Isabel!, había dicho ella, y su voz me llenó de una alegría desconocida en la que desbordaba toda la energía del Espíritu.
Nos abrazamos en silencio y fue entonces cuando tuve el presentimiento de que no éramos sólo tres, ella, mi hijo y yo, quienes nos fundíamos en el abrazo. Cuando nos separamos, puso sus manos sobre mi vientre y me miró riendo al sentir los pies del niño que se movían con impaciencia dentro.

Nos sentamos a la sombra del limonero y le hablé largamente de los difíciles años de mi esterilidad, tejidos de desolación y de oscura vergüenza. Le conté que, lo mismo que Raquel, también yo había deseado mil veces decirle a Zacarías: "Dame hijos o me muero" (Gen 30,1), aunque sabía que lo mismo que Isaac por Rebeca, también él rezaba por mí para que el Poderoso retirase mi afrenta.

Había pasado infinitas noches desahogando mi corazón ante el Señor como Ana, la madre de Samuel, suplicándole que remediara su humillación (1 Sm 1, 10-16).

Y a pesar de que conocía la historia de Sara, también sonreí con incredulidad cuando Zacarías volvió mudo del santuario y trató de hacerme entender que nuestra oración había sido escuchada. No fui capaz de creerlo hasta que tuve la certeza de que en mi seno se había alumbrado la vida: El Señor se había acordado de mí lo mismo que de nuestras madres, y me había visitado con el don de la fecundidad. Por eso necesité esconderme muchos meses: tenía que dar tiempo a mi corazón para agradecer en el silencio y la soledad que el Señor me hubiera desatado el sayal de luto para revestirme de fiesta.

Cuando terminé mi relato comenzó a hablar María y pude asomarme al brocal del pozo que escondía su misterio. Al escucharla, mis ojos deslumbrados sólo conseguían ver su rostro reflejado en el agua: contemplé la imagen resplandeciente de la llena de gracia y reconocí a la verdadera hija de Sión convocada a la alegría, a la elegida para ser el orgullo de nuestro pueblo.

La alabanza me nació de dentro:
"¡Bendita seas entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre! Dichosa tú que te has fiado de Dios como nuestro padre Abraham".

Recibió mis palabras como acoge el agua clara de un arroyo al sol que ilumina su fondo pero, al volver a hablar, me di cuenta de que deseaba hacerme ver a través de ella, el rostro de Otro.

- "No te pares en mí, Isabel, es a Él a quien tenemos que dirigir la bendición, al que se ha inclinado a mirar a la más pequeña de sus hijos y en mí ha visto a todos los que como yo no poseen ni pueden nada y se apoyan solamente en Él. Porque cuando alguien confía en su amor Él hace cosas grandes y lo sienta a su mesa, mientras que a los que se creen algo, los aleja de su presencia.

Yo sólo era una tierra vacía y pobre pero Él ha pronunciado sobre mí su palabra y, como en la primera mañana de la Creación ha hecho brillar la luz de un nombre nuevo, el del Hijo que está creciendo dentro de mí. Dios se ha acercado tanto que nos pertenece, como la semilla a la tierra que la ha hecho germinar.

Yo sólo podía decir:
"Aquí estoy, hágase". Y dejar atrás cualquier inquietud.
No sé como va a suceder todo esto, pero estoy al amparo de su sombra y mis ojos están puestos en Él, como los de una esclava en las manos de su señora. (Sal 123,2).

Nos quedamos en silencio y de pronto sentí que acariciaba mis manos ásperas y rugosas y repetía:
- "Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora"...

Anda, Isabel, dime dónde guardas el cántaro y no te muevas tú, que yo me voy a traer el agua para lavar la ropa.



Antes de atravesar el umbral se volvió hacia mí y dijo:

- "Aún no te he dicho el nombre de mi hijo: se va a llamar Jesús".

El nombre se quedó suspendido en el sosiego de la tarde y, mientras la miraba alejarse cantando, supe que ella era ahora la verdadera Arca de la Alianza y pensé que era aquí donde Zacarías tendría que realizar su ofrenda para que el aroma del incienso se mezclara con el de hierba segada, leña y pan recién hecho. Porque el Santo de Israel habitaba ya en otro santuario, en aquella muchacha que, con un cántaro al hombro, iba dejando a su paso un rastro de silencio y una algarabía de pájaros en los cipreses que bordean el camino hacia la fuente.

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