Cuando terminé mi relato comenzó a hablar María y pude asomarme al brocal del pozo que escondía su misterio. Al escucharla, mis ojos deslumbrados sólo conseguían ver su rostro reflejado en el agua: contemplé la imagen resplandeciente de la llena de gracia y reconocí a la verdadera hija de Sión convocada a la alegría, a la elegida para ser el orgullo de nuestro pueblo.
La alabanza me nació de dentro:
"¡Bendita seas entre todas las mujeres, bendito el fruto de tu vientre! Dichosa tú que te has fiado de Dios como nuestro padre Abraham".
Recibió mis palabras como acoge el agua clara de un arroyo al sol que ilumina su fondo pero, al volver a hablar, me di cuenta de que deseaba hacerme ver a través de ella, el rostro de Otro.
- "No te pares en mí, Isabel, es a Él a quien tenemos que dirigir la bendición, al que se ha inclinado a mirar a la más pequeña de sus hijos y en mí ha visto a todos los que como yo no poseen ni pueden nada y se apoyan solamente en Él. Porque cuando alguien confía en su amor Él hace cosas grandes y lo sienta a su mesa, mientras que a los que se creen algo, los aleja de su presencia.
Yo sólo era una tierra vacía y pobre pero Él ha pronunciado sobre mí su palabra y, como en la primera mañana de la Creación ha hecho brillar la luz de un nombre nuevo, el del Hijo que está creciendo dentro de mí. Dios se ha acercado tanto que nos pertenece, como la semilla a la tierra que la ha hecho germinar.
Yo sólo podía decir:
"Aquí estoy, hágase". Y dejar atrás cualquier inquietud.
No sé como va a suceder todo esto, pero estoy al amparo de su sombra y mis ojos están puestos en Él, como los de una esclava en las manos de su señora. (Sal 123,2).
Nos quedamos en silencio y de pronto sentí que acariciaba mis manos ásperas y rugosas y repetía:
- "Como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora"...
Anda, Isabel, dime dónde guardas el cántaro y no te muevas tú, que yo me voy a traer el agua para lavar la ropa.
Antes de atravesar el umbral se volvió hacia mí y dijo:
- "Aún no te he dicho el nombre de mi hijo: se va a llamar Jesús".
El nombre se quedó suspendido en el sosiego de la tarde y, mientras la miraba alejarse cantando, supe que ella era ahora la verdadera Arca de la Alianza y pensé que era aquí donde Zacarías tendría que realizar su ofrenda para que el aroma del incienso se mezclara con el de hierba segada, leña y pan recién hecho. Porque el Santo de Israel habitaba ya en otro santuario, en aquella muchacha que, con un cántaro al hombro, iba dejando a su paso un rastro de silencio y una algarabía de pájaros en los cipreses que bordean el camino hacia la fuente.
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