Había una vez un hombre que siempre se encontraba enfermo aunque nada le dolía, se sentía permanentemente debilucho.
- ¡Ay, qué malito estoy! - se quejaba.
- Pero ¿Qué te duele?
- Nada, pero... ¡ay qué malito estoy!
- Chico, pues si te encuentras tan mal deberías ir al médico.
Por fin el hombre fue al médico y le explicó lo que le pasaba, el médico le recetó unas pastillas mágicas.
El hombre se fue a casa y al llegar, su mujer le pidió que le ayudase a subir unas cajas grandes al desván. Como el hombre se sentía débil, se tomó una de las pastillas y de pronto encontró fuerzas para transportar las cajas.
- Le he engañado, todo ha sido un camelo: eran caramelos...
- dijo el médico.
- ¿Caramelos? - preguntó el hombre muy sorprendido. - ¿Y por qué me dan tanta fuerza?
- Porque le dan confianza. Cuando usted se toma uno de esos caramelos, lo único que hace es convencerse de que puede hacer cualquier cosa que se proponga.
El hombre entendió que realmente no estaba enfermo, sólo se lo imaginaba. Y ya no necesitó más pastillas, porque comprendió que la medicina es confiar en uno mismo.
La fuerza... ¡está dentro de nosotros!
Debemos hacer esto mismo con el Señor: confiar en Él, saber que SIEMPRE está a nuestro lado apoyándonos.
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