¿Que los hijos se hacen “adictos”? La culpa la tienen los padres.
¿Que los matrimonios se disuelven demasiado pronto? La culpa la tiene la cultura actual.
¿Que hay pobres en el mundo? La culpa no es mía sino de los países ricos.
¿Que la gente miente mucho? Soy inocente. Todos lo hacen.
¿Que la Iglesia anda mal? Ah, de eso que responda el Papa, los Obispos y los curas.
¿Que hay demasiada corrupción? A mí que me registren.
¿Qué el hijo no aprueba los exámenes? La culpa es de los profesores, no de él. El es un encanto de estudiante.
Lo más fácil es encontrar inocentes. “Yo no fui”.
Por eso, me gustas y te admiro, Simón. Tuviste el coraje y la valentía de reconocerte pecador. “Soy un hombre pecador”.
Tuviste el valor que pocos tienen. Porque todos preferimos excusarnos y culpar siempre a los demás.
Por no querer ver y enterarnos.
Por no querer responsabilizarnos.
Por no querer comprometernos.
Por no querer meternos en líos.
Por no vernos en nuestra verdad.
Saber aceptar nuestra responsabilidad es el camino para la renovación de nosotros y del mundo y la sociedad. Donde no hay culpables no hay responsables.
Ahora es cuando más necesitas de la mano de Jesús para levantarte.
Ahora es cuando más necesitas de su amor para sanarte.
Ahora es cuando más necesitas de él para sanar tu corazón.
Sentirse pecador es sentirse cada vez más necesitado de Dios.
Porque sólo El es capaz de sacarnos de nuestras miserias y debilidades.
Sentirse pecador significa que es precisamente ahora cuando más necesitamos de la misericordia que nos salva.
Es precisamente cuando te sientes pecador que Jesús te hace la invitación de tu vida: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Cuando te sientes pecador, es cuando Dios se cuela por esa rendija en tu corazón y se te mete hasta dentro.
Sentirte pecador no aleja a Dios de tu vida, como cuando el hijo se siente enfermo no aleja a la mamá y al papá sino que los acerca más a ti.
Sentirse uno pecador es captar la mirada de Dios sobre nosotros.
No olvidemos que fue precisamente cuando “nosotros éramos pecadores que Dios decidió enviar a su Hijo al mundo”.
Pero cuando nos reconocemos pecadores ya hemos emprendido el camino de regreso.
Cuando nos reconocemos pecadores es cuando estamos más necesitados de la gracia.
Cuando nos sentimos pecadores es cuando mejor comprendemos las debilidades de los demás sin escandalizarnos de ellos.
Cuando nos sentimos pecadores recién entonces comenzamos a abrirnos a la esperanza de Dios.
El que se siente pecador, ahí mismo comienza a cambiar y se pone en el camino de ser santo. Porque los santos no son los que nunca han pecado, sino los que siempre ha sabido levantarse.
Señor: Muchas veces he sentido la tentación de culpar de todo a los demás.
Muchas veces he sentido la tentación de consider como malos a los otros.
Muchas veces he sentido la tentación de creerme el único que tiene la verdad.
Claro que no quiero ser pecador, pero para ello dame una conciencia clara de mis infidelidades.
Claro que quisiera ser santo. Pero para ello necesito que tú me sanes por dentro.
No, Señor, no te alejes de mí cuando te haya fallado, porque es entonces cuando más te necesito.
Cuando me veas caído que cuente siempre con tu mano para levantarme.
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