Hemos aprendido muchas cosas en la vida. ¿Pero hemos aprendido a ser realmente felices? Toda la vida luchando para ser felices. ¿Pero lo somos de verdad? Todos buscando la felicidad, porque yo no conozco a nadie que no quiera ser feliz. Pero ¿cuántos la han encontrado realmente?
Pagola tiene una frase que dice mucho: “La civilización de la abundancia nos ha ofrecido medios de vida pero no razones para vivir”.
Alguien escribió cómo los jóvenes se pasan la
noche danzando en una discoteca y cómo, de tanto moverse y bailar, han recorrido kilómetros en una sola noche, y sin embargo, todos amanecen en el mismo sitio. Con frecuencia andamos mil caminos buscando la felicidad y terminamos con el mismo vacío en el alma. Terminamos donde habíamos comenzado.
Lucas nos presenta a Jesús rodeado de gente venida de todas partes. Gente que acudía a El buscando algo. Gente sencilla en busca de una esperanza. Y Jesús pronuncia el sermón de las Bienaventuranzas. Un discurso provocativo porque altera y modifica los esquemas mentales de todo el mundo. Pero un discurso esperanzador. Fue una llamado a la felicidad. “Bienaventurados” o según otra traducción “Felices los que…”
¿Estará la felicidad en ser pobres? No, la pobreza como tal no es razón para ser felices. La pobreza que hace realmente feliz al hombre es aquella en la que el hombre se contenta con menos de lo que aspiran sus deseos de tener.
La pobreza y los pobres felices de que habla Jesús son aquellos que son capaces de creer y esperar ya que Jesús está anunciando un cambio de las cosas. Está anunciando un Reino que no se basa en el tener ni el poder, sino en el amor, el desprendimiento del corazón, en la generosidad del compartir.
La pobreza no de tener más, sino del contentarse con lo necesario.
La pobreza no de poseer más, sino del compartir más.
La pobreza no de acaparar más, sino de solidarizarse más.
La pobreza no de vivir en la abundancia, sino en el dar más.
La pobreza de contentarnos con menos de lo que tenemos.
La pobreza no del tener sino del amar al hermano.
¿Estará la felicidad en pasar hambre? No, por favor. Si esto fuese cierto ¡cuántos serían realmente felices hoy en el mundo? El hambre es un atentado contra la dignidad del hombre. La verdadera hambre que hace felices a los hombres es:
La del que se priva de algo, para que otros tengan algo más.
La del que reparte su pan con los que no tienen pan.
La del que renuncia a comprarse un capricho, para que el hermano pueda vestir su cuerpo desnudo.
El hambre que da la felicidad es:
El hambre de una mayor justicia que hace que todos tengan acceso de los bienes de la tierra.
El hambre de que el Reino de Dios se haga realidad en el mundo.
El hambre de que los que hoy lloran encuentren en nosotros un consuelo.
El hambre de que los que lloran puedan secar hoy sus lágrimas con nuestra fraternidad.
El hambre de que los marginados sean amados y tratados como personas humanas.
Javier Gafo cuenta cómo un Rabino Judío, Levi Yitzak, encontró el verdadero significado del amor por medio de un campesino borracho. Entró en una taberna y dos borrachos se abrazaban, como suelen hacer los borrachos, y uno de ellos le decía al otro: “Yo te quiero mucho, eres mi mejor amigo y hermano”. El otro, no sé si estaba menos pasado de copas, le pregunta: “Oye, Pedro, dime lo que me duele”. “¿Y cómo voy a saber yo lo que te duele?” “Entonces, amigo, si no sabes lo que me duele ¿cómo puedes decir que me amas?” También los borrachos pueden decir grandes verdades. Sólo amamos cuando sabemos lo que le duele al hermano, cuando sabemos la pobreza que sufre y las lágrimas que derrama de sufrimiento cada día.
Seremos más felices cuando sepamos y sintamos la pobreza de los demás.
Seremos más felices cuando sepamos y nos duelan las lágrimas de dolor de los demás.
Seremos más felices cuando seamos capaces de desprendernos, al menos de lo que nos sobra, y lo compartamos con quienes carecen de lo necesario.
OraciónSeñor: Tú no nos anuncias ni sufrimientos ni tristezas.
Tú nos anuncias la alegría, la bienaventuranza, la felicidad.
Por eso eres Buena Noticia.
No te pido me hagas pobre privándome de lo necesario.
Te pido me des un corazón capaz de compartir lo que me sobra o incluso de lo que yo mismo necesito.
No te pido que no sufra en la vida, sino que aún en mi sufrimiento sea capaz de animar y consolar a otros que sufren a mi lado.
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La verdadera felicidad es la del que se priva de algo
para que otros tengan algo más.
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