que no pueden llenarse con el pan,
Luego de un prolongado ayuno de cuarenta días, también Jesús sintió hambre. Llevado por el Espíritu Santo comienza Jesús su vida pública haciendo la experiencia de los más pobres. La experiencia de pasar hambre. Dios ya sabe lo que es carecer de pan y lo que es sufrir las consecuencias del hambre.
Y no es fácil encontrar pan en el desierto.
Por eso, la tentación parecía tener su lógica. ¿Tienes hambre?
Pero si tú eres el Hijo de Dios ¿qué te cuesta convertir estas piedras en panes?
Utiliza tus poderes divinos y disfruta de una buena hornada de pan convirtiendo en trigo estas piedras.
Todo lo queremos ver pan.
Porque todo lo queremos reducir a estómago.
Todo lo reducimos a sentirnos satisfechos de todo. De todo lo que nos agrada y satisface nuestros sentidos. Lo queremos probar todo.
Que no nos falte nada.
Es cierto que el hombre necesita del pan.
Pero ¿será suficiente con llenar los estómagos para sentirnos satisfechos?
Es importante el estómago. ¿Seremos sólo estómago?
El hombre tiene otras dimensiones, y otros rincones dentro de su corazón que no pueden llenarse con el pan, ni el placer de los sentidos.
Y hay otros muchos a quienes les sobra el pan.
Incluso algunos ya no comen pan para conservar la línea. El pan engorda. O por el colesterol, por la glucosa y no sé cuantas cosas más.
No son felices los que no tienen pan para sus hijos.
No son felices los que cada día no saben si podrán traer el pan a casa.
No son felices quienes tienen que depender diariamente del pan.
Pero ¿serán felices todos aquellos a quienes les sobra el pan?
Estómagos llenos, pero corazones vacíos.
Estómagos llenos, pero vidas vacías.
Estómagos llenos, pero corazones sin amor.
Estómagos llenos, pero corazones sin comprensión.
Estómagos llenos, pero corazones sin perdón.
Estómagos llenos, pero almas sin la gracia.
Estómagos llenos, pero mentes vacías de ideales.
Estómagos llenos, pero vidas sin esperanza.
De los niños que mueren de hambre. ¿Recuerdas aquella foto del niño en agonía y el buitre esperando por detrás a que muera para saciarse con su cuerpecillo hambriento?
Y nosotros seguimos tan tranquilos, a lo más también nosotros caemos en la tentación de culpar de ello a los demás:
¿Cómo es que Dios permite que ese niño se muera de hambre?
Si Dios es tan bueno como dicen ¿no podía darle de comer?
Si Dios lo puede todo, ¿por qué no puede poner pan en la mesa de sus padres?
¿Qué hace la Iglesia por los que mueren de hambre?
¿No podía vender todas sus riquezas, incluido el Vaticano, para otros coman?
La Cuaresma ha de ser un tiempo, para pensar no solo en el estómago vacío, sino en esas otras hambres que son tan importantes como la carencia de pan.
El hambre de amor, que tantos sufren.
El hambre de comprensión, que tanto escasea.
El hambre de compañía, que tantos necesitan.
El hambre de perdón, que tantos esperan.
El hambre de libertad, que nos arranque de nuestras esclavitudes.
El hambre de un hogar caliente, que tantos hijos no tienen.
El hambre de Dios, ausente de tantas vidas.
El hambre de la Palabra de Dios que nos guíe por nuestros caminos.
El hambre de la gracia y del amor de Dios, sin los cuales la vida carece de sentido.
Señor: En tu Bautismo quisiste identificarte
con nuestra condición de pecadores.
En tus Tentaciones en el desierto, has querido experimentar
nuestras luchas interiores de cada día.
Luchas de fidelidad o infidelidad a nosotros mismos.
Luchas de fidelidad o infidelidad a nuestra vocación.
Luchas de fidelidad o infidelidad a nuestra misión.
Sabes que necesitamos del pan para llenar nuestra hambre.
Pero también sabes que en nuestros corazones existen muchas hambres.
Al comienzo de esta Cuaresma, llena nuestros corazones de esperanza.
Una esperanza que, al final del camino, amanezca en verdadera Pascua.
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