"Ventana abierta"
ÁNGELUS
REGRESO A NAZARET DESPUÉS DE LA ESTANCIA EN EGIPTO
P. Santiago Martín
Franciscanos de María
Buenos días amig@
Les he hablado de una etapa de la vida de la Sagrada Familia que fue la de su presencia en Egipto, pero aquella etapa terminó. Un día -como nos cuenta el Evangelio- San José se enteró de que el tirano ya había muerto y comprendió que ya no había peligro para la Sagrada Familia, para su Mujer, para el Niño, para él mismo, y entonces decidieron regresar, y regresar naturalmente a su sitio de origen, a Nazaret, de donde habían partido precisamente para que Jesús pudiera nacer en Belén, aunque ellos en aquel momento no tuvieran presente cuál era el designio de Dios que se escondía detrás de aquel largo viaje.
Al fin llegaron a Nazaret y debió de ser sin duda una experiencia enormemente conmovedora.
¡Por fin en casa!, debieron decir cuando desde alguna de las colinas próximas vieron allí adormecida en la loma la aldea, la pequeña población de Nazaret y, seguramente que les pareció después de tantos años de ausencia el paisaje más hermoso del mundo, y que les parecieron las flores más bonitas, el aroma más fragante, el agua -que todavía sigue manando en la falda del pueblo- el agua más tranquila, más clara, más sabrosa, mejor de todas las que habían bebido hasta entonces.
¡Por fin en casa! ¡Por fin en Nazaret!
Hay que ver la fiesta que les debieron hacer los vecinos y sobre todo la que les debieron hacer Joaquín y Ana los padres de la Virgen que eran los que estaban enterados del motivo por el cual todo aquello había ocurrido y los que sabían que aquel pequeño Jesús era el Mesías.
Me imagino a Ana y a Joaquín observando de reojo a Jesús intentando descubrir en Él algo extraordinario, algún signo de su mesianidad y, quizá sorprendiéndose de que el Niño era bastante normalito, aparte de que se parecía en todo a su Madre.
Y me imagino también a los vecinos de Nazaret poniendo un poquito el dedo en la llaga al decirle a María que había salido clavadito a Ella y a decirle a José que realmente no tenía mucho de su padre.
Pues bien, allí llegaron y se instalaron en su casa y, por fin -me imagino- esta Sagrada Familia debió de decir aquello de ¡Por fin solos!, cuando encontraron su hogar y cuando se pusieron a trabajar Ella en sus cosas, él en su taller, y todo eso era dulce, maravilloso, extraordinario. Pero pasaron las semanas, pasaron los meses y, ya dejó de ser tan dulce y tan extraordinario, porque fue simplemente algo corriente, algo normal, y las flores empezaron a oler como todas las flores y no de una forma especial, y el agua sabía, pues como casi todas las aguas y no de una forma extraordinaria, es decir, después de las primeras impresiones de volver a casa, lo que ocurrió fue una dosis grande de normalidad y ahí empezó quizá otro problema.
¿Estaban preparados para la normalidad después de tanta peripecia, después de tanta huida, después de tanto acoso?
¿Estaban preparados para que no ocurriera nada para que los días fueran uno tras otro el anterior igual al siguiente?
¿Estaban preparados para afrontar la vida que afrontamos cualquier ser humano, es decir, la vida corriente con los atascos en el tráfico cada mañana, con la convivencia, con una persona que es exactamente hoy igual que ayer, con los problemas, con un mismo jefe, con los problemas económicos que siempre se presentan?
¿Estaban preparados José, María y Jesús para un tipo de vida donde el Niño crecía y no hacía nada extraordinario?
Si no lo estaban preparados, seguramente tuvieron que hacerse a la idea y tuvieron que aprender aquella lección de que Dios habla a veces en medio de las tormentas; pero a Dios donde le gusta de verdad hablar es en la brisa suave, en una maravillosa puesta de sol de una tarde de otoño, o en la vida cotidiana donde las cosas son cada día las mismas; y ahí aprendieron una lección, ahí aprendió también Jesús una lección, la lección es la de que no hace falta irse muy lejos para hacer el bien, no hace falta irse a otro país o cambiar de trabajo, o cambiar de vida para hacer el bien, para amar, para ser cristianos, basta con vivir bien el momento presente, en el sitio donde estás.
Para hacer el bien y para ser un santo, basta con que tú hagas por amor, y por amor explícito a Dios, aquellas cosas que tienes que hacer en ese preciso instante.
Les invito a que visiten ustedes un lugar que es verdaderamente hermoso, me refiero a la ciudad de Irún. Cuando he ido siempre he tenido la impresión de que es como un niño dormido y que está acunado entre los montes de las peñas de hayas.
Este bellísimo paraje que rodea a Irún, esconde en su corazón una de las iglesias más bonitas de España, la Iglesia donde se venera a la Virgen del Juncal. Es una talla de estas marineras que procedían del mar, quién sabe si de algún naufragio, fue encontrada entre los juncos allí entramada, allí aprisionada y los iruneses naturalmente, le rindieron desde el primer momento una gran devoción como la que todavía le tienen.
Y les hablo de la Virgen del Juncal, para referirme precisamente a esta vida de normalidad, porque muchas veces nuestra vida es también así, está como atrapada por los juncos de la rutina, atrapada por la vida cotidiana, por lo que siempre igual, por aquello en lo que nunca cambia nada; tenemos que aprender a amar en esa rutina, tenemos que aprender a amar cada día, haciendo grande aquellas cosas que son simplemente pequeñas y haciéndolas grandes porque ponemos amor y en esto, María, la Virgen del Juncal, como advocación especialmente dedicada a ello puede ayudarnos que hagamos grande lo cotidiano porque ponemos amor en ello.
Feliz día para todos.