"Ventana abierta"
P. Leonardo Molina García. S.J.
Las tentaciones de Jesús
Primer Domingo de Cuaresma
Ciclo C
Marcos habla de ellas
de forma escueta y misteriosa: “En seguida el Espíritu lo empujó al
desierto. Se quedó en el desierto cuarenta días, y Satanás lo ponía a prueba;
estaba con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1,12-13). Tenemos los datos
básicos que recogerán todos los evangelios (menos Juan, que no habla de las
tentaciones): lugar (desierto), duración (40 días), la prueba. Pero Mc no habla
del ayuno ni concreta en qué consistían las tentaciones; y el servicio de los
ángeles es continuo durante esos días.
Mateo y Lucas,
utilizando una tradición paralela, han completado el relato de Marcos con las
tres famosas tentaciones que todos conocemos; al mismo tiempo, presentan a
Jesús ayunando durante esos cuarenta días (igual que Moisés en el Sinaí) y relegan
el servicio de los ángeles al último momento.
Las tentaciones
empalman directamente con el episodio del bautismo y explican cómo entiende
Jesús lo que dijo en ese momento la voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, mi
predilecto”. ¿Significa esto que la vida de Jesús vaya a ser cómoda y
maravillosa como la de un príncipe?
1ª tentación:
utilizar el poder en beneficio propio.
En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En aquello días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre.
Entonces el diablo le dijo:
—Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra
que se convierta en pan.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "No sólo de pan vive
el hombre".
Partiendo del
hecho normal del hambre después de cuarenta días de ayuno, la primera tentación
es la de utilizar el poder en beneficio propio.
La tentación se
deja de sutilezas y va a lo concreto: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra
que se convierta en pan”. El pueblo de Israel, durante su marcha por el
desierto, se quejó de hambre, murmuró, acudió a Moisés para que resolviese el
problema. Jesús no necesita nada de eso. Es el Hijo de Dios. Puede resolver el
problema fácilmente, por sí mismo. Pero Jesús, el nuevo Israel, demuestra que
tiene aprendida desde el comienzo esa lección que el pueblo no asimiló durante
años: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre”.
La enseñanza de
Jesús en esta primera tentación es tan rica que resulta imposible reducirla a
una sola idea. Está el aspecto evidente de no utilizar su poder en beneficio
propio. Está la idea de la confianza en Dios. Pero quizá la idea más
importante, expresada de forma casi subliminar, es esa visión amplia y profunda
de la vida como algo que va mucho más allá de la necesidad primaria y se
alimenta de la palabra de Dios.
2ª tentación:
Tener, aunque haya que arrastrarse.
Después, llevándole a lo alto, el diablo
le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo:
—Te daré el poder y la gloria de todo eso,
porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas
delante de mí, todo será tuyo.
Jesús le contestó:
—Está escrito: "Al Señor, tu Dios,
adorarás y a él sólo darás culto".
Este episodio
siempre me trae a la memoria mi decepción cuando subí a la cumbre del monte
Nebo con la esperanza de ver, como Moisés, toda la Tierra Prometida. La neblina
permitía ver el Mar Muerto a duras penas. Cuanto más alto llevase Satanás a
Jesús, menos vería el esplendor de todos los reinos del mundo. El episodio no
debemos interpretarlo en sentido literal e histórico. Lo importante es su
sentido.
La segunda
tentación no es la tentación provocada por la necesidad urgente, sino por el
deseo de tener todo el poder y la gloria del mundo. ¿Es esto malo, tratándose
del Mesías? Los textos proféticos y algunos Salmos hablaban de su dominio cada
vez mayor, universal, concedido por Dios. Pero Satanás parte de un punto de
vista muy distinto, propio de la mentalidad apocalíptica: el mundo presente es
malo, no está en manos de Dios, sino en las suyas; es él quien lo domina y
entrega su poder a quien quiere. Solo pone como condición que se postren ante
él, que lo reconozcan como dios. Jesús se niega a ello, citando de nuevo un
texto del Deuteronomio: “Está escrito: al Señor tu Dios adorarás, a él solo
darás culto”.
El relato es tan
fantástico que cabe el peligro de no advertir su tremenda realidad. El ansia de
poder y de gloria lo percibimos continuamente (mucho más en España en tiempos
de elecciones y de formación de gobierno), y también queda clara la necesidad
de arrastrarse para conseguir ese poder. Pero este peligro no es solo de
políticos, banqueros y grandes empresarios. Todos nos creamos a menudo pequeños
ídolos ante los que nos postramos y damos culto.
3ª tentación:
pedir pruebas que corroboren la misión encomendada.
—Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: "Encargará a los ángeles que cuiden de ti", y también: "Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras".
Jesús le contestó:
—Está mandado: "No tentarás al Señor,
tu Dios".
Acabada toda tentación, el demonio se
marchó hasta otra ocasión.
En 1972, cuando
todavía estaba permitido llegar hasta el pináculo del Templo de Jerusalén, tuve
ocasión de contemplar la impresionante vista de las murallas de Herodes
prolongándose en la caída del torrente Cedrón. Una de las pocas veces en mi
vida en las que he sentido vértigo. En ese escenario sitúa Satanás a Jesús para
invitarlo a que se tire, confiando en que los ángeles vendrán a salvarlo.
Esta tentación
se presta a interpretaciones muy distintas. Podríamos considerarla la tentación
del sensacionalismo, de recurrir a procedimientos extravagantes para tener
éxito en la actividad apostólica. La multitud congregada en el templo contempla
el milagro y acepta a Jesús como Hijo de Dios. Pero esta interpretación olvida
un detalle importante: el tentador nunca hace referencia a esa hipotética
muchedumbre, lo que propone ocurre a solas entre Jesús y los ángeles de Dios.
Considero más
exacto decir que la tentación consiste en pedir pruebas que corroboren
la misión encomendada. Nosotros no estamos acostumbrados a esto, pero es
algo típico del Antiguo Testamento, como recuerdan los ejemplos de Moisés (Ex
4,1‑7), Gedeón (Jue 6,36‑40), Saúl (1 Sam 10,2‑5) y Acaz (Is 7,10‑14). Como
respuesta al miedo y a la incertidumbre espontáneos ante una tarea difícil,
Dios concede al elegido un signo milagroso que corrobore su misión. Da lo mismo
que se trate de un bastón mágico (Moisés), de dos portentos con el rocío nocturno
(Gedeón), de una serie de señales diversas (Saúl), o de un gran milagro en lo
alto del cielo o en lo profundo de la tierra (Acaz). Lo importante es el
derecho a pedir una señal que tranquilice y anime a cumplir la tarea.
Jesús, a punto
de comenzar su misión, tiene derecho a un signo parecido. Basándose en la
promesa del Salmo 91,11‑12 (“a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden
en tus caminos; te llevarán en volandas para que tu pie no tropiece en la
piedra”), el tentador le propone una prueba espectacular y concreta: tirarse
del alero del templo. Así quedará claro si es o no el Hijo de Dios.
Sin embargo,
Jesús no acepta esta postura, y la rechaza citando de nuevo un texto del
Deuteronomio: “No tentarás al Señor tu Dios” (Dt 6,16). La frase del
Deuteronomio es más explícita: “No tentaréis al Señor, vuestro Dios, poniéndolo
a prueba, como lo tentasteis en Masá”. ¿Qué ocurrió en Masá? Lo cuenta el libro
de los Números en el c.17,1-7: el pueblo, durante la marcha por el desierto, se
queja por falta de agua para beber. Y en esta queja se esconde un problema
mucho más grave que el de la sed: la auténtica tentación consiste en dudar de
la presencia y la protección de Dios: "¿Está o no está con nosotros el
Señor?" (v.7). En el fondo, cualquier petición de signos y prodigios
encubre una duda en la protección divina. Jesús confía plenamente en Dios, no
quiere signos ni los pide. Su postura supera con mucho incluso la de Moisés.
Cuando termina
el relato de las tentaciones, Lucas añade que “el tentador lo dejó hasta otro
momento”. Ese momento será al final de la vida de Jesús, cuando esté
crucificado.
Nuestras tentaciones
Las tentaciones
tienen también un valor para cada uno de nosotros y para toda la comunidad
cristiana. Sirven para analizar nuestra actitud ante las necesidades, miedos y
apetencias y nuestro grado de interés por Dios.
1) La necesidad
primaria: afecto, comprensión.
2) ¿Está Dios en
medio de nosotros?
3) La tentación
de tener.
4) La tentación
del dejarse arrastrar, dejar hacer a los demás, callar.
1ª lectura:
recordar nuestra historia con gratitud (Deuteronomio26, 4-10)
El texto del
Deuteronomio recoge la oración que pronuncia el israelita cuando, después de la
cosecha, ofrece a Dios las primicias de los frutos. Va recordando la historia
del pueblo, desde Jacob (“mi padre era un arameo errante”), la opresión de
Egipto, la liberación y el don de la tierra. En el contexto de la cuaresma,
esta lectura nos invita a pensar en los beneficios recibidos de Dios y a ser
generosos con él. El agradecimiento a Dios es más importante incluso que la
mortificación cuaresmal.
Dijo Moisés al pueblo:
—El sacerdote tomará de tu mano la cesta
con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.
Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios:
"Mi padre fue un arameo errante,
que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas. Pero
luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa. Los
egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura
esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el
Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra
angustia. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido,
en medio de gran terror, con signos y portentos. Nos introdujo en este lugar,
y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel. Por eso,
ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú,
Señor, me has dado".
Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te
postrarás en presencia del Señor, tu Dios».
2ª lectura:
confesar al Señor e invocarlo (Romanos
10, 8-13).
En este breve
pasaje Pablo comenta dos frases de la Escritura, aplicándolas al tema de la
salvación personal (1ª cita) y de toda la humanidad (2ª cita). ¿Cómo se alcanza
la salvación? Confesando que Jesús es el Señor y que Dios lo resucitó de entre
los muertos. Algo que estamos tan acostumbrados a repetir que no valoramos
rectamente. A mediados del siglo I, confesar a Jesús como Señor (Kyrios),
cuando el Emperador romano era considerado el único Kyrios (César), suponía
mucho valor. Y confesar que Dios lo había resucitado podía provocar más
sonrisas y escepticismo del que podemos imaginar.
La segunda
cita «Nadie que cree en él quedará defraudado»
la interpreta Pablo de forma revolucionaria. Para un judío, estas palabras sólo
podrían aplicarse a los judíos, al pueblo elegido. Ellos serían los único en no
quedar defraudados. En cambio Pablo la aplica a toda la humanidad, judíos y
griegos. Cualquiera que invoca el nombre del Señor alcanzará la salvación.
Hermanos:
«La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón».
Se refiere a la palabra de la fe que os
anunciamos. Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu
corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por
la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los
labios, a la salvación.
Dice la Escritura:
«Nadie que cree en él quedará defraudado».
Porque no hay distinción entre judío y
griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo
invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará».
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