"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL JUEVES DE LA CUARTA
SEMANA DE CUARESMA
¿Seguimos sus pasos a pesar de nuestra débil
naturaleza y ponemos en práctica su Palabra?
“Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en
ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir
a mí! (Jn 5,31-47). Los judíos se concentraban tanto en las Escrituras,
escudriñando, debatiendo, teorizando, que eran incapaces de ver la gloria de
Dios que estaba manifestándose ante sus ojos en la persona de Jesús. “Las obras
que el Padre me ha concedido realizar; esas obras que hago dan testimonio de
mí: que el Padre me ha enviado. Y el Padre que me envió, Él mismo ha dado
testimonio de mí. Nunca habéis escuchado su voz, ni visto su semblante, y su
palabra no habita en vosotros, porque al que Él envió no le creéis”.
Nosotros muchas veces caemos en el mismo error;
“teorizamos” nuestra fe y nos perdemos en las ramas del árbol de las Escrituras
en una búsqueda de los más rebuscados análisis de estas, mientras desatendemos
las obras de misericordia, que son las que dan verdadero testimonio de nuestra
fe y, en última instancia, de la presencia de Jesús en nosotros.
Jesús dice a los judíos: “No penséis que yo os
voy a acusar ante el Padre, hay uno que os acusa: Moisés, en quien tenéis
vuestra esperanza. Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque de mí
escribió él. Pero, si no dais fe a sus escritos, ¿cómo daréis fe a mis
palabras?” Jesús se refería al libro del Deuteronomio (que los judíos atribuían
a Moisés), en el que Yahvé le dice a Moisés: “Por eso, suscitaré entre sus
hermanos un profeta semejante a ti, pondré mis palabras en su boca, y él dirá
todo lo que yo le ordene. Al que no escuche mis palabras, las que este profeta
pronuncie en mi Nombre, yo mismo le pediré cuenta” (Dt 18,18-19). En Jesús se
cumplió esta profecía, y los suyos no le recibieron (Cfr. Jn 1,11).
Jesús se nos presenta como el “nuevo Moisés”,
que intercede por nosotros ante el Padre, de la misma manera que lo hizo Moisés
en la primera lectura de hoy (Ex 32,7-14) por los de su pueblo cuando adoraron
un becerro de oro, haciendo que Dios se “arrepintiera” de la amenaza que había
pronunciado contra ellos. Jesús llevará esa intercesión hasta las últimas
consecuencias, ofrendando su vida por nosotros.
En la lectura evangélica de ayer Jesús (Jn
5,17-30) nos decía: “En verdad, en verdad os digo: quien escucha mi palabra y
cree al que me envió posee la vida eterna”.
Hoy tenemos que preguntarnos: ¿Hemos acogido a
Jesús, escuchado su Palabra, y reconocido e interpretado justamente las grandes
obras que ha hecho en nosotros? Habiéndole reconocido e interpretado sus obras,
¿seguimos sus pasos a pesar de nuestra débil naturaleza y ponemos en práctica
su Palabra (pienso en el mensaje del papa Francisco para esta Cuaresma: “No nos
cansemos del hacer el bien”)? ¿O somos de los que “no creen al que (el Padre)
envió”?
Durante esta Cuaresma, pidamos al Señor que reavive nuestra fe y afiance nuestro compromiso en Su seguimiento, de manera que podamos imitarle en su entrega total por nuestros hermanos. Esto incluye interceder ante el Padre por los pecadores, incluyendo aquellos que nos hacen daño o nos persiguen. Lo hemos dicho en ocasiones anteriores. El seguimiento de Jesús ha de ser radical. No hay términos medios (Cfr. Ap 3,15-16).
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