"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL MARTES DE LA TERCERA
SEMANA DE CUARESMA
“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces
le tengo que perdonar?”
“Perdona nuestras ofensas, como nosotros
perdonamos a los que nos han ofendido” (Mt 6,12). En ese fragmento de la
oración que el mismo Cristo nos enseñó, y que repetimos a diario sin prestar
atención a lo que decimos, podría resumirse la lectura evangélica que la
liturgia nos ofrece hoy (Mt 18,21-35). ¡Cuán prestos somos al juzgar y criticar
al prójimo, y cuán lentos somos a la hora de perdonar! Se nos olvida que la
medida con que nosotros midamos también se usará para nosotros (Mt 7,2b; Lc
6,38b).
En algún lugar he leído que perdonar no es solo
un deber moral, sino el eco de la conciencia de haber sido perdonado. Es decir,
perdonamos porque hemos sido perdonados, y como una consecuencia directa de ese
perdón que hemos recibido.
Para entender el alcance del relato evangélico
de hoy, tenemos que entender la mentalidad judía de la época de Jesús, y cómo
esta había ido evolucionando. En la antigüedad, cuando alguien nos ofendía
merecía una venganza de hasta “setenta veces siete” (Gn 4,24). Posteriormente,
con la llamada “ley del talión”, esta venganza se redujo a la medida de la
falta: “ojo por ojo, diente por diente…” (Ex 21, 23-25). Este concepto siguió
evolucionando y no es hasta una época bien posterior que se introduce la noción
del perdón, pero hasta cierto límite, sujeto a ciertas “tarifas”. Cabe señalar
que estas “tarifas” variaban de una escuela rabínica a otra. Así se establecía
el número de veces que se debía perdonar a los hermanos, las esposas, los
hijos.
Jesús era considerado por sus discípulos
como raboní. Dentro de ese
marco es que Pedro pregunta a Jesús: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas
veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?”. Quería saber cuál era la
“tarifa” que Jesús iba a imponer a sus discípulos. A lo que Jesús le responde:
“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
Para explicar su punto, les expone la “parábola
del servidor despiadado”; aquél de quien el rey se había compadecido y le había
perdonado una deuda considerable. Luego, ese mismo servidor hizo encarcelar a
otro que le debía una suma mucho menor. Al enterarse el rey, le hizo encarcelar
también hasta que pagara la deuda en tu totalidad diciéndole: “¿No debías
también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. Al
final Jesús añade: “Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no
perdonan de corazón a sus hermanos”.
No podemos negar el perdón a los demás, porque
nosotros mismos hemos sido perdonados; y ese perdón no puede estar sujeto a un
número de veces, a una “tarifa”, porque a nosotros Dios nos perdona sin límite.
Como hemos dicho en ocasiones anteriores, nos perdona incluso antes de que le
pidamos perdón, teniendo tan solo que acercarnos al sacramento de la
reconciliación para poder recibirlo. Solo perdonando sin medida al que nos
ofende, como Dios lo hace con nosotros, estaremos proclamando la Buena Noticia
del perdón de Dios.
Señor, ayúdame a perdonar como Tú me perdonas…
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