"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA LA SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA
CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA
Hoy la Iglesia
universal celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.
“Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la
Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción, fue por
singular gracia y privilegio de Dios omnipotente en previsión de los méritos de
Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de
culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser firme y
constantemente creída por todos los fieles”. Con esas palabras del Papa Pío IX,
plasmadas en la carta apostólica Ineffabilis
Deus, quedó establecido el dogma de la Inmaculada Concepción hace
165 años, el 8 de diciembre de 1854. Este dogma de fe, uno de cuatro dogmas
marianos, fue confirmado por la misma Virgen María en su aparición en Lourdes
en 1858 al decir a santa Bernardita: “Yo
soy la Inmaculada Concepción”. Del mismo modo, 24 años antes, en el
año 1830, el dogma le había sido revelado a santa Catalina Labouré cuando en la
tercera aparición de la Virgen de la Medalla Milagrosa, dando forma a la
figura, había una inscripción: “Oh María, sin
pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti”.
Como expresa la Ineffabilis
Deus, el dogma propone como verdad de fe que, “en previsión de los
méritos de Cristo”, María, desde el mismo momento de su concepción, fue
preservada inmune de toda mancha de pecado, es decir, que fue concebida y nació
libre del pecado original. No hace falta entrar en grandes disquisiciones
teológicas para concluir que el Hijo de Dios no podía ser concebido y gestarse
en un vientre sujeto a la corrupción de pecado. Ese primer “sagrario”, esa
“custodia viva”, tenía que ser pura, “llena de gracia”. Por eso Ella fue
concebida inmaculada, sin mancha de pecado, sin tendencias pecaminosas, sin
deseos desordenados. Su corazón totalmente puro, esperaba, ansiaba y añoraba
solo a Dios. Toda esa acción milagrosa del Espíritu Santo en ella tuvo un
propósito: prepararla para llevar en su seno al Salvador del mundo. Eso es lo
que requiere ser la Madre del Salvador. De ahí el saludo del ángel en la
lectura evangélica que dispone la liturgia para esta solemnidad (Lc 1,26-38):
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
La gracia es la presencia personal y viva de Dios en la vida de una
persona. Por eso la gracia es incompatible con el pecado. En un momento cuando
aún la humanidad no había sido redimida del pecado por la pasión y muerte
salvadora de Jesús, María brilla como la “llena de gracia”, escogida por Dios
desde la eternidad para ser la Madre del Salvador.
María es la “mujer” de la promesa del Génesis que nos presenta la primera
lectura de hoy (3,9-15.20): “establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu
estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón”
(v. 15). María, la Inmaculada, la llena de gracia, se convierte así en la
“nueva Eva”, madre de la “nueva humanidad” inaugurada en Cristo. Como nos dice
san Ireneo: “Eva, por su desobediencia, creó el nudo de la desgracia para la
humanidad; mientras que María, por su obediencia, lo deshizo…”
En este día tan especial, enmarcado dentro del Adviento, pidamos al Señor
nos conceda un corazón puro que, como María, espere, ansíe y añore solo a Dios.
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