"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE ADVIENTO
La liturgia para hoy
nos presenta como primera lectura (Sir 48,1-4.9-11) un texto que recoge la
creencia de los judíos de que el profeta Elías habría de regresar para anunciar
la llegada del Mesías esperado, basándose en un texto de Malaquías (3,23) que
los escribas interpretaban literalmente: “He aquí que envío mi profeta, Elías,
antes de que venga el gran y terrible día del Señor”. De hecho, utilizaban ese
argumento para alegar que Jesús no podía ser el Mesías, pues Elías no había
venido aún. Continúa diciendo la primera lectura que Elías habría de venir
“para reconciliar a padres con hijos, para restablecer las tribus de Israel”.
Por eso es que los discípulos le preguntan a Jesús en el Evangelio (Mt
17,10-13) que por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías, a
lo que Jesús responde: “Elías vendrá y lo renovará todo. Pero os digo que Elías
ya ha venido, y no lo reconocieron, sino que lo trataron a su antojo. Así
también el Hijo del hombre va a padecer a manos de ellos”. Al escuchar estas
palabras los discípulos comprendieron que se trataba de Juan el Bautista. En
otras palabras, el que tenía que venir no se llama Elías, pero ha cumplido su
misión: “Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para
reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría
de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto” (Lc 1,17).
Los judíos no supieron interpretar los signos que anunciaban la llegada
del Mesías; no reconocieron a Juan el Bautista como el precursor y “lo trataron
a su antojo”, decapitándolo.
Ese mismo drama se repite hoy día. No sabemos (o no queremos) reconocer
los signos de la presencia de Dios que nos presentan sus “precursores”. Nos
hacemos de la vista larga y no reconocemos a Dios que pasa junto a nosotros a
diario, que inclusive convive con nosotros, forma parte de nuestras vidas y las
vidas de nuestros hermanos; pero pasa desapercibido. Al igual que ocurrió con
Juan el Bautista, cuando ignoramos a los precursores de Dios, estamos ignorando
a Dios.
El Adviento bien vivido nos hace desear con fuerza la venida de Cristo a
nuestras vidas, a nuestro mundo, pero esa espera ha de ser vigilante. Tenemos
que estar alertas a los “signos de los tiempos” que Dios nos envía como
precursores de su venida. De lo contrario no vamos a reconocerlo cuando toque a
nuestra puerta (Cfr.
Ap 3,20). Entonces nos pasará como todas aquellas familias a cuyas puertas tocó
José pidiendo posada para él y su esposa a punto de dar a luz al Salvador.
¡Imagínense la oportunidad que dejaron pasar, de que Jesús naciera en sus
hogares! Y todo porque no supieron leer los signos que se les presentaron.
En esta época de Adviento, pidamos al Señor que nos permita reconocer los signos que anuncian su presencia, para que podamos recibirlo en nuestros corazones, como lo hicieron los pastores que escucharon el anuncio de Su nacimiento de voz de los coros celestiales, y reconocieron a Dios en un niño pobre y frágil, “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,12).
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