"ventana abierta"
De la mano de María
Héctor L. Márquez (Conferencista católico)
REFLEXIÓN PARA EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO (C)
Lugar del nacimiento de Jesús dentro de la
Basílica de la Natividad en Belén
La liturgia para hoy nos propone la misma
lectura evangélica que leeremos el próximo martes 21 (Lc 1,39-45), la visita de
María a Isabel. Como primera lectura se nos presenta un pasaje de la profecía
de Miqueas (5,1-4), que anuncia al pueblo que el Mesías esperado nacerá en
Belén: “Y tú, Belén Efratá, pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar
al que ha de gobernar Israel; sus orígenes son de antaño, de tiempos
inmemorables. Por eso, los entregará hasta que dé a luz la que debe dar a luz,
el resto de sus hermanos volverá junto con los hijos de Israel. Se mantendrá
firme, pastoreará con la fuerza del Señor, con el dominio del nombre del Señor,
su Dios; se instalarán, ya que el Señor se hará grande hasta el confín de la
tierra. Él mismo será la paz”.
Este oráculo es bien conocido, pues Mateo lo
cita en la visita de los magos, cuando Herodes manda a preguntar a los sumos
sacerdotes y escribas que dónde habría de nacer el Mesías, y estos le
responden: “En Belén de Judea,… porque así está escrito por el Profeta” (Mt
2,5-6). Juan también lo cita durante la discusión sobre el origen de Jesús:
“¿No dice la Escritura que el Mesías vendrá del linaje de David y de Belén, el
pueblo de donde era David?” (Jn 7,42). Podemos ver en esta lectura que el censo
ordenado por el emperador Augusto que provocó que José tuviera que trasladarse
a Belén con su mujer encinta, no fue pura casualidad. Estaba todo dispuesto en
el plan de salvación trazado por el Padre desde la eternidad.
Esta profecía nos señala también el origen
humilde (al igual que David) del Mesías, ya que la aldea de Belén era un lugar
pobre. El linaje davídico del mesías esperado se refuerza con la frase: “Su
origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial”. De ahí que el ángel
dijera a María en la anunciación que al niño que va a nacer: “El Señor Dios le
dará el trono de David, su padre” (Lc 1,32b). Cabe señalar que aunque ambos
evangelistas que mencionan las circunstancias del nacimiento de Jesús (Mateo y
Lucas) enfatizan que José, esposo de María y padre putativo de Jesús,
pertenecía a la estirpe de David, la tradición, recogida en los evangelios
apócrifos nos señala que María también era del linaje de David.
Esta lectura es un ejemplo de lo que en días
anteriores hemos llamado la perspectiva histórica, o del pasado, que nos
presenta el “adviento” que vivió el pueblo de Israel durante prácticamente todo
el Antiguo Testamento, esperando, anticipando, preparando la llegada del mesías
libertador que iba a sacar a su pueblo de la opresión. Y en María se hacen
realidad todas las expectativas mesiánicas del pueblo judío; su “sí”, su
“hágase” hizo posible la “plenitud de los tiempos” que marcó el momento para el
nacimiento del Hijo de Dios (Cfr. Gál 4,4). Como dijo san Juan Pablo II: “Desde
la perspectiva de la historia humana, la plenitud de los tiempos es una fecha
concreta. Es la noche en que el Hijo de Dios vino al mundo en Belén, según lo
anunciado por los profetas”.
Estamos a escasos días de la fecha. La liturgia
nos ha llevado in crescendo hasta este momento en que nos encontramos en el umbral de la Navidad.
Es el momento de hacer inventario… ¿Estamos preparados para recibir al Niño
Dios?
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